El apóstol Santiago dice: “Cuando
alguien se ve tentado, no diga que Dios lo tienta; Dios no conoce la tentación
al mal y él no tienta a nadie” (1,13).
En Dios no existe la tentación. Tampoco es el
que tienta. El pasaje de las tentaciones de Jesús es ilustrativo a este
respecto: nos dice que Jesús fue llevado al desierto para ser tentado por el
Diablo (Mt 4,1). De hecho, este nombre es simbólico: el evangelista san Marcos
lo llama “Satanás”, al igual que
Lucas. San Juan se referirá a él en el apocalipsis como “el Acusador”. Ya este nombre nos hace recordar a nosotros en el
libro de Job, cómo Satanás frente a Dios se pone a acusar a su servidor Job señalando
que su adoración a Dios se debe a su bienestar material y que si se le quitan
sus propiedades abandonará el camino religioso. Dios ciertamente le permite que
sea tentado, pero también le marca los límites.
Con respecto a la tentación, nos dice el exorcista
padre José Antonio Fortea: “La tentación
es esa situación en la que la voluntad tiene que elegir entre dos opciones, y
sabe que una opción es buena y otra mala, pero se siente atraído hacia la mala”. Para pecar hay que saber que uno está
escogiendo la opción mala. Por eso, no hay pecado sin mala conciencia.
Es cierto que el pecado tiene que ver con la
debilidad; pero también lo es que no somos tan débiles como para no poder
resistirnos. La tentación siempre tiene un elemento atractivo, apetitosa. En el
relato del Génesis, del pecado de nuestros primeros padres, la serpiente le
presenta a la mujer la tentación (el fruto) de forma apetitosa y así le provoca
su deseo de comerlo, esto unido a la astucia de sus palabras engañadoras. En la
tentación entra en juego la libertad del hombre. A este respecto el mismo padre
Fortea dice: “Parece razonable pensar que
la mayor parte de las tentaciones
proceden de nosotros mismos. No necesitamos a nadie para ser tentados. Basta la
libertad para poder usarla mal” (Summa Daemoniaca, pag. 38).
Una de las preguntas que siempre está en la
mente de las personas es ¿por qué somos
tentados? o ¿por qué Dios nos tienta?
Pensamos muchas veces que la tentación viene de Dios, y ya vimos que no es así.
También el apóstol Pablo nos ilustra al respecto cuando dice: “Fiel
es Dios que no permitirá que sean tentados más allá de sus fuerzas, sino que
con la tentación les dará el éxito haciéndolos capaces de sobrellevarla”
(1Cor 10,13). Dios, como Padre que es vela para que ninguno de sus hijos se vea
presionado más allá de lo que puede soportar. Si fuéramos a ilustrar esta idea
con un dicho popular sería: “Dios
aprieta, pero no ahorca”.
Al pensar en las tentaciones de Jesús en el
desierto, descubrimos que toda su vida y ministerio estuvieron sometidos a esta
difícil realidad. Jesús tuvo que llevar a cabo la misión de su Padre en medio
de las tentaciones. Jesús fue tentado hasta el último momento de su vida
terrena: así cuando estaba agonizando en la cruz al escuchar aquellas palabras
de las gentes que se burlaban de él diciendo que “si es el hijo de Dios que baje
de la cruz para que le crean…, o las palabras de reclamo a su Padre al
sentir la experiencia del abandono: “Dios mío, Dios mío por qué me has
abandonado”.
Otro elemento a tener en cuenta con respecto
a la tentación es lo que podemos llamar “la
prueba”. El Papa Benedicto XVI nos dice: “Para madurar, para pasar cada vez más de una religiosidad de
apariencia a una profunda unión con la voluntad de Dios, el hombre necesita la
prueba”. La prueba entonces es necesaria para poder fortalecer nuestra fe y
confianza en Dios. El mismo Jesús no nos eximió de ella: “Pero, antes de todo, les echaran
mano y les perseguirán… Los llevaran ante reyes y gobernadores por mi nombre.
Propongan en su corazón no preparar defensa, yo les daré sabiduría… Todos los odiarán
por causa de mi nombre. Pero no perecerá ni un cabello de su cabeza. Con su
perseverancia salvarán sus almas” (Lc 21, 12-19).
El amor es siempre un proceso de purificación,
de renuncias, de transformaciones dolorosas en nosotros mismos y, así, un
camino hacia la madurez.
Bendiciones.