En el evangelio de san Mateo, leemos en el
capítulo 9, 9-13, cuando Jesús se acerca a este “publicano” (pecador público),
que está sentado en la mesa del cobro de los impuestos, y sin iniciar ningún
diálogo le dirige una sola palabra: sígueme. Hemos de imaginarnos que Mateo
quizá nunca había visto al Maestro en persona hasta ese momento; quizá sí oyó
hablar de un tal Jesús que hacía milagros y que hablaba como ningún otro
maestro, etc. Pero ya se le presenta la ocasión de conocerlo y tenerlo cara a
cara. El mismo pasaje del evangelio nos dice que este hombre era un publicano
cobrador de impuestos. Pero, ¿cobrar los impuestos es malo? No. Lo que sí es
malo es cobrar lo injusto para después embolsillarse una buena parte; además,
éste estaba al servicio del Imperio Romano, del Emperador, peor todavía.
Entonces era señalado como un pecador público.
Pensemos en las posturas que asumen tanto Jesús como Mateo. Primero,
dice el pasaje evangélico que Mateo estaba “sentado” a la mesa de recaudación
de los impuestos. Esa postura de estar sentado nos hace pensar que es la misma
postura que asumimos nosotros de comodidad con respecto al pecado: mucha gente
le gusta estarse revolcando como los cerdos en el lodo mal oliente,
putrefacción, etc.; gente que se goza nadando en las aguas turbias; vigilando
lo propio, lo suyo, sus pertenencias para que nadie se las toque, pero ellos sí
tocan las de los demás y con la intención de despojarlos de las mismas, aun
sabiendo que es injusto. Diciéndolo de una manera llana sería el “no cojo corte
con lo mío, pero sí corto lo de los demás”. Jesús llega a él en ese momento y
lo mira con una mirada fija, penetrante y de misericordia. Le dirige una
palabra “sígueme”. Hay que pensar no tanto en la palabra que Jesús le dijo a
Mateo, sino más bien es pensar y reflexionar en cómo Jesús le dijo esa palabra;
a lo mejor se la dijo de una manera que caló en lo más profundo del corazón de
este hombre que se sintió impulsado a dejarlo todo y aceptar la invitación a
seguirlo. Jesús conoce muy bien la situación de aquel hombre, pero no le
importa; lo llama a seguirle.
Sigue narrando
el pasaje evangélico que Mateo “se levanta y dejándolo todo, lo sigue”. Se
levanta de aquello que significa esa mesa y oficio. Ya Jesús en una ocasión nos
dirá que todo aquel que quiera asegurar su vida la perderá, pero el que la
pierda por Él y por evangelio, la encontrará. Esto fue lo que sucedió en Mateo:
abandonó sus seguridades y las puso en Jesús. Así nos pasa a muchos de
nosotros: queremos seguir al Señor, pero con nuestras seguridades; con nuestras
cosas agarradas. Recordemos el pasaje del evangelio de san Juan del joven rico
que le preguntó al Señor qué tenía que hacer para ganarse la vida eterna, el
Señor le contestó que vendiera todas sus posesiones, la compartiera con los pobres
y luego lo siguiera; pero aquel joven no quiso aceptar la invitación del Señor
porque estaba muy aferrado a sus posesiones. No era él el que poseía las cosas;
más bien, eran las cosas las que lo que lo poseían a él.
El novelista inglés Aldous Huxley, en su
novela Un mundo feliz, nos dice: “si
has obrado mal, arrepiéntete, enmienda tus yerros en lo posible y esfuérzate
por comportarte mejor la próxima vez. Revolcarse en el fango no es la mejor
manera de limpiarse”. Y es que nosotros también debemos de aprender a
levantarnos del fango de nuestro pecado, para que, escuchando el llamado del
Señor, aprendamos a dejarlo todo para seguirlo. Abandonar nuestras seguridades
para asegurarnos en lo que nos da el Señor, porque es que el Señor es nuestro
verdadero tesoro; es el tesoro que nada ni nadie puede robar ni destruir. Pues Mateo
así empezó a acumular su tesoro en el cielo.
La otra
idea importante que nos dice este pasaje evangélico, es que Jesús, -como
respuesta a los fariseos que lo criticaban por esta acción de juntarse y comer
con publicanos y pecadores-, les dice que son los enfermos los que necesitan al
médico, no los sanos. Bueno, pues es que nosotros estamos enfermos por la
enfermedad del pecado, y Jesús es nuestra sanación. Fue la sanación de Mateo y
tantos otros enfermos del pecado. Mateo, al escuchar el llamado del Señor,
levantarse, dejarlo todo y seguirle, empezó a sanar. Lo mismo nosotros: hemos
recibido un llamado del Señor a seguirle, pero es un llamado que exige nuestra
respuesta personal y, al igual que Mateo, encontrar en Jesús aquel que nos
puede y de hecho nos sana de la enfermedad de nuestro pecado. Mateo empezó así
su cambio de vida, su proceso, camino de conversión. Mateo encontró su lugar en
la comunidad cristiana, como lo podemos y encontramos cada uno de nosotros,
porque Dios ama al pecador, pero rechaza el pecado; ama al enfermo, pero sana
de la enfermedad del pecado.
Los
sacrificios que cada uno de nosotros hagamos tienen que ir acompañados del amor
que nace de un corazón bueno, pues la caridad ha de informar toda la actividad
del cristiano, y de modo particular, el culto a Dios.