Hoy tenemos la oportunidad, gracias a Dios
Padre y su Hijo Jesucristo, de poder celebrar una vez más a nuestra Madre del
cielo, la Virgen María, en su advocación de la Merced. Esta palabra, Merced,
significa misericordia. Dios nos comunica y participa de sus misericordias por
medio de la Madre de Su Hijo.
Celebrar a nuestra Madre celestial nos debe
de llevar a la búsqueda constante mediante su grande fe, que es mayor que la de
cualquier otra criatura. La luz divina del Espíritu Santo que la arropó y su
amor sin límite a Dios y a los hombres, le hacían anhelar y clamar por la
venida del Salvador que traería la paz, la misericordia, la justicia, la
sanación, la liberación y la vida al mundo.
Esta advocación, que está registrada como
aparición de nuestra Madre celestial, nació en la ciudad de Barcelona en agosto
del año 1218, cuando ella se le apareció al mercader Pedro Nolasco, para
encomendarle que fundara una Orden religiosa que se dedicara a la liberación de
los cristianos cautivos. El lema que asumirán los miembros de esta familia
religiosa será “libres para liberar”. En ese tiempo se vivía la triste realidad
del saqueo de los llamados “moros” que llevaban prisioneros de esas tierras y
los esclavizaban, en particular a los cristianos, éstos perdían la fe pensando
que Dios los había abandonado y eran forzados a convertirse al islam bajo
amenaza de asesinato, así como de violaciones a las mujeres. En la actualidad,
en estos tiempos de la modernidad y la progresía, esta crisis de fe y esclavista
ha vuelto a resurgir.
Pedro Nolasco, como mercader de aquel
entonces, era testigo de todas estas atrocidades, barbaridades y abusos a los
cristianos y se ingenió la manera de buscarle una salida a aquella situación y
es cuando empieza a comprar a esos esclavos cristianos para devolverles su
libertad, pero, no sin antes ayudarles a curar sus heridas y que recobraran su
dignidad. Pedro Nolasco cumplía así aquella enseñanza de Jesús que se nos narra
en la perícopa del buen samaritano en el evangelio de san Lucas 10,25-37. Pedro
Nolasco fue el aquel hombre, creyente en Dios, que veía a estos hermanos de fe
en su dolor y sufrimiento y privados de su fe en Cristo, llegaba donde estaban
y se compadecía de ellos; se acercaba, vendaba sus heridas, luego poniéndolos
sobre su cabalgadura los llevaba a un lugar seguro y limpio y cuidaba de ellos.
Pero, allí también los evangelizaba; les ayudaba a recuperar la fe y confianza
en el Dios de Jesucristo y los regresaba a sus casas, con los suyos.
Pues la Madre del cielo, viendo este accionar
de este hijo suyo, le comunica en una aparición su voluntad de que esta obra
siga adelante: hay que seguir liberando a sus hijos espirituales de toda
esclavitud. Con este deseo de la Virgen Madre y su amado Hijo, se cumplen
también aquellas palabras del Señor Jesucristo, cuando le dijo a su apóstol
Pedro, en el pasaje de la pesca milagrosa: “No temas; porque desde ahora serás
pescador de hombres” (Lc 5,10). Pues san Pedro Nolasco fue elegido por Jesús
para ser liberador de hombres cautivos por su fe. Sin importar el miedo e
indignidad, Cristo, mostrando su misericordia a través de su santa Madre, lo
hizo digno y valiente, junto a otros compañeros que abrazaron la misma causa.
En la segunda lectura a los Gálatas que hemos
escuchado, el apóstol Pablo nos recuerda una verdad incuestionable: Cristo nos
ha liberado. Pero nos recuerda también que debemos mantenernos en dicha
libertad para poder vivir como verdaderos hijos de Dios y fieles discípulos
suyos. El apóstol de los gentiles nos recuerda que la libertad está fundada en
el amor a Dios y al prójimo, y que por eso no admite el que entre nosotros nos destruyamos
dando cabida a los chismes y críticas mordaces. Nos invita a que nos dejemos
guiar por el Espíritu de Dios para que podamos vencer las apetencias de la
carne y dar lugar y espacio a las apetencias del Espíritu, como son el amor, la
alegría, la paz, la paciencia, la afabilidad, la bondad, la fidelidad, la mansedumbre
y el dominio de sí.
Son varias las ocasiones en las que el mismo
Cristo nos habla e insiste que vino a liberarnos, sobre todo de la esclavitud
del pecado. Pero también nos libera de la esclavitud del miedo que muchas veces
nos aparta de Dios y nos hace renegar de nuestra fe cuando nos sentimos amenazados.
Y es que son muchos los cristianos que, por no entregar su vida por Cristo, han
caído en esta trampa del demonio y esto lo único que trae es consecuencia
negativa para el que se deja dominar por ello. El Señor ya había dicho que,
quien lo negare delante de los hombres, él también lo negaría delante de su
Padre; y quien lo reconozca delante de los hombres, él también lo reconocería
delante de su Padre.
Y es que satanás, el padre de la mentira, se
vale de sus servidores para inducirnos y llevarnos a la esclavitud con su
astucia. Este enemigo de Dios y de sus hijos, quiere nuestra esclavitud apartándonos
de nuestro Padre celestial y su Hijo Jesucristo; satanás y sus demonios se
gozan con la esclavitud nuestra y así ganan adeptos para sus huestes demoníacas.
El relato del evangelio de la misa nos habla
de la asistencia de la Madre de Jesús a una boda en compañía de su Hijo y sus
discípulos. Vemos aquí la preocupación de la Virgen Madre por estos jóvenes
esposos preocupados porque se les ha acabado el vino. Esta carencia amenaza con
volver triste aquel ambiente festivo. Pero, donde está Jesús, el Hijo de Dios,
su predilecto, no puede faltar el buen vino de la alegría y la felicidad, el
vino nuevo de la gracia y que alegra el corazón. Vemos en esta acción de la Virgen
Madre que ella no es la que obra el milagro, sino que impulsa a su Hijo a que actúe
en ayuda de estos esposos, y a los servidores les dice aquella frase que, - más
bien es un mandato -, y marcará para siempre nuestra fe y confianza en Jesús: “Hagan
lo que él les diga”.
La Virgen María no es diosa. Su misión en el plan
salvador de Dios es la de ser la Madre de su divino Hijo. Por lo tanto, su
misión es netamente maternal. Ella es un ser humano como nosotros, pero
privilegiada y preservada del pecado por designio divino, porque fue la elegida
para ser la Madre de nuestro Salvador. Ella es la mujer humilde y prudente que
conoce el corazón de su Hijo Jesús y sabe que no la defraudará en su petición.
María es la mujer de una caridad profunda; de
una libertad plena para aceptar la voluntad de Dios y ser el canal por el cual
llegará la redención y la liberación al hombre; es la Madre de una fe y
confianza en el poder de su divino Hijo, y que por eso le arranca el primer
milagro en las bodas de Caná, dándose así a conocer ante los demás y despertar
la fe en ellos. María no usó la libertad para hacer lo que se le antojara ni
para ir en contra del designio de Dios. Acudir a la Virgen Madre es garantía
para nosotros de que estaremos bajo su protección maternal y no seremos desatendidos
en nuestras peticiones, súplicas y oraciones en nuestras necesidades. Por eso
es por lo que debemos de fortalecer nuestro amor y devoción a esta insigne Señora.
Amar, creer y confiar en el Hijo es también amar, creer y confiar en la Madre:
si el camino para llegar al Padre es su Hijo; entonces el camino para llegar al
Hijo es su Madre.
Hoy, como nación, celebramos a la Virgen María
de las Mercedes. Mirando hacia nuestro escudo nacional, en el listón superior
leemos la palabra Libertad. Nuestra nación dominicana fue llevada a la libertad
del yugo opresor haitiano. Nuestra nación sufrió por veintidós años la
esclavitud de diferentes formas, siendo una de ellas, la esclavitud de no poder
manifestar su fe en el Dios cristiano, llevada a cabo con persecuciones,
expropiaciones y deportando sacerdotes al extranjero; e imponiendo otra práctica
religiosa oscurantista nada acorde con la fe cristiana que nos transmitieron
los evangelizadores del nuevo mundo. Nuestra nación dominicana vivió en ese
entonces un tiempo de verdadera esclavitud, hasta prohibiendo hablar el
español. Pero hoy esta libertad vuelve a verse amenazada porque se ha venido
gestando y propiciando todo un entramado contra ella, que abarca ataques tanto
desde fuera como desde dentro. Se está tratando de borrar nuestra fe cristiana,
relativizándola con el inmigracionismo, puesto que esto no significa ningún
progreso y es más bien un crimen contra nuestra sobrevivencia; con esta acción
lo único que se favorece es el sincretismo religioso y borrar nuestra identidad
nacional, falseando incluso nuestra historia desde el sistema educativo. Ya el
mismo Señor había advertido que, todo reino dividido internamente, va a la
ruina. Y hay grupos dentro de nosotros que están promoviendo estas divisiones,
porque se lucran con ello. Pero no son más que traidores. Dominicanos que
actúan en contra de nuestra Patria. Y es que, “cuando perdemos el derecho a ser
diferentes, perdemos el privilegio a ser libres” (Charles Evans Hughes).
Tenemos, al mismo tiempo otra realidad que
nos plantea una situación de esclavitud social y esta tiene que ver con la
justicia. Vivimos la triste realidad de que en nuestra sociedad dominicana es
difícil, triste y lamentable el que no veamos resueltos tantos actos
delincuenciales y de corrupción pública y privada, con el agravante de que al
no resolverse jurídicamente se envía el equivocado mensaje de que en nuestra
sociedad está bien posicionada la impunidad. Cuando la justicia falla o es
inexistente, las libertades se ven amenazadas o incluso anuladas. Los ciudadanos
vemos cómo el aparato judicial dominicano parece estar bajo una especie de secuestro
que necesita ser liberado, porque “donde no hay justicia, tampoco hay
libertad”.
Por otro lado, está también la presión de
países y organismos internacionales que vienen ejecutando políticas impositivas
que lo que buscan es la destrucción de nuestro país como nación libre y
soberana; de que nuestra nación asuma la solución de la crisis haitiana, porque
nos quieren hacer sentir los culpables de la desgracia de ese pueblo, y - porque ellos no quieren recibirlos en sus
países -, con lo que esto representa de la pérdida también de nuestra libertad
y autodeterminación como nación. Nosotros no somos esclavizadores, pero tampoco
debemos permitir que nos esclavicen.
¿Y qué decir de las crisis que están
padeciendo muchos dominicanos, como lo es el área de la salud mental y que poca
o nada de atención se le pone? Se puede decir que estamos viviendo una
verdadera esclavitud que tiene dominados, sobre todo en su interior, a muchos
ciudadanos y que no los dejan vivir en libertad. Es como si estuvieran
dominados por demonios que dañan su salud mental poseyéndolos de tal manera que
los alejan de Dios. Hemos sido testigos de acciones que desgarran nuestra
sociedad al ver cómo muchos de sus ciudadanos se destruyen a sí mismos y
destruyen a otras personas cercanas a ellos, así como a sus propias familias.
Tenemos también la triste realidad de una
gran masa poblacional que vive del espectáculo, de la pantalla, de la
superficialidad, de la vanagloria, de una vida digital; hablando un lenguaje
vulgar, ofensivo y de falta de respeto que incita a la violencia. Estas también
son esclavitudes de las que nuestra gente y nuestra Patria necesitan liberación,
ya que, donde abunda la vanidad, se carece de valentía y de libertad. Cuando la
libertad de una nación es amenazada corre el peligro de ser presa y esclava del
miedo. Y es que, “la única prisión real es el miedo, y la única libertad real
es liberarse del miedo” (Aung San Suu Kyi). Y esto es parte de lo que viene sucediendo en
nuestro país con un grupo de leyes que nos quieren imponer y que laceran y
destruyen nuestros valores, principios, identidad y buenas costumbres. Y lo
peor de esta realidad es que muchos cristianos las apoyan y promueven; otros
son indiferentes y hay otros que estamos dispuestos a dar la batalla. Estas leyes
van contra la ley natural y el derecho natural, negando al Creador y que a
nuestra nación la está llevando al precipicio.
En María de las Mercedes, nuestra Patrona, el
Hijo nos ha participado y comunicado sus misericordias. Por medio de ella nos
ha enviado la libertad que rompe las cadenas de nuestras esclavitudes
personales, familiares, sociales y espirituales. La Virgen María de las Mercedes
cuida siempre con afecto materno a los hermanos de su Hijo que se hayan en peligros
y ansiedad, para que, rotas las cadenas de toda esclavitud, alcancen la plena
libertad del cuerpo y del espíritu. Las manos de María están siempre llenas de
las gracias y misericordias de Dios, así como también de sus dones, que se
derraman sobre sus hijos e hijas de nuestra nación dominicana. Pero estas
bendiciones de Dios, comunicadas por medio de la Madre de su Hijo, necesitan
que nosotros aprendamos a escuchar y a obedecer a su amado Hijo, como nos lo recuerda
el pasaje del evangelio de la Transfiguración: “Este es mi Hijo amado,
escúchenlo”. Estas bendiciones necesitan ser sembradas en corazones sencillos y
humildes.
María de las Mercedes ha puesto su morada
entre nosotros, su pueblo dominicano. Ella nos acoge bajo su amparo y patrocinio,
y no desprecia nuestras peticiones y súplicas que le dirigimos en nuestras
necesidades como hijos y como nación. Está con nosotros para protegernos y liberarnos
de los peligros que acechan con destruir nuestra Patria dominicana. Ella nos
guía para poder resistir con valentía todos estos ataques que atentan contra
nuestra identidad, valores, principios y cultura. Ya lo dijo Miguel de Cervantes:
“La libertad es uno de los más preciados dones que a los hombres dieran los
cielos”. Este mundo moderno reivindica, proclama y defiende mucho la libertad,
pero no es más que una mentira porque, la realidad es que vivimos en las más
horrendas, perturbadoras y destructivas esclavitudes. Y es que el mundo no nos
puede dar lo que no tiene ni tendrá. La esclavitud más perfecta es aquella que
logra que los esclavos sientan placer en ser esclavos.
¿Qué le corresponde a la Iglesia hacer ante
esta realidad en nuestra nación dominicana? La Iglesia existe para favorecer el
encuentro del hombre con Dios mediante la fe y la gracia, salvaguardando la
verdad de la tradición que viene de los apóstoles. La Iglesia debe vivir en
libertad para llevar a los hijos de Dios a vivir en libertad. Proclamando,
promoviendo y defendiendo la verdad que nos hace libres; porque, “lo que es la
luz para los ojos, lo que es el aire para los pulmones, lo que es el amor para
el corazón… la libertad es para el alma del hombre” (Robert Green Ingersoll). El demonio hace esclavos, pero la verdadera
Iglesia, la de siempre, hace hijos. Mirando a nuestra Madre del cielo vemos
nosotros si la fe nos mueve a llevar a cabo la voluntad de Dios, sin poner
límites; a querer lo que él quiere, cuando él quiera y del modo que él quiera.
Hagamos nuestros los versos del poeta, que
dice: “Virgen y Madre, consuelo nuestro, haznos encontrar el buen camino. Somos
hombres y mujeres, hijos e hijas tuyos. Tú eres nuestra estrella, nosotros los
peregrinos. Ilumina siempre nuestro camino”.
Virgen María de las Mercedes.
Patrona nuestra. Ruega por nosotros. Amén.