“Sométanse todos a las
autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios, y las
que existen, por Dios han sido constituidas. De modo que, quien se opone a la
autoridad, se resiste al orden divino, y los que resisten se atraerán sobre sí
mismos la condenación” (Rm 13,1-2).
Sigue el debate en nuestra sociedad por la
sentencia del Tribunal Constitucional por el fallo emitido en cuanto a lo que
tiene que ver con la ley de migración dominicana de extranjería. Son muchas las
opiniones encontradas al respecto a favor y en contra. Lo cierto es que son
pocos o casi ninguno los que se han tomado la molestia de leer completamente la
sentencia del TC ya que la misma consta de aproximadamente 125 páginas. Pero
eso sí, nos hemos afilado la lengua para despotricar y descalificar la misma
sentencia. Se ha caído en criticar una sentencia que ni siquiera nos hemos
tomado la molestia de conocer. Pero aquí ciertamente lo que prevalece no es más
que un interés económico que se esconde muy por debajo de tantas opiniones de
grupos y personalidades, pero que ya todos sabemos cómo se bate el cobre.
Ha llamado la atención el percance al cual
fue sometido el presidente de la República la semana pasada en la conferencia
de la mujer auspiciada por la ONU-mujeres. Un grupo de mujeres que aprovecharon
ese encuentro para enrostrarle en la cara al mandatario, y en su persona, a
todo el pueblo dominicano, vociferando que “todos somos Haití”. Esa no fue más
que una falta de respeto, una desconsideración y una intromisión en asuntos
internos dominicanos de este grupo de mujeres irresponsables pagadas por ONGs y
organismos internacionales que las dejaron en el ridículo. Aquí la pregunta
obligatoria es, ¿Por qué estas mujeres no van a Estados Unidos, a Brasil, a México,
Canadá, España… a bocearles a ellos en su patio que todos son Haití? Se dice
que aquí hay democracia para manifestarse, y es cierto; pero también hay lo que
se llama “respeto” a las leyes y soberanía de una nación. Muchos han dicho que
de nada sirven al debate las groserías y malas palabras que se han emitido en
varios programas en los medios de comunicación y prensa escrita; pero hay que
entender también la indignación que fue el que vinieran un grupo de extranjeras
a nuestra casa a bociarnos que todos somos Haití. Se equivocaron. Estos grupos
no tienen la más mínima idea de los aspectos históricos de nuestras dos
naciones para que vengan a desconsiderarnos de esa manera. Si ellas son Haití,
pues que se vayan a Haití a luchar y defender a los haitianos de su mismas autoridades
que no les dan ni proveen de lo básico para su subsistencia. No todos somos Haití,
como tampoco somos ni Brasil, ni Perú, ni Canadá, ni España, ni Rusia, ni Panamá,
etc. Somos República Dominicana. Yo soy dominicano y donde quiera que voy fuera
de mi país me presento como dominicano, y con orgullo. Soy de la patria de
Duarte, Sánchez, Mella, Luperón, Concepción Bona. Esto no es racismo ni
patriotismo trasnochado. Yo respeto y honro la memoria de los hombres y mujeres
que lucharon por la independencia de mi país.
Otro punto que está complicando más esto es
que ahora se ha dedicado el gobierno haitiano, en la persona de su canciller y
otros políticos, a ir a diferentes escenarios internacionales a exigir que a la
República Dominicana se le condene por esta sentencia de TC. Ya se ha
manifestado el CARICOM y ahora se pretende llegar al ALBA, y así a otros más.
Estos organismos se han expresado y a lo mejor se expresen sobre un tema que
ellos ni conocen y que además tiene que ver con una decisión soberana de un
Estado soberano como el nuestro. Tengan mucho cuidado. La República Dominicana
no ha emitido ningún juicio ni opinión sobre el muro que está construyendo Haití
en su línea fronteriza porque lo entendemos como una acción soberana. Pero lo cierto
es que si ese muro fuera levantado por la parte dominicana, hace rato que
estuviéramos en la hoguera.
Es conocida por muchos la expresión del
derecho romano: “la ley es dura, pero es la ley”. La ley hay que respetarla,
todos tenemos que respetarla, aunque nos perjudiquemos con ello. El respeto a
la ley beneficia el futuro y a la comunidad. El apóstol san Pablo dice en la
carta a los Romanos: “Los magistrados no son de temer cuando se obra el bien,
sino cuando se obra el mal…Por tanto, es preciso someterse, no sólo por temor
al castigo, sino también en conciencia” (Rm 13, 3.5). Son muchos los que amparados
en una falsa interpretación de los derechos humanos han violado y siguen y
quieren que se viole la ley. En eso han incurrido incluso hasta sacerdotes. Y
es incorrecto. Todos debemos someternos a la ley. Nadie está por encima de
ella. Ya lo dice el mismo san Pablo en la cita que pusimos al inicio de este
artículo: “debemos someternos a la autoridad legítimamente constituida”. Todos
estamos de acuerdo en que hay que aplicarles la ley a esos grupos de mafiosos
tanto haitianos como dominicanos que no son más que comerciantes de humanos;
que se lucran con la miseria de una nación utilizando a su gente para su propio
beneficio. Que tratan mejor al perro de su casa que a estos seres humanos que
lo quieren es dejar la miseria en la que están hundidos. Que les caiga el peso
de la ley.
La situación haitiana tiene una dimensión
humana y otra política. En cuanto a la humana, hay que ayudarles a buscarles
soluciones humanas sin menoscabar o perjudicar nuestras leyes; y en esa parte
la República Dominicana ha sabido tenderles las manos siempre en ayuda
humanitaria, cosa que otras naciones más ricas y poderosas no han querido
hacer; pero sí ponen sus recursos para financiar grupos e instituciones que
denigren a nuestro país. Eso es una vagabundería y una desconsideración de su
parte, y una violación a nuestra soberanía. Con el pueblo haitiano no ha habido
un pueblo más solidario que el nuestro, a pesar de nuestras limitaciones y
precariedades. El otro camino es de tipo político y hay que buscarle soluciones
políticas, y ahí entra la parte migratoria. Nuestro país tiene el derecho de
establecer sus propias leyes de acuerdo a lo que consideremos que es lo que más
nos conviene. La República Dominicana no es una institución de beneficencia pública.
Es una nación libre y soberana que establece sus propias normas y leyes por las
cuales nos regimos los ciudadanos nacionales y todo aquel extranjero que quiera
residir aquí. La República Dominicana no puede ocuparse del drama haitiano
cuando en su misma casa hay tantos dominicanos y dominicanas que no tienen sus
necesidades básicas solucionadas.
Si queremos emitir juicios lo más certeros
posible, lo mejor es que aprendamos a escuchar a los expertos en la materia.
Una de la característica de nuestra gente es que nos gusta opinar de todo sin
tener o saber los más elementales fundamentos de las cosas. No nos dejemos
llevar por los excesos ni pasión que no nos conducen a un debate serio de las
ideas. Pero tampoco nos dejemos pisotear nuestra dignidad y nuestra identidad
como nación libre y soberana. No tenemos por qué permitir que nos vengan a
pisotear nuestra bandera, nuestro himno, que mucha sangre costó. República Dominicana
y Haití tenemos costumbres y visiones diferentes que son irreconciliables.
Yo soy dominicano. Yo soy de la patria de
Duarte, Sánchez, Mella, Luperón, Concepción Bona. María Trinidad Sánchez.