Por P. Robert A. Brisman P.
Cuando nosotros rezamos el Credo, que es el
contenido de lo que debemos creer los católicos y la parte donde decimos que
creemos en la Iglesia, afirmamos que ella es Una, Santa, Católica y Apostólica.
Estas características son conocidas como las “notas de la Iglesia”. En
el catecismo de la Iglesia católica, en el numeral 811, leemos al respecto: “Estos
cuatro atributos, inseparablemente unidos entre sí, indican rasgos esenciales
de la Iglesia y de su misión. La Iglesia no los tiene por ella misma; es
Cristo, quien, por el Espíritu Santo, da a la Iglesia el ser una, santa,
católica y apostólica, y él es también quien la llama a ejercitar cada una de
estas cualidades”. Y en el numeral 830, nos dice: “En ella subsiste la
plenitud del Cuerpo de Cristo, unido a su Cabeza, lo que implica que ella
recibe de él, la plenitud de los medios de salvación que él ha querido:
confesión de fe recta y completa, vida sacramental íntegra y ministerio
ordenado en la sucesión apostólica. La Iglesia, en este sentido fundamental,
era católica el día de Pentecostés y lo será siempre hasta el día de la
Parusía”.
El término “católico” hace referencia a la
universalidad. Este término fue usado por primera vez por san Ignacio de
Antioquía, en una carta que escribió a la comunidad de los Esmirniotas, y lo
dijo con estas palabras: “Donde aparece el obispo, allí está reunida la
comunidad, lo mismo que donde está Cristo, allí está la Iglesia católica”. Aquí,
la expresión tiene el sentido de “verdadera Iglesia”. Por lo tanto,
todas las demás comunidades cristianas que existen se han separado de ella,
rompiendo el vínculo con las comunidades apostólicas. Son iglesias o
comunidades surgidas a partir de la voluntad de los hombres, no de Cristo. La división
viene de ellos.
Esto viene al caso porque, hace varios años
atrás, hemos venido escuchando por los medios de comunicación de masas y las
redes sociales, el anuncio de la decisión que han tomado varios artistas, sobre
todo del género de la música popular, de que han encontrado a Dios o se han
convertido a Cristo. Algunos de ellos hasta se han convertido en predicadores
del evangelio. Éstos han hecho la referencia o la salvedad de que antes eran
católicos, pero se han convertido a Cristo y esto conlleva el salir o abandonar
la Iglesia católica. El caso más reciente ha sido la “conversión” del
artista colombiano Juanes. Este publicó en sus redes sociales lo siguiente: “Desde
que soy cristiano y dejé el catolicismo soy una persona nueva y llena de
esperanzas”.
Este artista no especifica con sus palabras
que no abandonó la Iglesia católica. Pero se puede intuir que así es. Ahora, la
pregunta que viene al punto es ¿alguna vez se interesó este artista por conocer
la doctrina y la Iglesia en la que él recibió la fe? Bien dice la frase “nadie
ama lo que no conoce”. Pero, lo que sí podemos desprender de este caso es
que, este artista, como muchos tantos católicos, sólo vivían un catolicismo
cultural, es decir, de puro un cumplimiento de costumbres, y no de práctica, de
convicciones. Dicho de manera más llana, era un católico cultural porque fue
bautizado en la Iglesia católica, a lo mejor fue confirmado, hizo su primera
comunión, se confesó previamente para recibir ese sacramento; quisa se casó por
la Iglesia católica alguna vez por un asunto de costumbre familiar y no por
convencimiento, iba a la Iglesia católica a alguna celebración litúrgica por
puro cumplimiento, etc. Claro que, si para este artista es real este paso de fe
y ha encontrado a Cristo en ello, pues que el mismo Cristo le fortalezca esa
convicción.
Pues este catolicismo cultural es un fracaso,
y esto es lo que viven muchos católicos hoy en día. Ser católico no es tener un
título, sino más bien es vivir la vida a la manera cristiana. Esta es la
diferencia de vivir un catolicismo de práctica ferviente, persevante y
constante. Este es el catolicismo que tenemos que aprender a vivir. Un
catolicismo que sea un verdadero testimonio de vida para los que nos rodean y
así puedan creer que Cristo vive y que su promesa de vida eterna es verdadera. La
Iglesia es nuestra madre y procura nuestro bien, no solo en esta vida, sino
también en la otra. Y como madre, es lamentable el que muchos de sus hijos e
hijas no la experimenten como tal y, por lo tanto, no se empeñan en conocerla
para poder amarla. Es verdad que la Iglesia no es la que nos salva, pero sí es
camino, medio para lograr alcanzar la salvación. Es nuestro puente para poder
llegar al otro lado de la orilla, ya que en ella están los medios necesarios
para nuestra salvación, que son los sacramentos que nos comunican la gracia
santificante y los mandamientos de Dios. Este es el gran tesoro que nuestra
madre Iglesia ofrece a sus hijos e hijas como patrimonio y salvación.
No se trata de ser católico solo de palabra y
de costumbres, sino de convicciones; de dejar que la gracia santificante que
recibimos en los sacramentos nos vaya fortaleciendo y guiando en nuestro
caminar de conversión, de fe y confianza en Dios.