jueves, 6 de enero de 2022

Bienaventurados los que luchen por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.

 

  Dos años después de haber concluido el Concilio Vaticano II, el Papa Pablo VI dirigió el primer mensaje a todos los hombres y mujeres de buena voluntad que tienen el sincero propósito de respetar la ley eterna de Dios, de acatar sus mandamientos, secundar sus designios; en una palabra, de permanecer en la verdad-; esta exhortación que llamó “Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz”, y que fuera leído siempre el día primero del año, solemnidad de Nuestra Señora, Madre de Dios. A partir de entonces, se convirtió en una tradición de los sumos pontífices de dirigir este mensaje con este motivo al inicio de cada año. Estos mensajes constituyen todo un cuerpo de doctrina católica sobre la paz y la convivencia humana internacional, iluminados desde la Palabra de Dios. El tema de este mensaje para este nuevo año 2022 lleva por título “Educación, trabajo, diálogo entre generaciones: herramientas para construir una paz verdadera”.

  En las Sagradas Escrituras, y más específicamente en los libros del Génesis, los Salmos y la carta a los Hebreos, se hace referencia a un sacerdote de nombre Melquisedec, -cuyo significado es rey de justicia-, y que es rey de la ciudad de Salem, -cuyo significado es paz. Este sacerdote del AT es figura del mismo Cristo, puesto que es el que nos trae la paz de Dios. La paz es uno de los signos del Reino de Dios y también uno de los estandartes de todo discípulo de Cristo. En una ocasión Jesús mismo, al enviar a sus discípulos a predicar la buena notica del evangelio, les dio el mandato de desear la paz a todos los hogares donde ellos llegaran y si allí había gente anhelante de la paz, ese saludo de paz se quedaría permanentemente con ellos; pero, por otro lado, si encontraban que había gente que no quisiera esa paz que proclamaban, pues ese deseo de paz volvería a ellos. A partir del acontecimiento de la Resurrección, Jesús, cuando se les aparecía a los discípulos, su saludo era “La paz esté con ustedes”; para después decirles: “La paz les dejo, mi paz les doy; no se las doy como la da el mundo”. ¿Y cómo es esta paz que Dios-Padre nos da por medio y a través de Su Hijo? Pues es la paz como “don, como regalo”; es la paz que nace, que se gesta, que brota en lo más profundo del corazón de la persona creyente. A esto nos dice el Papa Francisco que esta casa mencionada por Jesús es cada familia, cada comunidad, cada país, cada continente con sus características propias y con su historia; es, sobre todo, cada persona sin distinción ni discriminación.

  Hoy el hombre vive instalado en un mundo dominado por la mentira. Los intereses creados y ficticios de los distintos niveles de poder dan como resultado una sociedad global incapaz de satisfacer la necesidad de verdad y de paz del ser humano, que la necesita y la reclama a gritos, pero que no sabe dónde encontrarla. La finalidad de tanta mentira es la destrucción del espíritu de la persona y de la vida. Y es que siempre ha existido una tendencia de los que rigen los destinos de los pueblos de querer ejercer sobre sus gobernados un “absoluto control”, y para poder lograrlo hay que mantener al pueblo alejado del conocimiento y la verdad. El papa san Juan XXIII dijo: “La base de la paz es, ante todo, la verdad”.

  Hay una estrategia para gobernar a base de miedo que es muy eficaz. El miedo hace que no se reaccione, que no se siga adelante. El miedo es, desgraciadamente, más fuerte que el altruismo, que la verdad, más fuerte que el amor. Ya lo dijo el escritor español José Luís Sampedro Sáez: “El miedo nos lo están dando todos los días en los periódicos y en la televisión”. Así nos mantienen manipulados, confundidos y perdidos. En definitiva, tenemos que liberarnos de estas ataduras que nos vienen de fuera y que muchos aquí adentro también son participes, defensores y promotores. Hay un enemigo exterior, por demás poderoso, que trabaja con un enemigo interior: son los traidores que trabajan para ese poder.

   La paz es un don de Dios y una tarea nuestra al mismo tiempo. Es verdad que nosotros solos no podemos resolver los problemas de nuestro mundo tan necesitado de paz, y tan lleno de guerras, hambres, injusticias y violencia. Pero sí podemos educarnos para la paz. Podemos, en nuestro entorno y en nuestra vida diaria, ser más tolerantes y comprensivos, más dialogantes y menos impositivos, podemos cuidar el modo de cómo decimos las cosas, podemos aprender a dominar nuestro temperamento y nuestras reacciones, podemos estar dispuestos a perdonar. Podemos ir haciéndonos sensibles para rechazar cualquier tipo de violencia y acostumbrarnos a vivir y a construir la paz. Así crearemos un ambiente en el que vaya creciendo la semilla de la cultura de la paz.

  Cuando una sociedad se fragmenta espiritualmente, son muchas más las posibilidades de que haya enfrentamientos. Mahatma Gandhi dijo: “No hay camino para la paz. La paz es el camino”. La paz no es el punto de llegada. La paz no se consigue actuando con violencia o recurriendo a ella. Si escogemos el camino de la paz, seremos poderosos y experimentaremos la libertad. El camino de la paz nos enseña que nadie es enemigo. El camino de la paz es nuestra única esperanza de seguridad. La paz en la tierra, suprema aspiración de toda la humanidad a través de la historia es indudable que no puede establecerse si no se respeta fielmente el orden establecido por Dios.

  En el inicio de este nuevo año, nos encomendamos a nuestra señora, Madre de Dios. No puede haber mejor comienzo del año que estando muy cerca de ella. A ella nos dirigimos con confianza filial, para que nos ayude a vivir santamente cada día del año; para que nos impulse a recomenzar si, porque somos débiles, caemos y perdemos el camino; para que interceda ante su divino Hijo a fin de que nos renovemos interiormente y procuremos crecer en el amor de Dios y en el servicio a nuestro prójimo.

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