El hombre no solo es materia,
cuerpo; sino también es alma, es espíritu. Pero, ¿Qué pasa con esa parte
interna-espiritual del hombre? ¿Cómo vive el hombre de hoy su espiritualidad?
¿Qué conciencia tiene el hombre de hoy de su espiritualidad? Estas y otras más
preguntas podríamos hacernos al respecto y quizá no encontraríamos las
respuestas adecuadas a cada una, pero sí tenemos y debemos hacer el intento por
buscar esas respuestas que nos ayuden a comprender más y mejor esta realidad
nuestra que es parte constitutiva de nuestro ser. Claro que para una persona
que no sea creyente esta posibilidad estará vedada, abstracta y no le provocará
nada de entusiasmo profundizar en ello. Pero tenemos que hacer el intento, como
ya hemos dicho, de tomar conciencia de esta realidad.
Lo primero que tenemos que
saber es que “la espiritualidad no es
algo que esté fuera de este mundo o, mejor dicho, no es algo que esté separada
del mundo ni es ajena a él, sino que actúa concretamente sobre la vida de la
sociedad y sobre mi propia vida” (Anselm Grün). En ocasiones, al hombre espiritual
se le ha visto con cierta sospecha ya que se le mira como a una persona que no
encaja en el mundo; o que es una especie de persona que vive en las nubes, etc.
Esta no es la verdadera espiritualidad. La verdadera espiritualidad no me
arranca ni me separa del mundo, más bien me hace vivir con más conciencia mi
presencia en el mundo en una actitud de cambio permanente. La verdadera espiritualidad
me lleva a dar buenos frutos para mí y los demás: “todo árbol bueno da frutos sanos…” (Mt 7,17). Ante la vida convulsionada
y agitada que está viviendo la humanidad y las sociedades, podríamos preguntarnos,
¿puede la sociedad vivir sin espiritualidad? He aquí el aporte importante y
esencial que nos dan las diferentes religiones al respecto. Cada una de ellas
nos ofrece caminos diferentes y diversos que nos conducen a abrirnos cada vez más
a Dios y su Espíritu. Nos ayudan a abrirnos a una realidad mucho más grande;
nos ayudan a ser uno con nosotros mismos y con Dios.
No existe una espiritualidad
que nos aleje de Dios o que se viva sin Dios, si no, no fuera espiritualidad.
No hay separación entre una realidad y otra. Por esta razón es que muchas
personas buscan una espiritualidad fuera de la Iglesia o de las religiones. No
se sienten identificadas con determinada fe o creencia porque piensan que estas
religiones solo se centran en sus ritualismos y nada más. Muchas de estas
actitudes están vinculadas a ciertas experiencias amargas y dolorosas de la
infancia, a la visión de un Dios castigador y vengativo, etc. Sabemos del
acercamiento cada vez más buscado de personas a las diferentes técnicas de
meditación y relajación, sobre todo de corte oriental. Pero también es cierto
que estas personas no pueden negar que en diferentes momentos de su vida han
experimentado la presencia cercana de Dios que les ha transformado sus esquemas
de vida, les ha sanado sus heridas; y aun así buscan caminos espirituales fuera
de las iglesias.
La espiritualidad no es un
camino o método o medio para aislarnos, para retirarnos completamente dentro de
nosotros mismos. La espiritualidad es como una fuerza que actúa poderosamente
dentro de nosotros. Pero hay que saberla descubrir y utilizar de manera que continúe
actuando en la sociedad y en el mundo, y así nuestra propia vida pueda ser
exitosa. La verdadera espiritualidad tiene que configurar nuestra propia
existencia.
Pero, a todo esto hay que
preguntarnos: ¿Qué es la espiritualidad? La palabra significa “vivir desde el Espíritu, vivir a partir de
la fuente del Espíritu Santo”. Así, la espiritualidad cristiana es
orientada por el Espíritu de Cristo. Espiritualidad significa que debo vivir mi
vida a partir de la fuente del Espíritu Santo, pero para poder lograrlo tengo
que acercarme y conocer esta fuente: “mas
quien beba el agua que yo le daré, no tendrá sed nunca…” (Jn 4,14). Los
medios, el camino para llegar a esta fuente inagotable son la oración,
meditación, el silencio y los rituales. La espiritualidad debe ser visible en
mi vida cotidiana: en la familia, en el trabajo, con los amigos, con todas las
personas que me rodean.
Hay que saber discernir de qué
fuente quiero beber para poder transformar mi vida. Hay muchas fuentes; pero
una sola es la inagotable. De acuerdo a la fuente de la cual beba, será mi
vivencia diaria: si bebo de la fuente de la insatisfacción y la amargura, pues
eso es lo que irradiaré. Hay otras fuentes turbias. La fuente de los cristianos
es el Espíritu Santo de la cual mana una vida fluida y fructífera. Esta es la
fuente inagotable de la vida que Jesús le comunicó a la samaritana en el pozo
de Jacob (Jn 4).
Bendiciones.