¿Qué hay tan atractivo en el
pecado? ¿Por qué nos gusta pecar? Yo he leído el libro de las confesiones de
san Agustín. Este pasó muchos años de su vida entregado al pecado, tanto carnal
como espiritual. Entre sus narraciones de sus pecados, se centra en un
insignificante pecado del robo de unas peras cuando tenía dieciséis años; y se pregunta
qué fue lo que lo llevó a cometer aquel robo. No eran peras mejores que las de su
casa ni tampoco tenía hambre: “porque robé cosas que tenía yo en abundancia
y otras que no eran mejores que las que poseía. Y ni siquiera disfrutaba de las
cosas robadas; lo que me interesaba era el hurto en sí, el pecado… lo
importante era hacer lo que nos estaba prohibido” (Confesiones libro II
cap. IV, 1). Una vez que las robaron, se las echaron a los cerdos. Entonces, ¿por
qué pecó? A esta pregunta va dando respuesta tras respuesta y las va rechazando
una a una. En conclusión, dice: “nadie comete un pecado porque sí; nadie
comete un mal por cometer un mal sin más. La gente peca porque ve algo bueno”.
San Agustín dice que la persona siempre busca
lo bueno, aunque esto acarrea que se equivoque a la hora de la elección. Todas
las cosas Dios las ha creado buenas, nos dice el Génesis (1,31). Las cosas no
son buenas o malas en sí mismas; lo que hay son intenciones torcidas departe
nuestra. Para Agustín, el problema es nuestra desviación incontrolada por las
cosas, por el placer, por la gloria terrenal.
Aquí tenemos que hablar de la tentación. La carta a los Hebreos dice de Jesús: “pues
no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas,
ya que ha sido probado en todo como nosotros, menos en el pecado”
(4,15). En las tentaciones de Jesús en el desierto después de su bautismo,
nosotros fuimos tentados y también en su victoria nosotros somos victoriosos.
Ya en otro momento nos dirá que “si Él ha vencido al mundo, nosotros también
lo podremos vencer” (Jn 16,33). Jesús se identifica con nosotros porque
es uno de nosotros, uno con nosotros y sufre con nosotros; de ahí que sea el
Dios que nos entiende y nos comprende. Recordemos que Jesús no se disfrazó de
ser humano, sino que asumió la condición humana con todo lo que ella implica.
Por eso los evangelios nos presentan a Jesús enfrentando situaciones adversas
en todo su ministerio y con todos los que le rodean, empezando por sus apóstoles.
Jesús, muchas veces nos alertó con respecto a la tentación: “velen
y oren para no caer en la tentación”. Su vida estuvo rodeada de
situaciones de tentación desde el comienzo hasta el final. Jesús llevó a cabo
su misión en medio de la tentación, y nunca sucumbió a ninguna de ellas.
La tentación no es querida por Dios, pero sí
es permitida por El. A esto san Pablo nos dice que “nadie diga que es tentado por
Dios”, y también, “ninguno es tentado más allá de sus fuerzas”.
Dios jamás puede tentarnos, porque en El no hay maldad, sino pura bondad. Dios es
la suma bondad. Dios tampoco puede ser tentado. No hay tentación que le dé o le
ofrezca a Dios algo que El ya no tenga. La tentación en Dios es imposible. El apóstol
Santiago dice: “consideren como perfecta alegría, hermanos míos, cuando se vean
cercados por diversas pruebas, sabiendo que la prueba de su fe produce
constancia” (St 1,2). El pecado empieza con nuestros deseos
desordenados. El peor castigo que podemos recibir es la atracción que el pecado
ejerce sobre nosotros. Ya el mismo san Pablo cuando se le quejó al señor por
todas las pruebas que estaba experimentando en su ministerio, el Señor le dijo “solamente
mi gracia te basta”. La Gracia de Dios nos basta, no para no tener la
tentación, sino más bien para poder vencerla. El Señor Jesús no nos preservó de
la tentación ni de los peligros; más bien nos advirtió de ellos y nos prometió
su ayuda, su fortaleza, su Gracia: “sin mi nada podrán hacer”. Ya nos
había dicho que podemos vencer al mundo, pero con la única condición de que tenemos
que “ir
hacia EL”.
Tenemos que fortalecer nuestro amor a Dios y
a su Hijo Jesucristo. San Agustín dijo: “haz que te ame con hondura y apriete tu
mano con todas las fuerzas de mi corazón, y así me vea libre hasta el fin de
todas las tentaciones” (confesiones libro I cap. XV, 1).
Podríamos afirmar que si Dios ha permitido el
mal en el mundo, es porque de Él espera sacar cosas buenas para sus hijos e hijas. Todo obra para nuestro
bien. Dios sabe escribir derecho en renglones torcidos.
Bendiciones.
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