“Porque tanto amó Dios al mundo que le envió
a su Hijo único, para que todo el que crea en él no muera, sino que tenga vida
eterna” (Jn 3,16).
Cuando hablamos de la confesión, es necesario hablar
también de un aspecto de nuestra vida cristiana que es esencial y que tanto se
oye hablar de ella, pero que a lo mejor muchos todavía no saben de qué se trata
o qué hay que entender por ella. Me refiero concretamente a LA GRACIA. Se hace
necesario que hablemos un poco sobre este don o regalo que Dios nos da para que
podamos entender mejor qué es lo que nosotros perdemos cuando cometemos un
pecado.
Lo primero que tenemos que decir es qué es LA GRACIA: “la gracia
es la vida de Dios comunicada gratuitamente a la persona, aceptada libremente
por ésta mediante la fe” (libro de rollos y meditaciones del MCC pag.
26).
Vemos aquí una breve y sencilla definición de lo que es
la Gracia divina. Es bueno que la comentemos por partes. Lo primero que nos
dice es que la gracia “es la vida de Dios”. Ya lo hemos
dicho en nuestra cita bíblica al inicio de nuestro artículo, del evangelista
san Juan. Dios ha querido hacernos partícipes de su misma vida; Dios nos ha
creado para la vida, y para la vida en abundancia. Cristo mismo nos dirá en
otro momento que EL es “el camino, la verdad y la vida”; “todo el
que cree en él no morirá, sino que tendrá la luz de la vida”; “él es la
resurrección y la vida”; “Dios no es un Dios de muertos sino de vivos”.
Cristo vino al mundo a ofrecernos la misma vida de Dios. La segunda parte de la
definición dice que la gracia (vida de Dios) “es comunicada gratuitamente”.
Es decir, no nos ha costado absolutamente ni un centavo. Todo ha sido pura
gratuidad, generosidad, donación departe de Dios para con nosotros. No hemos
hecho nada para merecerla, sino que Dios mismo nos ha hecho merecedores porque
nos ama. Dios ha querido entrar en diálogo, en comunicación con nosotros. Al
entrar en comunicación con nosotros, ha querido relacionarse con nosotros; ha
querido encontrarse con nosotros; ha querido ser cercano a nosotros. Es el Dios
que deja de estar allá arriba y se abaja hasta llegar a nosotros, y poner su
morada entre nosotros. La tercera parte dice que “la gracia es aceptada libremente
por la persona”. El amor es donación, es regalo; por lo tanto no se
impone. Así entonces este regalo, esta donación debe ser correspondido desde la
libertad del amado. Hemos sido creados con inteligencia y voluntad. Es como si
Dios quisiera establecer una relación con cada uno de nosotros en libertad, sin
presión. Y la ultima parte de la definición dice que la gracia (vida de Dios), “la
experimentamos mediante la fe”. Es decir, este don de Dios no lo
podemos percibir por nuestros sentidos, sino que el único modo de vivirlo es
por la fe en EL. De ahí la insistencia de Jesús en que creamos en él y en su
palabra, y por esa fe seamos capaces de obrar las obras de la fe.
Este don de la gracia o vida de Dios, lo recibimos
primeramente en el bautismo. Y se nos manifiesta por medio del Espíritu Santo.
Este don de la gracia o vida de Dios, tenemos que irlo fortaleciendo y
profundizando en nuestro caminar cristiano y en la medida en que recibimos los
demás sacramentos, ya que cada uno de ellos nos comunican el mismo don de Dios.
Este don de la gracia divina tiene que irse fortaleciendo; tiene que ir
creciendo y madurando.
La gracia nos hace santos. Cristo mismo nos dijo “sean
santos como su Padre celestial es santo”. La santidad se manifiesta en
nosotros en cada acto de amor que hacemos. La madre Teresa de Calcuta dijo “hay
que amar hasta que nos duela”. La vida de los santos fue una vida toda
ella en manifestación del amor de Dios. Cristo dijo que el signo por el cual el
mundo va a creer que somos sus discípulos y discípulas es en la vivencia y
testimonio de su amor. Nuestro amor debe ser semejante al amor que EL nos
tiene: “ámense como yo los he amado”.
Por lo tanto, hay que decir entonces que, el pecado es
cualquier acción –de pensamiento, palabra, obra u omisión-, que ofenda a Dios,
viola su ley o rechaza el orden de su creación.
La gracia de Dios también nos hace hijos e hijas de Dios:
hemos sido hechos hijos e hijas de Dios en el Hijo. La gracia de Dios nos hace templos
de Dios, porque su Espíritu Santo habita en nosotros. Y, por último, la gracia
de Dios nos diviniza: nos eleva de peldaño para que estemos junto con EL. No
podemos estar junto a Dios manteniendo nuestra condición humana. Su gracia nos
purifica de todas nuestras maldades y pecados.
Bendiciones.
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