Alguien puede preguntarse: ¿por qué tanta insistencia
departe de la Iglesia en la confesión? Quizá se dé a entender con esta pregunta
que a la Iglesia, -y los sacerdotes-, le interesa saber o estar enterada de lo
que hacen las personas, sobre todo, de los actos malos, quizá como una especie
de “policía” de la conciencia, etc. Nada que ver este pensamiento con la
realidad. O dicho de otra forma, nada que ver con la verdad revelada por Cristo
a la humanidad con respecto al amor y misericordia de Dios. Y, ciertamente,
este es el punto: “Dios desea nuestra confesión porque es una condición previa para su
misericordia”.
Dios es el Dios de la misericordia infinita y ha querido
hacer partícipe al ser humano de tan insigne don para su salvación. Claro que
esta misericordia el mismo Dios nos la fue revelando gradualmente a lo largo
del tiempo y de una manera definitiva en la persona de Hijo Jesucristo. Nos
dice Scott Hahn: “la misericordia de Dios es su mayor atributo, no porque nos haga
sentirnos mejor, o porque nos resulte más atractivo que su poder, sabiduría y
bondad. Sino porque es la suma y esencia de su poder, sabiduría y bondad. La
misericordia es poder de Dios, sabiduría y bondad manifestados en unidad”.
Un peligro que debemos de evitar es pensar que, por el
hecho de que Dios es infinitamente misericordioso, eso es una licencia para
pecar hasta al máximo. Recordemos que, si Dios es infinitamente misericordioso,
es también infinitamente el Dios de la justicia. No podemos pensar en que por
esto, podemos “pecar descaradamente”. La misericordia no elimina el castigo,
sino más bien asegura que cada castigo servirá de remedio misericordioso. A
este respecto decía Santo Tomás de Aquino: “la misericordia y la justicia están tan
unidas que se atemperan (adecuan) la una a la otra: la justicia sin
misericordia es crueldad, la misericordia si justicia es desintegración”;
y la enciclopedia católica lo expresa de esta forma: “la misericordia no anula la
justicia, sino mas bien la trasciende y convierte al pecador en un justo
llevándole al arrepentimiento y a la apertura al Espíritu Santo”.
Si bien es cierto que uno de los pilares en donde
descansa la enseñanza de la iglesia es la “tradición apostólica”, con respecto
a la confesión hay que decir que ésta con el paso del tiempo ha ido adaptándose
a los tiempos, pero manteniendo su esencia, tal y como lo quiso y enseñó el
mismo Jesucristo: “la continuación, a lo largo del tiempo, de su ministerio de perdón y
salvación” (Scott Hahn). Para esto, recordemos que el rito de la
confesión ha variado con el paso del tiempo ya que siglos anteriores los
cristianos hacían confesión pública de sus faltas y pecados en la asamblea.
Esto hoy en día ya no es así; sino más bien que la confesión ha pasado al
ámbito de lo privado entre el penitente y el sacerdote. Otro cambio que ha
experimentado la confesión es que siglos atrás algunos obispos prohibían a los
cristianos que se confesaran más de una vez en la vida. Hoy la Iglesia pide o
recomienda a los cristianos bautizados que por lo menos se confiesen una vez al
mes y exige que se confiesen una vez al año, sobre todo en el tiempo de
cuaresma. Pero hay otros que somos más atrevidos y pedimos que los cristianos
bautizados se confiesen cada vez que lo necesiten; teniendo en cuenta de que
todos cometemos faltas y pecados todos los días. Claro que aquí no estamos
diciendo que por esto hay que estar confesándonos todos los días. No hay que
caer en exageraciones tampoco. El Papa Juan Pablo II llegó a decir que uno de
los grandes problemas de la humanidad es que ha “perdido la conciencia de
pecado”.
Otro punto en el cual la confesión ha ido evolucionando es
el concerniente a la severidad de las penas impuestas por la Iglesia. Otro punto es la forma de confesarse. Siglos
anteriores los monjes tenían la facultad de oír confesiones frecuentes y
privadas. Ahora la Iglesia permite la confesión a través del confesionario por
medio de una rejilla o tela metálica para así conservar el anonimato del
penitente; pero también es cierto que muchos penitentes prefieren la confesión
cara a cara con el confesor como si fueran dos amigos.
Podemos concluir todo lo anterior diciendo que, por más
que haya variado y evolucionado la práctica de la confesión sacramental, lo
cierto es que el sacramento de la confesión sigue manteniendo su esencia, sigue
siendo el mismo. Esto es lo que ha mantenido y enseñado la Iglesia en toda su tradición
hasta el día de hoy.