Por Pbro. Robert A. Brisman P.
El mes de febrero la Iglesia
siempre lo ha dedicado a la Jornada mundial del enfermo. La mística cristiana
no elimina el sufrimiento, sino que lo eleva en Dios. El sufrimiento se
convierte en un camino hacia el amor de Dios.
Una parte importante del mensaje del
evangelio es la que tiene que ver con la sanación. El evangelio de Jesucristo
es mensaje de sanación, tanto física como espiritual. Jesús se nos presentó
como el médico que vino a sanarnos de nuestras enfermedades físicas y
espirituales. Pero, no solo es el médico que nos atiende, sino que también nos
trajo la medicina que nos sana: su gracia, su misericordia. Para poder sanar de
nuestras heridas, tenemos que acercarnos al médico y usar la medicina que nos
receta.
Son varios los textos del evangelio en los
cuales Jesús nos muestra su acción sanadora. Él dijo que no son los sanos los
que necesitan al médico, sino los enfermos, sobre todo, los enfermos por el
pecado. Tenemos el texto del evangelio donde Jesús envió a sus discípulos a
predicar el Reino de Dios dándoles poder y autoridad para sanar a los enfermos
de sus enfermedades, y éstos, actuando en nombre de su Señor, realizaron
milagros de sanación, tanto física como espiritual. Y es que, el apóstol de Cristo es un
evangelizador, predicador y sanador. Pero todo esto lo realiza en nombre del
Señor, que es el que, en realidad sana, libera y salva. El apóstol de Cristo es
el enviado de la misericordia y la compasión.
La misericordia en el hombre es uno de los
frutos de la caridad, y consiste en cierta compasión de la miseria ajena,
nacida en nuestro corazón, por la que nos vemos movidos a socorrerla (san Agustín).
La misericordia no se queda indiferente ante el dolor y el sufrimiento humano;
hace suyos los dolores y apuros de ajenos; se acerca y actúa en consecuencia.
El apóstol de la misericordia obra como Cristo lo haría, puesto que actúa en su
nombre y, porque al acercarse y ayudar al que sufre, es como si lo hiciera al
mismo Jesús: “Cuando ustedes hicieron algo a uno de estos pequeños, conmigo también
lo hicieron”, dijo Jesús.
Este mes de febrero la Iglesia siempre lo ha
dedicado a la atención y acompañamiento de los enfermos, porque este ministerio
es parte esencial del evangelio de Jesucristo. No lo hace como una acción
altruista, sino evangelizadora. Y es que el dolor y el sufrimiento humano son
también un terreno para la manifestación del amor misericordioso y sanador de
Cristo y de evangelización. El corazón del mensaje de nuestra señora de Lourdes
es la llamada a los enfermos del alma, de los cuales la enfermedad física es un
signo visible. La enfermedad y la muerte, leemos en la Biblia desde el principio,
han entrado en el mundo por culpa del pecado. El sanado es un testigo del hecho
de que para el Dios de Cristo es posible un milagro mucho mayor que el de
devolver la salud a quien, sin remedio, antes o después morirá: el perdón de
los pecados y el don creer. Por lo tanto, los milagros son dones preciosos, de
los cuales deberíamos estar agradecidos, pero no son indispensables. Por esto
vemos en el evangelio la negativa, muchas veces de Jesús, a realizar milagros
cuando se lo pedían como condición para creer en él. El milagro no es la base
de nuestra fe, sino al revés: “Señor, que no necesitemos milagros para creer.
Pero que tengamos tanta fe, que merezcamos que nos los hagas” (Hora Apostólica
de la Guía de Peregrino MCC).
Dios no evita el sufrimiento, pero puede
transformarlo y mediante el sufrimiento provocar el bien. Demos amor, compasión,
misericordia, consuelo y compañía a tantos hermanos nuestros que están enfermos
y a sus familiares. Mostrémosles el amor compasivo y misericordioso de Cristo
ante su dolor y sufrimiento que nos trae la sanación física y, sobre todo
espiritual. Aprendamos a tratar a los demás como queremos que nos traten, sobre
todo ante esta realidad humana de la enfermedad. Pidamos la virtud de la paciencia
al Señor ante el hermano que sufre y está enfermo.