San Agustín, en sus “Confesiones” nos dice: “mira,
tú estabas dentro de mí y yo fuera de ti, y por fuera te buscaba”. Para
poder encontrarse con Dios, san Agustín tuvo que cambiar de dirección en su
búsqueda, y así también nos invita a que hagamos lo mismo: “no vayas hacia fuera, entra en
ti mismo; en el hombre interior habita la verdad”. Muchos de nosotros
nos concentramos buscando a Dios en el exterior, en lo que está fuera de nosotros;
pero son pocos los que reparan en que Dios habita en nuestro interior, en
nuestro corazón. De hecho, es ahí, en nuestro corazón, donde Él quiere habitar:
“mira
que estoy a la puerta tocando, si tú me abres, mi Padre y yo vendremos y
haremos en ti nuestra morada”; y también “cuando quieras hablar con Dios,
tu Padre, entra a tu habitación, cierra la puerta; y tu Padre que ve en lo
secreto te recompensará”. El lugar privilegiado de la presencia de Dios
es el mismo ser humano, su interior, su corazón. Ya Anselmo de Canterbury nos
invita a esta aventura del encuentro cercano con Dios en nuestro interior,
cuando dijo: “oh hombre, huye un momento de tus ocupaciones, escóndete un instante
del tumulto de tus pensamientos. Arroja lejos ahora tus agobiantes preocupaciones,
y aparta de ti tus penosas inquietudes. Ten un poquito de tiempo para Dios y
descansa un poquito en Él. Entra en la habitación de tu mente, saca todo de
ella menos a Dios y lo que te ayuda a buscarlo y búscalo a puerta cerrada”.
Los grandes místicos han sido hombres y
mujeres que han emprendido este gran camino de aventura y encuentro hacia Dios
desde su interior. Estos hombres y mujeres supieron descubrir esta presencia de
Dios en lo más íntimo y profundo de su interior. Pensemos por ejemplo en la
gran Santa Teresa de Jesús, que nos invita a entrar en las moradas del castillo
interior del alma: “…para buscar a Dios en lo interior, que se halla mejor y más a nuestro
provecho que en las criaturas” (Moradas III, 3,3). El P. Fco. Javier
Sancho Fermín, comentando los escritos de la santa Edith Stein en su libro “Ciencia de la Cruz”, que se refiere al
punto de “cruz y noche”, dice: “la
noche mística, no debe entenderse cósmicamente. No nos llega desde el exterior,
sino que tiene su origen en la interioridad, y afecta sólo al alma en la que
emerge”. Es decir, que para Santa Teresa de Jesús, Dios vive en el
interior del ser humano, y el ser humano vive en la morada de Dios. Este deseo
de encuentro del hombre en su interior con Dios, para Teresa, parte desde la
antropología al hombre preguntarse: ¿Qué es el hombre? ¿Qué es lo propio del
ser humano que le distingue de las otras creaturas? ¿Cuál es su papel y su
puesto enigmático en el universo?
Es conocida por muchos de nosotros la famosa
frase “conócete a ti mismo”; frase
esta que estaba inscrita en la puerta de entrada del templo de Delfos, en la
antigua Grecia. Son también famosos los enigmas del oráculo de Delfos a las
preguntas de los hombres. La solución del enigma se convierte en la tarea de
una vida, en la cual el hombre se va conociendo a sí mismo. El ser humano sigue
siendo un enigma y, a la vez, es la solución del enigma. Me viene a la mente el
famoso enigma de la Esfinge a Edipo cuando esta le preguntó ¿cuál es el animal
que en la mañana anda en cuatro patas, en la tarde en dos y en la noche en
tres? La respuesta fue ciertamente sencilla: el hombre, porque cuando nace,
siendo niño gatea; de adulto, camina sobre dos; y cuando envejece, usa un bastón.
Por lo tanto, el hombre, que es la solución al enigma, sigue siendo un misterio
para él mismo. Cada persona humana encierra un enigma y un misterio y el mismo
Edipo tuvo que experimentarlo trágicamente.
¡Conócete a ti mismo! Para los autores de la
antigüedad significaba esto que el ser humano debía conocer dentro de su
grandeza su miseria, y parece que su grandeza precisamente consiste en conocer
su miseria. Dada su miseria, su condición de ser suplicante aparece como la esencia
del ser humano.
Edith Stein reivindica la experiencia mística
como un camino que da luz sobre los misterios mas íntimos del ser humano: “la
conquista del centro del alma se transforma en una verdadera conquista de la
humanidad, la sede de la libertad de la persona, la sede de los pensamientos
del corazón, la sede del encuentro y de la unión con Dios”.
Bendiciones.
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