Al proclamar la Independencia Nacional en
1844, de la dominación haitiana, Juan Pablo Duarte y sus compañeros quisieron
que los cimientos de la nueva nación se forjaran sobre la base del cristianismo
y por eso asumieron como lema Dios, Patria y Libertad.
No hay dudas de las convicciones de fe que tenía
y manifestaba Juan Pablo Duarte en el Dios de Jesucristo, el Dios de Israel.
JPD, tenía una creencia religiosa profunda, fruto no del azar, sino de una
educación y acompañamiento que se gestó desde su más tierna edad. Era un hombre
de una manifiesta entrega, solidaridad, generosidad y sensibilidad. Pareciera
que JPD encarnaba el más noble ideal del verdadero cristiano que asumía la
enseñanza del Maestro de Nazaret, que no era indiferente ante el dolor y sufrimiento
humano. La caridad cristiana era distintiva de su persona y de su vida. No era
un hombre desencarnado. Por eso sigue siendo un ejemplo, no sólo en lo
referente a la libertad de la opresión del yugo extranjero, sino que también es
un ejemplo en obras de amor y sacrificio para sus semejantes. Este también fue
parte del legado que nos dejó como dominicanos.
JPD quiso dejar claro los cimientos
cristianos de la naciente nación y por eso los plasmó en el credo patriótico de
la sociedad secreta La Trinitaria. Podemos afirmar, de manera jocosa, que JPD
no fue un cristiano de la secreta. Su fe cristiana fue cauce de expresión que
hizo de él un gigante: “No es la cruz signo de padecimiento, sino símbolo de la
redención”. Vivió una fe religiosa que lo llevó a servir a la Patria y no a
servirse de ella. Leemos en su ideario: “Sigan, repito, y su gloria no será
menor por cierto que la de aquellos que desde el 16 de julio de 1838 vienen
trabajando en tan santa empresa bajo el lema Dios, Patria y Libertad, que son
los principios fundamentales de la República Dominicana”.
Dios es la fuerza creadora, el infinito,
razón última de todo cuanto existe. Dios es Padre, Creador, Redentor, Salvador,
Providencia. El Padre que no se olvida ni abandona a sus hijos; que reúne a sus
hijos como la gallina reúne a los polluelos bajo sus alas, para protegerlos y
cuidarlos.
Todo lo anterior viene al caso de que,
ciertamente somos una “nación bajo Dios”. Pero debemos preguntarnos si vivimos
y actuamos como tal. Recordamos aquí las palabras de uno de los padres
fundadores de los Estados Unidos de Norteamérica, John Winthrop que, en un
discurso a la nación dijo que, si los Estados Unidos seguía los caminos de
Dios, se iba a convertir en la más bendecida, próspera y poderosa de las
civilizaciones”. Pero les advirtió al mismo tiempo que, “si nuestro corazón se
desvía, y no obedecemos, sino que somos seducidos, adoramos y servimos a otros
dioses, a nuestro propio placer y a favor de nuestras ganancias, y servimos a
todo eso… ciertamente pereceremos” (sermón Un Modelo de Caridad Cristiana,
1630).
Pues el ADN espiritual nuestro, - como nación
libre, soberana e independiente -, proviene nada más que del mismo pueblo de la
alianza, de Israel: la ley, los salmos, los profetas de este pueblo son los que
contiene la Biblia cristiana. Pero, así como Israel traicionó a Dios, también
podemos decir que nuestra nación está en un camino de traición a Dios; nos
estamos apartando poco a poco del camino de Dios; nos estamos alejando de Dios
para acercarnos a los ídolos de la modernidad y el progresismo, que deviene en
el ecologismo, el feminismo radical, la fiebre climática, la ideología de género,
el veganismo, el indigenismo. Estamos abandonando la lucha con Dios para
rendirnos a la seducciones y esclavitudes de este modernismo y progresismo
idolátrico que nos impone sus esclavitudes para apartarnos del Dios verdadero.
Nuestros valores, principios y fundamentos
cristianos están siendo reemplazados por principios idólatras, la ética
cristiana por una ética mundial-pagana y la cosmovisión cristiana por una
cosmovisión de fraternidad universal. Podríamos afirmar, aunque suene fuerte,
que nuestra sociedad dominicana viene avanzando en un proceso de paganización.
Gran parte de nuestra nación viene arrodillándose a sus baales, que son sus
amos, dueños y señores, ya que le han prometido prosperidad, fecundidad,
aumento y ganancia. Y han caído en la tentación de adorarle y rendirse a ellos,
a sus seducciones y engaños. Gran parte de las calamidades que vivimos como nación
son causa de esta traición y alejamiento de Dios. Y es que no podemos negar que
la palabra de Dios y su ley han servido como salvaguarda contra los poderes y
dioses paganos, pero al ir echando a un lado a Dios, se han abierto las puertas
de nuestra sociedad para que entre el enemigo. Nuestra nación dominicana está abandonando
la edificación sobre la piedra angular, que es Cristo y su palabra, para
edificar sobre arena. Las instituciones de nuestra nación están siendo vaciadas
de la presencia de Dios, y ese espacio lo están ocupando otros espíritus
paganos. Las consecuencias las estamos pagando.