Hemos dicho anteriormente que
uno de los caminos para llegar a la fuente de la espiritualidad es el de la oración.
Debemos de resaltar que es importante ante todo la oración personal. Los
evangelios nos presentan a Jesús dedicando tiempo a la oración personal. Nos
narran que se pasaba noches enteras en oración. Claro que no nos dice qué
palabras utilizaba en ella, pero eso no interesa, sino mas bien la actitud: “por aquellos días se salió a la montaña
para orar, y pasó toda la noche en oración con Dios” (Lc 6,12). Jesús mismo
entonces insistirá a sus discípulos de la conveniencia de orar sin desanimarse.
Pero, ¿Cómo orar sin
desanimarnos si no contamos con suficiente tiempo para practicarla? Es una
realidad palpable que a muchas personas se les dificulta la oración y por lo
regular siempre andan buscando excusas para justificar su poca disposición para
hacerlo. Una cosa que debemos de tener muy en cuenta es que ninguno de nosotros,
ninguna persona nace siendo un experto en oración; ni los grandes hombres y
mujeres de la vida espiritual han nacido así. La oración es algo que cada
creyente debe de ir aprendiendo a lo largo de su vida, de su caminar en la fe;
y mientras más la practica es cuando más se va perfeccionando en ella. Pensemos
por lo pronto en cualquier disciplina deportiva. El deportista, mientras más
practica más se va perfeccionando en su disciplina deportiva. Llega un momento
en que el deportista llega al tope máximo de su disciplina y ya no tiene nada más
que buscar porque ya ha llegado a la cima y por eso se retira del deporte. En
la vida espiritual, en la oración, también debemos de practicarla si es que
queremos perfeccionarnos en ella, pero siendo conscientes de que por más que la
practiquemos nunca llegaremos a la cima porque si así sucediera, pues ya no
tendríamos nada que buscar en los caminos de Dios y se pensaría como si después de Dios hubiera algo más. Es cierto
que en la actualidad hay personas que se les dificulta la oración. Pero es más
la dificultad de que muchas veces no se sabe qué palabras utilizar para hablar
con Dios. La oración que más agrada a Dios es aquella que brota del corazón, ya
que es una oración sincera y humilde.
Como sabemos, la oración es
sobre todo un diálogo con Dios, diálogo de la criatura con su Creador; diálogo
entre Padre con su hijo; diálogo entre dos amigos que se buscan, se conocen, se
aman. Es un diálogo basado en la sinceridad y la verdad, en donde le expreso a
Dios aquello que me preocupa; en donde descargo en las manos de Dios todos mis
afanes, mis dudas, preocupaciones, mi cansancio…para encontrar descanso y
alivio en Él: “vengan a mi todos los que
están cansados y agobiados, que yo los aliviaré” (Mt 11,28). En la oración,
de lo que se trata es de abrir mi corazón a la presencia divina de Dios; esta oración
puede ser en silencio o en voz alta. Debe de haber en mí una plena confianza de
que Dios me escucha y de que me responderá. Pero debo de estar atento a saber
discernir la respuesta de Dios en cualquier acontecimiento en mi interior y mi
exterior, ya que Dios se manifiesta en la sutileza de mi existencia; esto fue
lo que le sucedió a Elías en el monte Horeb, que descubrió a Dios en el “susurro de una brisa suave”, y no en los
huracanes ni fuertes vientos ni terremoto (1Re 19,9-12).
Nos dice Anselm Grün al
respecto de la oración: “la oración es
una lucha con Dios. Puedo decirle a Dios todos mis deseos y pedirle que los cumpla.
Pero al mismo tiempo confío en que Él sabe qué es lo mejor para mí y para los
demás”. Una de las cosas que debemos de tener cuidado en no caer cuando
oramos es en no crearnos falsas necesidades. Por eso en la misma oración
debemos pedir discernimiento para saber presentar a Dios nuestras reales y
verdaderas necesidades. San Pablo nos dirá al respecto de esto: “Y de igual manera, también el Espíritu
viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como
conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables”
(Rm 8,26). No deja de ser un reto para el creyente entonces cuando tiene que
experimentar lo contrario a lo que le ha pedido a Dios.
Para el que se inicia en el
camino de la oración, puede encontrar mucha ayuda en todo un conjunto de
oraciones preestablecidas que le servirán como guía mientras se va
perfeccionando en ella. Se me ocurre pensar en los salmos. En ellos presentamos
a Dios nuestra miseria, debilidad, ira, anhelos, etc., pero también las
necesidades de todo el mundo. La oración por excelencia, el “Padre Nuestro”, que contiene todas las
características de toda verdadera oración: humildad, sencillez, perseverancia,
devoción, fe. Esta oración nos dispone al perdón y a la reconciliación con
Dios, con nosotros mismos y con los demás. Es una oración que tiene su
dimensión también comunitaria, por lo cual me llevará a manifestar mi
espiritualidad en una actitud ética.
Bendiciones.