La actividad más importante de
Jesús es la proclamación el Reino de Dios. No hay un dato más seguro en los
evangelios de que Jesús se dedicara a esta proclamación; no hay un tema más
tratado en ellos que este Reino de Dios. Jesús proclama el Reino de Dios en
continuidad con la historia de su pueblo, que ya se trataba en el antiguo
testamento. Pero hay también una innovación: Jesús no sólo repite lo que ya
hay, sino que lo enriquece.
Con esta petición se reconoce la primacía de
Dios: donde Él no está nada puede ser bueno. Donde no se ve a Dios, el hombre
decae y decae también el mundo. En muchos creyentes la búsqueda de Dios ha
desaparecido de la vida diaria y parece ser asunto de pocos. Pero lo cierto es
que la búsqueda de Dios se realiza comprometiendo toda nuestra humanidad. Esta
búsqueda se nos presenta con muchos matices: se nos aparece como escuchar,
orar, callar, obedecer, servir, velar… Toda búsqueda apunta a una percepción de
Dios, del Dios que está aquí.
El Reino de Dios quiere decir “soberanía de
Dios”, y eso significa asumir su voluntad como criterio. Esa voluntad crea
justicia, lo que implica que reconocemos a Dios su derecho y en Él encontramos
el criterio para medir el derecho entre los hombres. La petición es “venga tu
reino”, y no “venga nuestro reino”. Se necesita de un corazón dócil para que
sea Dios el que reine y no nosotros. El Reino de Dios llega a través del
corazón que escucha: “el que es de Dios escucha las palabras de Dios…” (Jn
8,47). Ese es su camino, y por eso nosotros hemos de rezar siempre: debemos de
cambiar profundamente nuestra manera de pensar; aprender a pensar desde Dios y
no desde el hombre, a fin de evaluar correctamente nuestra vida con sus
oraciones escuchadas y nos escuchadas. Jesús no solamente proclamó el Reino de
Dios, sino que donde está Él ahí está el Reino de Dios. Jesús es el Reino de
Dios entre nosotros ya.
Este Reino de Dios tiene varias
connotaciones. Entre ellas podemos mencionar la que evoca un “nuevo orden
social”: este nuevo orden social involucra al mismo Jesús y sus discípulos y a
los demás de la comunidad (Iglesia). Es un nuevo orden social que sigue siendo
un orden futuro. Sus elementos son: la purificación del templo, -ya que era el
centro político y económico de Israel. Desde la monarquía, con el rey David, el
pueblo de Israel se va constituyendo en el foco de todo con su capital
Jerusalén. Aquí también entra la reforma religiosa del rey Josías que hace del
templo el centro, la polarización de las actividades del pueblo. Hay una serie
de actitudes de Jesús ante el templo que son desconcertantes para el pueblo: la
expulsión de los vendedores del templo, por ejemplo; gesto profético que
significa un cambio en la manera de cómo realizar los sacrificios y
relacionarse con Dios. Con este hecho, Jesús anuncia que el orden presente está
pasando, es decir, es un anuncio escatológico. El conflicto que se genera aquí
no es solamente en contra de los dirigentes, sino que Jesús toca algo que está
muy dentro del corazón del pueblo y no solamente de un grupo, es decir, la
gente no acepta este gesto profético de Jesús. El nuevo orden que Dios está
pidiendo no está en los sacrificios del templo, sino ahora en el cuerpo de
Cristo resucitado: el templo no hecho por manos humanas.
Un segundo elemento es la escogencia del
grupo de los Doce, -que hace referencia a las doce tribus de Israel-, nuevo
pueblo de Dios. Un tercer elemento es todo aquello referente al “banquete
escatológico”: Jesús comienza a constituir un nuevo pueblo con lo que llamaríamos
“banquete de mesa”. Esta imagen del banquete es interesante ya que nos habla de
un orden social distinto en que su característica será “incluyente” y no
excluyente: todos estaremos participando de él.
Otra connotación es que nos presenta un “orden
nuevo”: los principales destinatarios ahora no son solamente los ricos, sino
los pobres; no sólo los justos, sino también los pecadores; no sólo los
grandes, sino también los pequeños, etc.
Rezar por el Reino de Dios significa decir a Jesús:
déjanos ser tuyos Señor. Empápanos, vive en nosotros; reúne en tu cuerpo a la
humanidad dispersa para que en ti todo quede sometido a Dios y tú puedas
entregar el universo al Padre, para que Dios sea todo para todos (Benedicto
XVI).
Bendiciones.
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