miércoles, 6 de diciembre de 2023

“Hoy les ha nacido el Salvador: Cristo, el Señor”

 

  Hemos entrado ya en el último mes de este año. Hemos recorrido un camino largo, pero que a la vez a muchos nos ha parecido corto. Y es que el tiempo es el mismo, no cambia; lo que cambia es el ritmo de vida en el que estamos inmersos. Este aceleramiento nos parece que la vida se nos va sin darnos cuenta, se gasta, se diluye, se disuelve, se acaba. Por esto es por lo que se nos dice que debemos aprovechar el tiempo; y es que, ¡todo tiene su tiempo! Y para nosotros, es el tiempo de volvernos hacia Dios. Por esto nos preparamos en estos días para recibirlo con gozo y alegría, no solo en el pesebre que preparamos en una esquina de la casa o en otros lugares fuera, sino y, sobre todo, nos preparamos para recibirlo en el pesebre de nuestro corazón, porque es allí donde él quiere nacer y habitar de manera permanente.

  El Señor, en la figura de un niño indefenso, viene a tomar posesión de lo que le pertenece: nuestro ser. Pero, aunque somos hechura de sus manos, esa posesión se dará en la medida en que cada uno de nosotros se lo permitamos; si nos decidimos a abrir las puertas de nuestro corazón para que entre y con su luz nos ilumine para siempre, - y así dejar de ser posesión del maligno, de nuestros deseos impuros -, y dejar que la vida de la gracia que se nos manifiesta en estos días sea abundante en nuestros corazones, nuestros hogares, nuestras comunidades y nuestra sociedad.

  Este nacimiento nos tiene que llevar a presentarnos como los pequeños y humildes, para experimentar toda la gracia y bendiciones que la presencia del divino niño nos trae. Este niño no viene con las manos vacías, sino que nos trae el gran regalo del Reino de su Padre celestial: reino de justicia, amor, paz, misericordia, fraternidad, compasión, solidaridad, salud, liberación…, en definitiva, nos trae el regalo del Reino de la vida.

  Pues este niño es la luz del mundo que viene a iluminar la oscuridad de su pueblo santo; viene a liberarnos de las esclavitudes y posesiones de los espíritus inmundos y la idolatría. Viene para mostrarnos cuál es el camino que nos conduce hacia la libertad y la vida; viene para llevarnos de vuelta al Dios verdadero. Se hace uno de nosotros y uno con nosotros, para transformarnos en santos, como su Padre celestial es santo. Nos enseña, con su Encarnación, que el camino para tener acceso a la grandeza y eternidad de Dios es la humildad. Nos viene a enseñar a tener los pensamientos de Dios, a vivir como sus hijos, a acercarnos a él para tratarlo y llamarle Padre. En fin, se hace uno de nosotros para que lo conozcamos, creamos más en él, lo amemos más y lo testimoniemos más.

  Abramos nuestro corazón a esa presencia divina que se nos manifiesta en la imagen de este niño. Gran parte de la humanidad hoy está poseída por muchos dioses; hay mucho peligro en esa cercanía idólatra; estamos muy vulnerables a la posesión y dominio de los ídolos. Este Dios poderoso, en la figura de un niño, viene para liberarnos de la convulsiones, temblores y frenesís violentas que gran parte de la humanidad y de su Iglesia están experimentando en la actualidad.

  Dejemos que la presencia de Dios entre nosotros nos libere de la idolatría y posesiones demoníacas. Que ilumine nuestra nación; cuide y proteja nuestra cultura de las asechanzas del enemigo. Que la oscuridad no nos arrope y desvíe del buen camino que nos conduce a Dios. Dios viene a nosotros en la imagen de un niño, viene a nuestro encuentro, viene a estar con nosotros, a caminar con nosotros. Es el Señor que nos visita y nos trae la alegría que nada ni nadie nos podrá quitar; viene a ponerse en nuestras manos, se abandona a nuestro cuidado y protección; se confía a nosotros para que podamos confiarnos a él.

  Su presencia y su mensaje del evangelio nos traen y participan del amor y el perdón de Dios, que vence las potestades y principados de los ídolos y espíritus inmundos. Su persona y su palabra nos guían y llevan a la salvación para la que fuimos creados y llamados: esta es nuestra vocación divina y debemos esforzarnos por vivir de acuerdo con ella, como nos lo dice el apóstol san Pablo.

  Con su nacimiento, el Señor nos dice que toda vida es sagrada y hay que protegerla; las mujeres, los niños y los hombres somos iguales y heredamos la misma promesa: su reino eterno. Que los pobres y débiles no fueron creados a imagen de Dios a diferencia de los ricos y poderosos; que la sexualidad es un regalo sagrado de Dios y que tiene que ser vivida en el sagrado matrimonio; y que los gobernantes y sus gobiernos están sometidos a la voluntad divina.

 Así es queridos hermanos: ¡Dios nacerá y pondrá su morada entre nosotros y estamos alegres!

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