martes, 29 de abril de 2025

Un Cónclave en tiempos de Tribulación

 

Por P. Robert A. Brisman P.

  En el evangelio de san Mateo 16,18, leemos: “Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”. Esta es la promesa del mismo Jesucristo con relación al primado del apóstol Pedro y la permanencia de su Iglesia.

  En estos días, en la Iglesia Católica nos encontramos transitando un camino de trascendencia, - si cabe el término -, por lo que nos ha tocado vivir. Estamos, primeramente, en el novenario por el eterno descanso del alma del santo padre Francisco, a quien el Señor decidió llamarlo a su presencia. Ciertamente que su muerte nos sorprendió a todos. Sabíamos de su delicado estado de salud física. Pero, no nos imaginamos que sucediera tan de repente su partida. Todos lo recordamos en su última aparición pública en la Plaza de san Pedro, durante la misa de resurrección cuando dio su breve mensaje y su bendición para la ciudad y el mundo; y al día siguiente, temprano por la mañana, se nos informaba de su muerte repentina. Debemos, como cristianos de fe, elevar nuestras oraciones por su eterno descanso y que nuestro Señor le perdone sus pecados y le otorgue el premio de la vida eterna.

  Terminado el novenario por el eterno descanso del alma del papa Francisco, pues entraremos en la segunda parte de este proceso, y es el inicio del Cónclave para elegir al nuevo Pontífice, que será el sucesor 267 del apóstol san Pedro y Vicario de Cristo en la tierra. La palabra “papa” viene del latín papas, padre, y se emplea desde hace mucho tiempo para designar al Sumo Pontífice de la Iglesia Católica.  Los papas no son sucesores de Cristo. ¿Qué significa que el papa sea llamado sucesor del apóstol san Pedro? Que ha heredado la autoridad de san Pedro, que fue el príncipe de los apóstoles y primera cabeza de la Iglesia Universal, por voluntad de Jesucristo. ¿Qué significa que el papa sea llamado Vicario de Cristo? Significa que ha sido establecido para representar a Cristo en la tierra, para actuar en su nombre y para llevarlo a las naciones de manera especial en razón del lugar que ocupa. Se le llama Romano Pontífice, porque Pedro estableció su sede en Roma, donde murió en el 64-68 d/C. El término Pontífice (del latín pontifex), originalmente significaba “constructor de puentes”, entendido espiritualmente en el sentido de que el Papa debía servir de conexión entre la presencia invisible de Cristo y su cuerpo visible, la Iglesia. Y los poderes espirituales los recibe directamente de Cristo, quien los entrega a un Papa electo al aceptar el cargo o elección” (Mons. Athanasius Schneider).

  Según el canon 332 del Código de Derecho Canónico, en el obispo de la Iglesia romana permanece una función que el Señor encomendó singularmente a Pedro, primero entre los apóstoles, y que se transmitió a sus sucesores. Conforme al mismo canon ese obispo es cabeza del Colegio Episcopal, Vicario de Cristo y pastor de la Iglesia Universal en la tierra. De estos tres títulos, el primero hace referencia a que el Papa preside el cuerpo sucesor el Colegio Apostólico en la función de gobernar y enseñar a los fieles cristianos; el segundo, a que teológicamente ejerce su potestad en nombre del Señor; y el tercero, a que tiene poder primacial sobre todos los miembros del pueblo de Dios.

  La naturaleza de la Iglesia es jerárquica. Es decir, la autoridad en ella se ejerce de manera vertical, no horizontal. La Iglesia no es una institución democrática, como tampoco es un parlamento. Cito al Papa Benedicto XVI: “La Iglesia de Cristo no es un partido, no es una asociación, no es un club: su estructura profunda e inamovible no es democrática, sino sacramental y, por lo tanto, jerárquica; porque la jerarquía fundada sobre la sucesión apostólica es condición indispensable para alcanzar la fuerza y la realidad del sacramento, la autoridad no se basa en los votos de la mayoría; se basa en la autoridad del mismo Cristo, que ha querido compartirla con los hombres que fueran sus representantes, hasta su retorno definitivo” (Informes sobre la fe).

  En los evangelios vemos que Jesús, al elegir al grupo de los Doce, no hizo ni convocó una especie de votación para ver quiénes eran los más votados entre sus seguidores. Tampoco, al elegir al apóstol Pedro como cabeza de la comunidad creyente, no convocó a una votación. Cristo eligió y nombró directamente con su autoridad, a sus discípulos más cercanos y quién sería la cabeza de ésta. Pues en esta tradición ha venido caminando la Iglesia de Cristo. Vuelvo y repito: esa es su naturaleza y no puede ser cambiada.

  Volvamos al Cónclave. Ya está anunciado al público que iniciará el día 7 de mayo en horas de la tarde. Estarán los Cardenales electoreres listos para ello. Según las normas del Cónclave, con sus modificaciones establecidas por los pontífices san Juan Pablo II y Benedicto XVI, para la elección del Romano Pontífice es necesario dos tercios de los votos y, una vez cumplida, el elegido tendrá que aceptar o no su elección. De aceptarla, inmediatamente se le preguntará con qué nombre quiere ser llamado, y a partir de su aceptación, ya ostenta la autoridad universal en la Iglesia.

  Tengamos en cuenta de que el Cónclave es para elegir al Romano Pontífice, sucesor del apóstol san Pedro y Vicario de Cristo en la tierra. No es para elegir al presidente del estado del Vaticano.

  Los cardenales, que son los que tienen la responsabilidad de la elección del Romano Pontífice y ayudar colegialmente al Papa, sobre todo en los consistorios eran llamados los “príncipes de la Iglesia”, haciendo referencia precisamente a esta característica. El cardenalato no es parte del sacramento del Orden sacerdotal, sino que es más bien, una “dignidad o título honorífico” que el Papa otorga a un ministro eclesiástico en la Iglesia. Puede recibirlo un presbítero: “Para ser promovidos a cardenales, el Romano Pontífice elige libremente entre aquellos varones que hayan recibido al menos el presbiterado y que destaquen notablemente por su doctrina, costumbres, piedad y prudencia en la gestión de asuntos; pero los que aún no son obispos deben recibir la consagración episcopal” (c 351, 1).

  En la Iglesia hay algunos casos de estos. El más reciente es el del sacerdote franciscano capuchino Rainiero Cantalamessa, quien era el predicador de la casa pontificia, revestido de la dignidad cardenalicia por al papa Francisco, y no es obispo por una dispensa que le otorgó el mismo Pontífice.

  Con respecto al Cónclave, pues ya hemos venido escuchando de todo. Todos opinan, aun sin tener el mínimo fundamento de cómo funciona esta elección. Ya los mismos enemigos de la Iglesia y del cristianismo han “elegido” al Papa que ellos quieren. Se ha dicho que el Papa que vendrá ya está elegido y que el Cónclave solo será un medio para cumplir con el requisito. Otros están esperando y quieren un Papa que ponga la Iglesia de patas arriba cambiando la doctrina: quieren un Papa que elimine el celibato sacerdotal, que apruebe la ordenación sacerdotal de las mujeres, que apruebe las uniones del mismo sexo como sacramento, así como el aborto, etc. En definitiva, quieren a un Papa que arrodille a la Iglesia al mundo, que sea su esclava, una Iglesia moderna y progresista. Estos grupos quieren a un Papa que actúe como el “dueño” de la Iglesia de Cristo. No les pasa por la cabeza de que el papa NO ES el dueño de la Iglesia, sino más bien el custodio, defensor y anunciador del evangelio de Cristo y tiene que mantener la unidad de la Iglesia, como Cristo lo mandó al apóstol Pedro.

  Nosotros debemos pedir a Cristo que le dé a la Iglesia, no el Papa que quiere el mundo, sino el Papa que necesita su Iglesia: un Pontífice que defienda la integridad de la fe católica en medio de tanta confusión de este relativismo moral que ataca a la institución natural del matrimonio y la familia, así como la sexualidad. La moral no debe adaptarse a las preferencias personales. La Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo; no es el cuerpo místico del Papa. Es la Iglesia de Cristo y no la iglesia de cada Papa. Como tampoco es válido ni correcto decir que la diócesis es del obispo fulano, o la parroquia es la parroquia del cura fulano. Nosotros pasamos y la Iglesia de Cristo permanece. Citando nuevamente al papa Benedicto XVI, al hablar de la comunión de los santos: “La comunión de los santos, significa también tener en común las cosas santas, es decir, la gracia de los sacramentos que brotan de Cristo muerto y resucitado. Es este vínculo misterioso y realísimo, es esta unión en la vida, lo que hace que la Iglesia no sea nuestra Iglesia, de modo que podamos disponer de ella a nuestro antojo; es, por el contrario, su Iglesia”.

  Necesitamos y tenemos el compromiso, como cristianos, de orar y pedir para que el próximo sucesor del apóstol san Pedro sea un sacerdote santo y que nos guíe en la santidad, en la fidelidad doctrinal del evangelio y la unidad querida por el mismo Cristo para su Iglesia: “Padre, que todos sean uno, como tú y yo somos uno”. La Iglesia se sigue construyendo, edificando en este mundo. Y debe seguir haciéndolo sobre la roca firme que es Cristo y su palabra. Una vez más hay que decir que la Iglesia no tiene que ser moderna, sino fiel a Cristo y a su evangelio. La Iglesia no está para complacer peticiones personales ni grupales adaptando la doctrina a sus gustos. Esta es la Iglesia que es camino de salvación.

  Concluyo este artículo citando la oración dirigida por la comunidad de los creyentes al Señor, en el libro de los Hechos de los Apóstoles 4, 24-30: “Señor, tú eres el que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos, el que, por el Espíritu Santo, por boca de nuestro padre David tu siervo, dijiste: ¿Por qué se han amotinado las naciones, y los pueblos han tramado empresas vanas? Se han alzado los reyes de la tierra, y los príncipes se han aliado contra el Señor y contra su Cristo. Pues bien, en esta ciudad, Herodes y Poncio Pilato, con las naciones y los pueblos de Israel, se aliaron contra tu santo Hijo Jesús, al que ungiste, para llevar a cabo cuanto tu mano y tu designio habían previsto que ocurriera. Ahora, Señor, mira sus amenazas y concede a tus servidores que puedan proclamar tu palabra con libertad; y extiende la mano para que se realicen curaciones, milagros y prodigios por el nombre de tu santo Hijo Jesús”. Amén.

sábado, 19 de abril de 2025

Una reflexión para aprender a enfrentar el dolor y el sufrimiento

 

Por P. Robert Brisman

Saludos mis hermanos.

  Hemos concluido la cuaresma y semana santa. Estamos celebrando la Pascua del Señor. Y quiero compartir con todos ustedes esta reflexión que nos sirva para aprender a enfrentar y aliviar el dolor y el sufrimiento, como una manera de ayudarnos a seguir preparándonos en este duelo en el cual nos encontramos como sociedad, y que también sirva de apoyo a todas las familias que, lamentablemente, perdieron a algún ser querido en esta tragedia sucedida en la discoteca Jet Set, que nos sorprendió la madrugada del martes 8 del presente mes.

  Quiero iniciar recordando unas palabras de nuestro Señor Jesucristo en el evangelio, que nos dijo: “Ustedes están en el mundo, pero no son del mundo; ustedes son de Dios y a Dios tienen que volver. Por lo tanto, como no saben ni el día ni la hora, lo mejor es que se preparen”.

  Todos los seres humanos morimos. Unos se nos han adelantado, y otros aún estamos en el mundo, pero como peregrinos que nos encaminamos hacia otro lugar definitivo. Ese lugar definitivo, para los que creemos en Dios y creemos que hay vida después de esta vida, la llamamos “la Jerusalén celestial”. El mismo san Pablo nos dice que “nosotros somos ciudadanos del cielo” (Fil 3,20). Como no somos de este mundo ni le pertenecemos, sino que somos de Dios y a él le pertenecemos, pues tenemos que preparar nuestro retorno a él. Cuando nuestro señor Jesucristo dijo que debemos prepararnos, estas palabras no hay que entenderlas como si fuera prepararnos para no irnos de aquí, para no morir. Sino como, prepararnos lo más y mejor que podamos en cuanto a la vida de la gracia que él nos da. Nuestra fe cristiana nos enfrenta a lo que podríamos llamar como una gran paradoja: “tener que morir, para poder vivir”.

  La muerte no es un castigo de Dios; como tampoco lo es el dolor y el sufrimiento. La muerte es el paso necesario para que nosotros podamos acceder a la vida plena y eterna con Dios. La muerte es al mismo tiempo un gran misterio. A pesar de que creemos en Dios y creemos que hay vida después de esta vida, eso no quiere decir que ante la muerte no experimentemos cierto miedo porque no sabemos a ciencia cierta lo que hay después de la muerte. Nadie ha venido del más allá para contarnos lo que hay, ni cómo es ese estado de vida.  Cristo mismo no nos dio detalles de cómo es la vida con Dios. Todo lo fundamentamos en nuestra fe en Cristo que nos dijo que creamos en él y en su promesa de vida. Sabemos que el mismo Cristo, como hombre que fue, también experimentó la muerte a esta vida, a este mundo.

  Cuando nos toca experimentar la muerte de un ser querido y de otros allegados a nosotros y, en este caso de la tragedia de la discoteca jet set, es común que nos asalten las dudas y cuestionemos a Dios. Es común escuchar a personas preguntarle a Dios ¿Por qué te lo llevaste, si era tan bueno y no le hacía mal a nadie? ¿Cómo puede Dios permitir el sufrimiento, el dolor? ¿Por qué a mí, si no le hago mal a nadie? Esto es injusto. A los demás todo les sale bien. En cambio, a mí, todo me sale mal. La pregunta central siempre es ¿Por qué Dios permite el sufrimiento? Y las respuestas a todas estas preguntas siempre es la misma: no lo sabemos. Ante el sufrimiento no es correcto preguntarnos el “por qué”, sino el “para qué”. Tenemos que preguntarnos qué hacer con el sufrimiento, cómo podemos encontrarle un sentido.

  Y es que, mis hermanos, los que creemos en Dios y en la vida eterna, no estamos exentos de experimentar el dolor, ni el sufrimiento, ni de morir a esta vida. El mismo Cristo nunca dijo algo así ni parecido; sino más bien, nos advirtió de lo que tenemos que experimentar como creyentes en Dios y seguimiento a él en el discipulado. Jesús no nos enseñó por qué debemos soportar el sufrimiento, como tampoco nos dijo por qué no eludió el sufrimiento. Sólo podemos intentar comprender lo que sucedió.

  Frente a las calamidades que sacuden nuestro mundo, sobre todo a las provocadas por la naturaleza, y que arrasan ciudades enteras y se cobran muchas muertes, esto es como una especie de bofetada para los creyentes que, nos preguntamos por qué y cómo es posible que un Dios amoroso y providente pueda permitir semejantes desgracias en la vida de sus hijos e hijas sin intervenir ni brindar ayuda. En el caso de lo sucedido en esta discoteca, las cuestionantes han venido en ese mismo sentido.

  Los accidentes, las catástrofes, el mal, las pruebas, las malas intenciones, etc., existen en el mundo. Y esto Dios no lo puede evitar. A pesar de esto, Dios existe y nos participa siempre de su amor misericordioso, de su protección. Nuestra fe en Dios Padre, no nos exenta de experimentar estas situaciones extremas. No podemos evitar el sufrimiento. Lo padecemos todos, sin excepción, creyentes, no creyentes; no importa la religión que se profese, ni la ideología que se siga. A ejemplo de Jesús, tenemos que aprender a darle un sentido existencial al dolor y al sufrimiento. El sufrimiento no lo buscamos, pero se no presenta en el camino.

  Dios no es el responsable de los males que nos llegan. Dios es justo, pero no vengativo. El mismo Jesús nos dice que Dios hace salir su sol y manda la lluvia sobre malos y buenos. Que Dios no quiere la muerte de nadie, sino que vivamos. Pero se refiere a la vida eterna, a la vida con Dios, la salvación. Y sus palabras las llevó a la práctica con sus milagros de sanación y liberación. Cuando alguien moría y le pedían que hiciera algo, nunca dijo “déjenlo así, que es la voluntad de Dios”, sino que actuaba en consecuencia: le devolvía la vida para que vieran que Dios no había mandado su muerte. Y en el pasaje de la sanación del ciego de nacimiento, cuando le preguntaron a Jesús que quién había pecado de su familia para que ese naciera ciego, y la respuesta de Jesús fue: ni pecó él ni sus padres. Este nació así para que se manifestara en él la misericordia de Dios. Y obró el milagro de sanación de este ciego (Jn 9,1-4).

  Dios no provoca la muerte, ni los accidentes, ni las catástrofes. De Dios solo procede lo bueno que hay en la vida, porque Dios ama profundamente al hombre y no puede enviarle nada que lo haga sufrir. Dios también sufre con el que sufre, ríe con el que ríe, llora con el que llora. Dios no se goza en el dolor y el sufrimiento de sus hijos, no es un Dios cruel ni sádico. Es Dios Padre de amor, de misericordia y compasivo. El sufrimiento tiene el efecto de dejarnos padecer la oscuridad de este mundo y, al mismo tiempo, transformarla en amor. El sufrimiento es una lucha contra la oscuridad y el poder del mal. El sufrimiento, asumido desde nuestra fe en Dios, se convierte para nosotros en un desafío. Dios no nos libera del sufrimiento, pero nos fortalece, como a su Hijo Jesucristo, para que soportemos la oscuridad e insoportabilidad de nuestro sufrimiento con la fuerza del amor y poder transformarlo en un lugar de profunda experiencia divina.

  Cuando un ser querido es arrancado repentinamente de esta vida sin poder despedirnos de él o de ellos, el dolor puede arrojarnos al abismo más profundo. Lo sucedido en la discoteca jet set no fue enviado por Dios, ni como castigo suyo. Él no tuvo nada que ver en esa tragedia. No es el culpable. Dios es Dios de vida y no de muerte. Dios no nos pide que entendamos ni comprendamos lo que sucede con la muerte a esta vida. Lo que sí nos pide es que creamos a su palabra, a su promesa de vida: “todo el que haya muerto vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”. Este es nuestro consuelo y esperanza cristiana.  

  Pues mis hermanos, nosotros sabemos que vamos a morir a esta vida. Pero no sabemos nada más, es decir, no sabemos ni cuándo, ni cómo, ni dónde nos sorprenderá la muerte. Por eso ya Cristo nos dijo que lo que más nos conviene es que nos preparemos en la medida en que nos esforzamos por vivir en su gracia. Recorrer esta vida profundizando cada día más en la escucha de su palabra para ponerla en práctica; no vivir esta vida apegado a ella, sino unidos cada vez más a Cristo, como la rama está unidad al tronco para recibir su sabia, su vida.

  Tenemos que seguir pidiendo a Dios que nos dé la fortaleza, la paz y el consuelo a todos. De manera especial a las familias que han vivido la experiencia amarga y desoladora de la muerte de sus seres queridos. Hay muchos que están llorando la muerte de los suyos en estos momentos y necesitan de personas que podamos estar junto a ellos, que les ayudemos a soportar su dolor, que estemos con ellos en su soledad y permanezcamos junto a ellos. Tenemos que aprender a soportar la pena que produce la pérdida de nuestros seres queridos.

  De esta tragedia nos sabremos levantar como sociedad y como creyentes en el amor y la misericordia de Dios. Que Dios se apiade de los que ha llamado a su presencia con el perdón de sus pecados y les otorgue el premio de la vida eterna. Y a nosotros que nos siga dando la fortaleza para seguir adelante. Debemos encomendar a nuestras autoridades a la providencia divina para que les ilumine y guíe en todo el proceso de esclarecimiento para buscar y encontrar la verdad de lo ocurrido en este hecho lamentable. Los familiares y toda la sociedad necesitan que se les diga la verdad de lo sucedido. El perdón y la misericordia son parte de la verdadera justicia que Dios nos pide que practiquemos. El perdón nos hace bien, primeramente, a nosotros mismos, porque nos libera de la energía negativa de la amargura y nos libera de las ofensas del otro. Es el requisito fundamental para dedicarnos nuevamente a nuestra persona y a nuestra propia vida, y para poder conformarla y vivirla con renovada energía.

  Pero esto tampoco debemos confundirla con el olvido. El perdón de Dios es medicina que sana nuestras heridas interiores, las heridas del corazón y del alma. Pero tenemos que dejar que esa medicina espiritual haga su efecto sanador. No permitamos que el odio y la rabia, que son un veneno, se apoderen de nuestro corazón, sino que el amor misericordioso de Dios sea el que inunde todo nuestro interior.

  Que Dios nos bendiga y que nuestra Madre de la Altagracia nos acompañe en nuestro caminar para la sanación de nuestro dolor y sufrimiento. 

jueves, 10 de abril de 2025

La discoteca Jet Set: una tragedia que se pudo evitar

 

Por P. Robert A. Brisman P.

  En la madrugada temprana del pasado martes 8, la sociedad dominicana nos levantamos con la lamentable y trágica noticia del derrumbe que sucedió en la discoteca Jet Set. Digo que muchos, - y quizá la mayoría de los dominicanos -, nos enteramos ya al amanecer de esta noticia puesto que, en el momento en que sucedió el hecho, pues estábamos descansando en nuestros hogares.

  Una vez más nuestra sociedad experimenta una tragedia que, a diferencia de otras que se han sucedido, pues esta ha sido de connotaciones extraordinarias por el hecho de cómo sucedió y las pérdidas de vidas humanas que ocasionó, así también como el número de heridos, tanto leves como de gravedad.

  Lo que quiero hacer en este escrito es expresar una opinión y que sea lo más objetiva posible, sin pretender jamás mostrarme como un experto en estos desastres porque, de hecho, no lo soy ni tengo la preparación profesional para hacerlo. Lo hago como un ciudadano más que, ante este hecho lamentable, no puede dejar de cuestionarse en algunas cosas que tienen que ver con el manejo o accionar de los diferentes actores e instituciones públicas y privadas, buscando siempre la postura más objetiva e imparcial que pueda asumir.

  Lo primero que hay que tener en cuanta es el lugar y ambiente del hecho. Sucedió en lo que se conoce como el lugar de esparcimiento más emblemático del país en las últimas décadas. La discoteca donde se reúnen, sobre todo, la crema y nata de la sociedad dominicana del jet set, a disfrutar de un ambiente totalmente de diversión, acompañado de música en vivo de grupos artísticos y bebidas alcohólicas. Esta discoteca también se le ha llamado o calificado como “marca país”. Una discoteca que convoca a personalidades de diferentes niveles sociales y del extranjero.

  Pues la tragedia llegó a este nivel alto de la sociedad dominicana. No ocurrió en ningún barrio ni sector de clase baja, sino en este nivel de la alta sociedad. Es un lugar y espacio para una clase social específica, donde se dan cita personalidades del arte, la política, el deporte, la cultura, el empresariado, etc. Y otras personas que también pueden darse, si cabe el término, ese gusto de asistir a este lugar de diversión.

  Como ha de ser, los medios y las redes sociales se han saturado de información y al mismo tiempo de desinformación. En momentos se ha llevado o tenido en vilo no solo a las familias de los afectados, sino también a la misma sociedad por los fallos y errores en cuanto a la rápida y confiable cantidad de información sobre la tragedia. Ya sabemos que el techo de la discoteca de desplomó completamente cayendo sobre la mayoría de los asistentes al show artístico que en su interior se realizaba. Algunos pudieron salir a tiempo, pero la mayoría quedó bajo los escombros sin saber, antes de que los organismos de rescate se presentaran, quiénes estaban con vida y quiénes habrían muerto.

  Pues se puso mano a la obra. Llegaron los diferentes organismos de recate y sus autoridades, así como los diferentes medios de comunicación. Los habitantes cercanos, curiosos y familiares de los involucrados, también se apersonaron para enterarse de la situación de los suyos. Comienzan los trabajos de rescate y al mismo tiempo el flujo de informaciones.

  Quiero resaltar que, lamentablemente nuestras autoridades no cuentan con un sistema eficiente que coordine las instituciones de socorro. Se nota un desorden. No figura claramente quién es la cabeza o el jefe en estos hechos. Llegan muchos y quieren mandar. No hay control fuerte del acceso de personas que no tienen nada que ver ni buscar en esos trabajos. A la autoridad le falta más temple en hacer cumplir las normas para el público en estos hechos. Todos quieren ayudar. Pero esto no es lo correcto y menos cuando no se coordinan para ello. Los comunicadores se meten a espacios que no deben y se enfrentan a la autoridad porque les impiden realizar su trabajo y esto se vuelve un caos. No se establece una cabeza visible a la cual se recurra para tener las informaciones precisas de los que va sucediendo. Todo el mundo opina, señala, dirige, afirma, etc., y esto lo que hace es llevar al desorden y la incertidumbre.

  ¿Esta tragedia se pudo evitar? ¡Pues claro que sí! Pero lamentablemente, por buscar sólo el interés económico a menos o baja inversión, pues no se hicieron al local los arreglos e intervenciones estructurales cuando se debía hacer. Eso no fue fortuito ni casualidad. Fue descuido, irresponsabilidad e inconsciencia de parte de los propietarios de la discoteca. Pero también esto retrata una vez más la incompetencia e irresponsabilidad de las autoridades por no supervisar como debe la idoneidad y adecuación de estos espacios públicos y multitudinarios. Nuestra sociedad dominicana no tiene una cultura real y consciente de prevención ante desastres. No es que estamos en cero. Pero no estamos como deberíamos estar en el nivel de una sociedad que tiene una estructura física y social de una gran metrópoli.

  No ha faltado el tema de ver esta tragedia desde la perspectiva religiosa. Es decir, mucha gente se ha preguntado el por qué Dios permitió que sucediera esta tragedia. No es raro que este cuestionamiento se haga presente cuando ocurren hechos de esta naturaleza. ¿Por qué cuando ocurre una desgracia, la tendencia es a cuestionar a Dios? ¿Y Por qué cuando ocurre algo bueno, se dice que es fruto de la suerte? ¿Por qué no se menciona a Dios en eso bueno que ha sucedido? El ser humano muere. Todos morimos a esta vida, a este mundo. Lo que ha impactado en esta ocasión es la forma y el momento en que la muerte sorprendió a estas personas y a la sociedad.  Y es que hay un sentir en el interior de mucha gente de que, frente a las calamidades y tragedias que suceden ante nosotros, es como una bofetada para nuestra fe que nos lleva a preguntamos cómo es posible que un Dios amoroso y providente pueda o permita semejantes desgracias y tragedias en la vida de sus hijos, sin intervenir ni brindar ayuda. ¿Dios estaba en la discoteca? ¿No estaba? Si estaba ¿en qué parte de la discoteca estaba sentado o parado? ¿Fue Dios el constructor de la discoteca? ¿Es Dios el dueño? ¿Dios es el que tiene que supervisar el local para dar su aprobación para realizar actividades recreativas y de diversión? ¿Fue voluntad de Dios que ocurriera esta tragedia? Pues claro que nada de esto.

  Otro aspecto que hay que mencionar es la disculpa y perdón que han presentado a las víctimas, las familias de las victimas y la sociedad, los dueños de la discoteca. Muy bien. Pero hay que tener en cuenta de que, pedir perdón y disculpas no exenta de la responsabilidad civil que tienen. De hecho, como dijo el Papa san Juan Pablo II en su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 1997, que cito in extenso: “Un presupuesto esencial del perdón y de la reconciliación es la justicia, que tiene su fundamento último en la ley de Dios y en su designio de amor y de misericordia sobre la humanidad. Entendida así, la justicia no se limita a establecer lo que es recto entre las partes en conflicto, sino que tiende sobre todo a restablecer las relaciones auténticas con Dios, consigo mismo y con los demás. Por tanto, no hay contradicción alguna entre perdón y justicia. En efecto, el perdón no elimina ni disminuye la exigencia de la reparación, que es propia de la justicia, sino que trata de reintegrar tanto a las personas y los grupos en la sociedad, como a los Estados en la comunidad de las naciones. Ningún castigo debe ofender la dignidad inalienable de quien ha obrado el mal. La puerta hacia el arrepentimiento y la rehabilitación debe quedar siempre a vierta”.

  Es decir, no es justo pedir la cabeza de los responsables del local. No se trata de pedir su sangre. Se trata de pedir y exigir que se aplique la verdadera justicia, sin miramientos ni privilegios. Hay un daño que se ha provocado y tiene que ser resarcido, aunque sabemos que por más que se haga, las vidas humanas perdidas en la tragedia no se recuperarán jamás.

  En este tema religioso muchos han dicho u opinado que, esto es culpa o tuvo que ver con el tema de la influencia de la brujería que nos viene dada por el vecino país de Haití. Pero también desde allá, hemos escuchado el que muchos se han alegrado de esta tragedia sucedida en nuestra sociedad ya que lo atribuyen como un cobro del destino por la política migratoria que ha querido aplicar las autoridades dominicanas contra la migración masiva ilegal haitiana. No creo para nada que esta tragedia tenga que ver o tenga como origen, dichas causas.

  Tenemos que seguir pidiendo a Dios que nos dé la fortaleza, la paz y el consuelo a todos. De manera especial a las familias que han vivido la experiencia amarga y desoladora de la muerte sus seres queridos. De esta tragedia nos sabremos levantar como sociedad y como creyentes en el amor y la misericordia de Dios. Que Dios se apiade de los que ha llamado a su presencia con el perdón de sus pecados y les otorgue el premio de la vida eterna. Y a nosotros que nos siga dando la fortaleza para seguir adelante. Que nuestras autoridades hagan y busquen hacer justicia deslindando responsabilidades. Que no pongan en el archivo del olvido esta tragedia, como lo han hecho con otros casos parecidos. Que cumplan con su deber de supervisar las edificaciones sin caer en la corrupción. Que las personas e instituciones de la sociedad asuman con conciencia su responsabilidad.

  Que Dios nos bendiga y que nuestra Madre de la Altagracia nos acompañe en nuestro caminar como país.