Con estas palabras, el papa
san Juan Pablo II títuló su Mensaje para XXX Jornada Mundial de la Paz en enero
de 1997. El santo padre, en su mensaje nos exhortaba al perdón con estas
palabras: “Es hora de decidirse a emprender juntos y con ánimo resuelto una verdadera
peregrinación de paz, cada uno desde su propia situación” (1). Ya el mismo
cristo nos había enseñado lo esencial y fundamental que es para nosotros vivir
la paz que él nos vino a traer: “La paz les dejo, mi paz les doy; no se las
doy como la da el mundo. No se turbe su corazón ni se acobarde” (Jn 14,27).
Nosotros, sus discípulos, somos portadores, predicadores y anunciadores de la
paz del Maestro de Nazaret: “Cuando entren en una casa digan primero, la paz
a esta casa, y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos su paz; si no,
volverá a ustedes”. Y lo somos porque la vivimos y la testimoniamos.
El santo padre sigue exhortándonos en su
mensaje: “El perdón, en su forma más alta y verdadera, es un acto de amor
gratuito. Pero, precisamente como acto de amor, tiene también sus propias
exigencias: la primera es el respeto a la Verdad. Sólo Dios es la verdad
absoluta… El perdón, lejos de excluir la búsqueda de la verdad, la exige. El
mal hecho debe ser reconocido y, en lo posible, reparado” (no. 5). Es decir
que, según lo que nos enseña el santo padre, el perdón no quiere decir “borrón
y cuenta nueva”, o, “aquí no ha pasado nada, sigamos caminando”.
Sigamos citando las palabras del
santo padre en su mensaje: “Otro presupuesto esencial del perdón y la
reconciliación, es la justicia, que tiene su fundamento último en la ley de
Dios y en su designio de amor y de misericordia sobre la humanidad. Entendida
así, la justicia no se limita a establecer lo que es recto entre las partes en
conflicto, sino que tiende sobre todo a reestablecer las relaciones auténticas
con Dios, consigo mismo y con los demás. Por lo tanto, no hay contradicción
alguna entre perdón y justicia” (n 5). De esta manera, el santo padre nos
enseña y recuerda que otorgar el perdón no es la justicia, pero sí es un signo
de la justicia. El perdón no exime del juicio.
En el número 6 del mensaje, el santo padre
nos dice que: “El creyente sabe que la reconciliación proviene de Dios, el
cual está dispuesto siempre a perdonar a cuantos acuden a él, y a cargar sobre
las espaldas todos sus pecados… Jesús proclamó durante toda su vida el perdón
de Dios, pero, al mismo tiempo, añadió la exigencia del perdón recíproco como
condición para obtenerlo”. Recordemos que una de las peticiones de la
oración del Padre Nuestro es “perdona nuestras ofensas, como nosotros
perdonamos a los que nos ofenden”. Tenemos que preguntarnos entonces si estas
palabras son una realidad en nuestra vida cristiana, en nuestra vida diaria o si
sólo las repetimos mecánicamente.
Lo anteriormente presentado, es para
ayudarnos a reflexionar en cómo debemos actuar los cristianos ante situaciones
difíciles o tragedias que se nos presentan en nuestro caminar. Hace unos días,
nuestra sociedad dominicana vivió una amarga y dolorosa tragedia en la que una
persona le quitó la vida a un ministro del gobierno por un asunto, - según lo
manifestado por los medios de comunicación y las hipótesis de la investigación
policial y judicial -, personal en el que se señala un interés económico entre
el victimario y la víctima.
No voy a entrar en detalles o análisis de las
causas que tuvo esta persona para cometer el hecho, porque no es mi intención
ni tampoco soy un investigador ni analista criminal. Pero, como cristiano y
sacerdote, sí quiero hacer un comentario desde la parte de la enseñanza
evangélica y doctrinal católica con respecto al perdón.
Sucedido el hecho trágico, la familia de la víctima
emitió un comunicado público en la que se resalta claramente que ellos perdonan
al agresor. Estas palabras del comunicado han provocado un sin número de
comentarios en las redes, unos en apoyo; otros en desacuerdo, otros de
indiferencia, etc.; entre esos comentarios nos encontramos con las opiniones de
personalidades de cierta influencia en la sociedad y también incluyen las
palabras dichas por el presidente de la República. No voy aquí a mencionar
todos esos comentarios, porque sería imposible.
Nosotros hemos escuchado frases como: “Que lo
perdone Dios, porque yo no”; o, “yo no soy Dios para perdonar”; o, “perdono cuando
lo sienta”, etc. Aquí cabe entonces preguntarnos: ¿Es que acaso nosotros los
seres humanos no podemos perdonar o es que no queremos perdonar? ¿Es el perdón algo
imposible de aplicarlo u otorgar? ¿No dijo el Señor Jesús que “si nosotros no
somos capaces de perdonar de corazón, no seremos perdonados? Entonces, ¿Jesús
nos estaba pidiendo algo imposible? Y como éstas, hay más preguntas. Para San
Benito, perdonar a otro puede exigir un gran esfuerzo espiritual que desafía a
toda persona. Decía: “Perdonar no es nada fácil. No nos resulta
particularmente difícil cuando estamos de ánimo indulgente o nos sentimos
motivados por los buenos sentimientos. Pero casi nadie escapa a la tentación de
retirar pronto sus gestos de reconciliación. Lo que llamamos perdón, a menudo
no es otra cosa que otorgar libertad condicional al otro… esperamos impacientes
los signos concretos de arrepentimiento… queremos estar seguros de que el
arrepentido no reincidirá”. Es decir, según estas palabras del santo, nos
hace entender que con frecuencia hacemos depender nuestro perdón del
arrepentimiento del culpable.
Pero lo cierto es, y al mismo tiempo es
lamentable, que muchos cristianos y no cristianos; creyentes y no creyentes; no
han entendido la dinámica del perdón. Y es que el perdón, más que un
sentimiento es, sobre todo, una decisión. Y esta decisión es la que la gracia
de Dios nos fortalece para poder realizarla. Porque tampoco se trata de pensar
o decir “yo perdono porque puedo, porque me da la gana o, porque me levanté con
el pie derecho y quiero perdonar, etc.”. NO ES ASÍ. NO FUNCIONA ASÍ. Una
persona, - cristiana o creyente -, perdona porque Dios le da la gracia para dar
el paso: “Sin mi nada podrán hacer”, nos dijo el Señor; y a san Pablo le
dijo: “Solamente mi gracia te basta”. El perdón es la medicina o
ungüento que sana nuestras heridas interiores. Cuando se perdona, no se hace
para que el otro se sienta bien, sino para que la persona que lo otorga empiece
a sanar interiormente. Y esto es lo que ha hecho la familia de la víctima al
otorgar el perdón a su victimario. Esta familia nos ha dado un claro y verdadero
testimonio de fe; testimonio que muchos no han entendido ni entenderán ya que sólo
quien ha experimentado el perdón y ha sido sanado de sus heridas interiores por
la gracia de la misericordia divina, lo hace: “Traten a los demás como
quieren que ellos los traten”; y también “Tenemos que perdonar setenta
veces siete”. Esta familia ha
actuado como una familia cimentada en la roca firme que es Cristo y su
evangelio. Los que conocemos, poco o mucho a esta familia, sabemos que es una
familia de una profunda vivencia de fe y por eso han dado este testimonio. Esta
familia, con este testimonio cristiano, se convierten en luz en medio de las
tinieblas del odio, la ira, el rencor y la venganza que en estos momentos
arropan nuestra sociedad. Y es que en estos momentos nuestra sociedad está
viviendo una paradoja: la gente que está quejándose del nivel al que ha llegado
la violencia, el odio, el irrespeto por la vida humana, la pérdida de los
valores, principios y decadencia moral, etc., es la misma que está pidiendo la
cabeza, la sangre del victimario, que no quiere perdonar, que afirma que debió
suicidarse, que pide que se lo entreguen en sus manos para disponer al antojo
de él, que desea y quiere que a éste los demás internos le cobren caro en la
cárcel, se burlan de las acciones de fe de los demás, etc. En definitiva,
seguimos aplicando la ley del talión del ojo por ojo, diente por diente.
Hay un elemento que sucedió unos minutos o
segundos antes de que el victimario cometiera el hecho, y que todos han pasado
por alto. Y es que, según la asistente del ministro, cuando escuchó la fuerte
discusión entre ambos en el despacho, le preguntó al ministro si quería que
llamara a la seguridad, a lo que el ministro respondió: “no, es mi amigo”. Pues
estas palabras me hacen recordar las palabras que le dirigió Jesús al apóstol
Judas Iscariote cuando lo entregó dándole un beso, y el Maestro le dijo a
manera de pregunta: “Amigo, con un beso entregas al Hijo del Hombre”.
Seamos sal y luz para el mundo; seamos sal y
luz para nuestra sociedad. Llevemos la luz de Cristo allí donde está presente
la oscuridad. No podemos seguir incitando la violencia ni dejarnos dominar por
el odio, el rencor y la sed de venganza; y es que la ofensa sólo se puede
superar con el perdón, y nunca con la venganza. Mientras la persona más se
aleje del amor, se llenará de odio; mientras más se aleje de la vida, se llenará
de muerte; mientras más se aleje de la libertad, será más esclavo; mientras más
se aleje de la verdad, se hundirá en la mentira. Leemos en el salmo 80: “Pero
mi pueblo no escuchó mi voz, Israel no quiso obedecer; por eso los entregué a
su corazón obstinado, para que anduviesen según sus antojos”. En
definitiva, mientras más se aleje de Dios, será dominado por el demonio. Cristo
no lo hizo y así nos lo enseñó a sus seguidores y discípulos. No se nos prohíbe
sentir ira, rencor, odio… porque eso es parte de nuestra condición humana. Lo
que se nos prohíbe, desde nuestra fe en Cristo y su evangelio, es dejarnos
dominar por estos sentimientos negativos para no actuar en consecuencia. Esta familia
y la sociedad tenemos que iniciar nuestro camino, nuestro proceso de sanación, de
fortaleza y de liberación. Cada uno a su ritmo.
Lo que es imposible para nosotros, es posible
para Dios. Pero tenemos que permitirle a Dios esa posibilidad en nuestra vida.
Es fácil decir que se es cristiano; pero no es fácil vivir como cristiano, como
hijo de Dios. Y esto es lo que espera y quiere Dios-Padre de nosotros sus
hijos.