En cuanto al sacramento del
matrimonio, el mismo Concilio nos recuerda: “El Creador del mundo estableció
la sociedad conyugal como origen y fundamento de la sociedad humana. Con su gracia
la convirtió en sacramento grande en Cristo y en la Iglesia. Los esposos
cristianos son para sí mismos, para sus hijos y demás familiares, cooperadores
de la gracia y testigos de la fe. Son para sus hijos los primeros predicadores
y educadores de la fe; los forman con su palabra y ejemplo para la vida
cristiana y apostólica, les ayudan prudentemente a elegir su vocación y
fomentan con todo esmero la vocación sagrada cuando la descubren en los hijos”.
Debemos entender con este párrafo que, el
matrimonio fue instituido por el mismo Dios Padre y, además estableció cómo
éste se debía de realizar: entre un hombre y una mujer; no entre dos hombres o
dos mujeres. Cristo no derogó lo establecido por su Padre celestial con
respecto al matrimonio, sino que lo ratificó y dio un paso más: lo elevó a
sacramento. Es decir, camino de santificación para los esposos y sus hijos. La
Iglesia de Cristo sólo puede hacer con respecto al matrimonio lo único que está
autorizada por su fundador: bendecir, en nombre de Cristo, esta unión. La
institución del matrimonio es anterior al estado y la Iglesia; por lo tanto,
ninguna de estas dos tiene el derecho ni la autoridad para cambiarlo, sino más
bien protegerla y promoverla.
El Catecismo de la Iglesia Católica, en el
numeral 372, nos dice: “El hombre y la mujer están hechos el uno para el
otro: no que Dios los haya hecho a medias e incompletos; los ha creado para una
comunión de personas, en la que cada uno puede ser ayuda para el otro porque
son a la vez iguales en cuanto personas y complementarios en cuanto masculino y
femenino. En el matrimonio, Dios los une de manera que, formando una sola
carne, puedan transmitir la vida humana. Al transmitir a sus descendientes la
vida humana, el hombre y la mujer, como esposos y padres, cooperan de una
manera única en la obra del Creador”. Nos dice el Catecismo el fundamento
originario del matrimonio: el matrimonio es comunidad de amor y de vida. La
unión esponsal del hombre y la mujer es querida, deseada y protegida por Dios
en su plan creador. Ha dado a esta unión el don de participar de su creación.
Los hijos son un don, como lo es la paternidad. Los hijos son regalados o
“prestados” a los padres para que los eduquen y los guíen en el camino que
hacia Dios conduce. Es parte de la responsabilidad de los padres cristianos:
guiar a sus hijos por el camino de la santidad. Como ya hemos dicho, vemos que
este artículo de The Economist, está mirando lo que viene sucediendo en la
Iglesia católica alemana con el Camino Sinodal.
Pero, vamos un poco hacia atrás.
Específicamente recordemos parte de lo que ya el Papa Francisco le comunicó a
la Iglesia y al pueblo de Dios en Alemania, en su carta titulada “Al pueblo
de Dios que peregrina en Alemania” (6/2019), con motivo a la Fiesta de san
Pedro y san Pablo. La carta consta de trece puntos, donde el santo padre
confirma su cercanía y asegura que quiere compartir su preocupación con
respecto al futuro de la Iglesia en Alemania, alertando sobre el decaimiento de
la fe, y anima a no asumir la situación actual con pasividad o resignación.
También exhorta a intensificar la oración, la penitencia y la adoración.
Destaca la necesidad de recuperar el primado de la evangelización para mirar el
futuro con confianza y esperanza porque, evangelizadora, la Iglesia comienza
por evangelizarse a sí misma. El Papa habla de que se requiere coraje porque lo
que necesitamos es mucho más que un cambio estructural, organizativo o
funcional.
Señala el Papa que la transformación
verdadera responde y reclama también exigencias que nacen de nuestro ser
creyentes y de la propia dinámica evangelizadora de la Iglesia, reclama la
conversión. Sigue el Papa afirmando que, sin esta dimensión teologal, en las
diversas innovaciones y propuestas que se realicen, repetiremos aquello mismo
que hoy está impidiendo, a la comunidad eclesial, anunciar el amor
misericordioso del Señor. El Papa identifica varias tendencias que le
conciernen sobre la búsqueda alemana de soluciones: la primera es la
preocupación de que la Iglesia en Alemania puede romper sus lazos con la
Iglesia universal y separarse de la comunidad global de la fe. También alertó
sobre la tentación de los promotores del gnosticismo, que buscan decir algo
siempre nuevo y distinto de lo que la palabra de Dios les regalaba, y agrega
que existe una tentación del maestro de la separación, que terminan
fragmentando de hecho el cuerpo santo del pueblo fiel de Dios.
A esta carta, la Conferencia Episcopal
alemana no dio una respuesta. Más bien, desde que planeó el Sínodo hasta el día
de hoy, han venido caminando en el mismo y sin estar aprobadas oficialmente sus
conclusiones, han implementado dichas medidas contrarias a la sana doctrina
milenaria católica en cuanto a la tradición, la moral sexual y el Magisterio
milenario católico.
Un segundo documento que quiero hacer mención
es al “Responssum” o carta de respuesta de la Congregación para la
Doctrina de la Fe (CDF), a la duda expresada por los fieles católicos a la
pregunta “¿La Iglesia dispone del poder para impartir la bendición a uniones
de personas del mismo sexo?” (2/2021). En esta carta, la CDF, aclara y
advierte al mismo tiempo a la Iglesia católica alemana: “En algunos
ambientes eclesiales se están difundiendo proyectos y propuestas de bendiciones
para uniones de personas del mismo sexo… entre las acciones litúrgicas de la
Iglesia revisten una singular importancia los sacramentales: signos sagrados
creados según el modelo de los sacramentos, por medio de los cuales se expresan
efectos, sobre todo de carácter espiritual, obtenidos por la intercesión de la
Iglesia. Por ellos, los hombres se disponen a recibir el efecto principal de
los sacramentos y se santifican las diversas circunstancias de la vida”.
Recuerda la CDF que el Catecismo aclara que los sacramentales no confieren la gracia
del Espíritu Santo como los sacramentos, más bien significan siempre unos
efectos, sobre todo de carácter espiritual, pero por la oración de la Iglesia
preparan a recibirla y disponen a cooperar con ella.
Dice también la CDF que al género de los sacramentales
pertenecen las bendiciones, con las cuales la Iglesia invita a los hombres a
alabar a Dios, los anima a pedir su protección, los enseña a hacerse dignos,
con la santidad de vida, de su misericordia. Por lo tanto, recuerda y afirma la
CDF que “no es lícito impartir una bendición a relaciones, o a parejas
incluso estables, que implican una praxis sexual fuera del matrimonio, como es
el caso de las uniones entre personas del mismo sexo. La presencia en tales
relaciones de elementos positivos, que en sí mismos son de apreciar y de
valorar, con todo no es capaz de justificarlas y hacerlas objetos lícitos de
una bendición eclesial, porque tales elementos se encuentran al servicio de una
unión no ordenada al designio de Dios”.