jueves, 6 de febrero de 2025

Experimentemos el amor de Dios en el sufrimiento

 Por Pbro. Robert A. Brisman P.

El mes de febrero la Iglesia siempre lo ha dedicado a la Jornada mundial del enfermo. La mística cristiana no elimina el sufrimiento, sino que lo eleva en Dios. El sufrimiento se convierte en un camino hacia el amor de Dios.

  Una parte importante del mensaje del evangelio es la que tiene que ver con la sanación. El evangelio de Jesucristo es mensaje de sanación, tanto física como espiritual. Jesús se nos presentó como el médico que vino a sanarnos de nuestras enfermedades físicas y espirituales. Pero, no solo es el médico que nos atiende, sino que también nos trajo la medicina que nos sana: su gracia, su misericordia. Para poder sanar de nuestras heridas, tenemos que acercarnos al médico y usar la medicina que nos receta.

  Son varios los textos del evangelio en los cuales Jesús nos muestra su acción sanadora. Él dijo que no son los sanos los que necesitan al médico, sino los enfermos, sobre todo, los enfermos por el pecado. Tenemos el texto del evangelio donde Jesús envió a sus discípulos a predicar el Reino de Dios dándoles poder y autoridad para sanar a los enfermos de sus enfermedades, y éstos, actuando en nombre de su Señor, realizaron milagros de sanación, tanto física como espiritual.  Y es que, el apóstol de Cristo es un evangelizador, predicador y sanador. Pero todo esto lo realiza en nombre del Señor, que es el que, en realidad sana, libera y salva. El apóstol de Cristo es el enviado de la misericordia y la compasión.

  La misericordia en el hombre es uno de los frutos de la caridad, y consiste en cierta compasión de la miseria ajena, nacida en nuestro corazón, por la que nos vemos movidos a socorrerla (san Agustín). La misericordia no se queda indiferente ante el dolor y el sufrimiento humano; hace suyos los dolores y apuros de ajenos; se acerca y actúa en consecuencia. El apóstol de la misericordia obra como Cristo lo haría, puesto que actúa en su nombre y, porque al acercarse y ayudar al que sufre, es como si lo hiciera al mismo Jesús: “Cuando ustedes hicieron algo a uno de estos pequeños, conmigo también lo hicieron”, dijo Jesús.

  Este mes de febrero la Iglesia siempre lo ha dedicado a la atención y acompañamiento de los enfermos, porque este ministerio es parte esencial del evangelio de Jesucristo. No lo hace como una acción altruista, sino evangelizadora. Y es que el dolor y el sufrimiento humano son también un terreno para la manifestación del amor misericordioso y sanador de Cristo y de evangelización. El corazón del mensaje de nuestra señora de Lourdes es la llamada a los enfermos del alma, de los cuales la enfermedad física es un signo visible. La enfermedad y la muerte, leemos en la Biblia desde el principio, han entrado en el mundo por culpa del pecado. El sanado es un testigo del hecho de que para el Dios de Cristo es posible un milagro mucho mayor que el de devolver la salud a quien, sin remedio, antes o después morirá: el perdón de los pecados y el don creer. Por lo tanto, los milagros son dones preciosos, de los cuales deberíamos estar agradecidos, pero no son indispensables. Por esto vemos en el evangelio la negativa, muchas veces de Jesús, a realizar milagros cuando se lo pedían como condición para creer en él. El milagro no es la base de nuestra fe, sino al revés: “Señor, que no necesitemos milagros para creer. Pero que tengamos tanta fe, que merezcamos que nos los hagas” (Hora Apostólica de la Guía de Peregrino MCC).

  Dios no evita el sufrimiento, pero puede transformarlo y mediante el sufrimiento provocar el bien. Demos amor, compasión, misericordia, consuelo y compañía a tantos hermanos nuestros que están enfermos y a sus familiares. Mostrémosles el amor compasivo y misericordioso de Cristo ante su dolor y sufrimiento que nos trae la sanación física y, sobre todo espiritual. Aprendamos a tratar a los demás como queremos que nos traten, sobre todo ante esta realidad humana de la enfermedad. Pidamos la virtud de la paciencia al Señor ante el hermano que sufre y está enfermo.