Hemos entrado ya en el último mes de este
año. Hemos recorrido un camino largo, pero que a la vez a muchos nos ha
parecido corto. Y es que el tiempo es el mismo, no cambia; lo que cambia es el
ritmo de vida en el que estamos inmersos. Este aceleramiento nos parece que la
vida se nos va sin darnos cuenta, se gasta, se diluye, se disuelve, se acaba.
Por esto es por lo que se nos dice que debemos aprovechar el tiempo; y es que,
¡todo tiene su tiempo! Y para nosotros, es el tiempo de volvernos hacia Dios.
Por esto nos preparamos en estos días para recibirlo con gozo y alegría, no
solo en el pesebre que preparamos en una esquina de la casa o en otros lugares
fuera, sino y, sobre todo, nos preparamos para recibirlo en el pesebre de
nuestro corazón, porque es allí donde él quiere nacer y habitar de manera
permanente.
El Señor, en la figura de un niño indefenso,
viene a tomar posesión de lo que le pertenece: nuestro ser. Pero, aunque somos
hechura de sus manos, esa posesión se dará en la medida en que cada uno de
nosotros se lo permitamos; si nos decidimos a abrir las puertas de nuestro
corazón para que entre y con su luz nos ilumine para siempre, - y así dejar de
ser posesión del maligno, de nuestros deseos impuros -, y dejar que la vida de
la gracia que se nos manifiesta en estos días sea abundante en nuestros corazones,
nuestros hogares, nuestras comunidades y nuestra sociedad.
Este nacimiento nos tiene que llevar a presentarnos
como los pequeños y humildes, para experimentar toda la gracia y bendiciones
que la presencia del divino niño nos trae. Este niño no viene con las manos
vacías, sino que nos trae el gran regalo del Reino de su Padre celestial: reino
de justicia, amor, paz, misericordia, fraternidad, compasión, solidaridad,
salud, liberación…, en definitiva, nos trae el regalo del Reino de la vida.
Pues este niño es la luz del mundo que viene
a iluminar la oscuridad de su pueblo santo; viene a liberarnos de las
esclavitudes y posesiones de los espíritus inmundos y la idolatría. Viene para
mostrarnos cuál es el camino que nos conduce hacia la libertad y la vida; viene
para llevarnos de vuelta al Dios verdadero. Se hace uno de nosotros y uno con
nosotros, para transformarnos en santos, como su Padre celestial es santo. Nos
enseña, con su Encarnación, que el camino para tener acceso a la grandeza y eternidad
de Dios es la humildad. Nos viene a enseñar a tener los pensamientos de Dios, a
vivir como sus hijos, a acercarnos a él para tratarlo y llamarle Padre. En fin,
se hace uno de nosotros para que lo conozcamos, creamos más en él, lo amemos
más y lo testimoniemos más.
Abramos nuestro corazón a esa presencia
divina que se nos manifiesta en la imagen de este niño. Gran parte de la
humanidad hoy está poseída por muchos dioses; hay mucho peligro en esa cercanía
idólatra; estamos muy vulnerables a la posesión y dominio de los ídolos. Este
Dios poderoso, en la figura de un niño, viene para liberarnos de la
convulsiones, temblores y frenesís violentas que gran parte de la humanidad y
de su Iglesia están experimentando en la actualidad.
Dejemos que la presencia de Dios entre
nosotros nos libere de la idolatría y posesiones demoníacas. Que ilumine
nuestra nación; cuide y proteja nuestra cultura de las asechanzas del enemigo.
Que la oscuridad no nos arrope y desvíe del buen camino que nos conduce a Dios.
Dios viene a nosotros en la imagen de un niño, viene a nuestro encuentro, viene
a estar con nosotros, a caminar con nosotros. Es el Señor que nos visita y nos trae
la alegría que nada ni nadie nos podrá quitar; viene a ponerse en nuestras manos,
se abandona a nuestro cuidado y protección; se confía a nosotros para que
podamos confiarnos a él.
Su presencia y su mensaje del evangelio nos
traen y participan del amor y el perdón de Dios, que vence las potestades y principados
de los ídolos y espíritus inmundos. Su persona y su palabra nos guían y llevan
a la salvación para la que fuimos creados y llamados: esta es nuestra vocación
divina y debemos esforzarnos por vivir de acuerdo con ella, como nos lo dice el
apóstol san Pablo.
Con su nacimiento, el Señor nos dice que toda
vida es sagrada y hay que protegerla; las mujeres, los niños y los hombres
somos iguales y heredamos la misma promesa: su reino eterno. Que los pobres y
débiles no fueron creados a imagen de Dios a diferencia de los ricos y
poderosos; que la sexualidad es un regalo sagrado de Dios y que tiene que ser
vivida en el sagrado matrimonio; y que los gobernantes y sus gobiernos están
sometidos a la voluntad divina.
Así es queridos
hermanos: ¡Dios nacerá y pondrá su morada entre nosotros y estamos alegres!
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