jueves, 4 de diciembre de 2014

Busquemos a Dios partiendo de nosotros mismos


San Agustín, en sus “Confesiones” nos dice: “mira, tú estabas dentro de mí y yo fuera de ti, y por fuera te buscaba”. Para poder encontrarse con Dios, san Agustín tuvo que cambiar de dirección en su búsqueda, y así también nos invita a que hagamos lo mismo: “no vayas hacia fuera, entra en ti mismo; en el hombre interior habita la verdad”. Muchos de nosotros nos concentramos buscando a Dios en el exterior, en lo que está fuera de nosotros; pero son pocos los que reparan en que Dios habita en nuestro interior, en nuestro corazón. De hecho, es ahí, en nuestro corazón, donde Él quiere habitar: “mira que estoy a la puerta tocando, si tú me abres, mi Padre y yo vendremos y haremos en ti nuestra morada”; y también “cuando quieras hablar con Dios, tu Padre, entra a tu habitación, cierra la puerta; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará”. El lugar privilegiado de la presencia de Dios es el mismo ser humano, su interior, su corazón. Ya Anselmo de Canterbury nos invita a esta aventura del encuentro cercano con Dios en nuestro interior, cuando dijo: “oh hombre, huye un momento de tus ocupaciones, escóndete un instante del tumulto de tus pensamientos. Arroja lejos ahora tus agobiantes preocupaciones, y aparta de ti tus penosas inquietudes. Ten un poquito de tiempo para Dios y descansa un poquito en Él. Entra en la habitación de tu mente, saca todo de ella menos a Dios y lo que te ayuda a buscarlo y búscalo a puerta cerrada”.

  Los grandes místicos han sido hombres y mujeres que han emprendido este gran camino de aventura y encuentro hacia Dios desde su interior. Estos hombres y mujeres supieron descubrir esta presencia de Dios en lo más íntimo y profundo de su interior. Pensemos por ejemplo en la gran Santa Teresa de Jesús, que nos invita a entrar en las moradas del castillo interior del alma: “…para buscar a Dios en lo interior, que se halla mejor y más a nuestro provecho que en las criaturas” (Moradas III, 3,3). El P. Fco. Javier Sancho Fermín, comentando los escritos de la santa Edith Stein en su libro “Ciencia de la Cruz”, que se refiere al punto de “cruz y noche”, dice: “la noche mística, no debe entenderse cósmicamente. No nos llega desde el exterior, sino que tiene su origen en la interioridad, y afecta sólo al alma en la que emerge”. Es decir, que para Santa Teresa de Jesús, Dios vive en el interior del ser humano, y el ser humano vive en la morada de Dios. Este deseo de encuentro del hombre en su interior con Dios, para Teresa, parte desde la antropología al hombre preguntarse: ¿Qué es el hombre? ¿Qué es lo propio del ser humano que le distingue de las otras creaturas? ¿Cuál es su papel y su puesto enigmático en el universo?

  Es conocida por muchos de nosotros la famosa frase “conócete a ti mismo”; frase esta que estaba inscrita en la puerta de entrada del templo de Delfos, en la antigua Grecia. Son también famosos los enigmas del oráculo de Delfos a las preguntas de los hombres. La solución del enigma se convierte en la tarea de una vida, en la cual el hombre se va conociendo a sí mismo. El ser humano sigue siendo un enigma y, a la vez, es la solución del enigma. Me viene a la mente el famoso enigma de la Esfinge a Edipo cuando esta le preguntó ¿cuál es el animal que en la mañana anda en cuatro patas, en la tarde en dos y en la noche en tres? La respuesta fue ciertamente sencilla: el hombre, porque cuando nace, siendo niño gatea; de adulto, camina sobre dos; y cuando envejece, usa un bastón. Por lo tanto, el hombre, que es la solución al enigma, sigue siendo un misterio para él mismo. Cada persona humana encierra un enigma y un misterio y el mismo Edipo tuvo que  experimentarlo trágicamente.

  ¡Conócete a ti mismo! Para los autores de la antigüedad significaba esto que el ser humano debía conocer dentro de su grandeza su miseria, y parece que su grandeza precisamente consiste en conocer su miseria. Dada su miseria, su condición de ser suplicante aparece como la esencia del ser humano.

  Edith Stein reivindica la experiencia mística como un camino que da luz sobre los misterios mas íntimos del ser humano: “la conquista del centro del alma se transforma en una verdadera conquista de la humanidad, la sede de la libertad de la persona, la sede de los pensamientos del corazón, la sede del encuentro y de la unión con Dios”.

 

Bendiciones.

 

 

 

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