“Tu, en cambio, persevera en lo que aprendiste y en lo que creíste,
teniendo presente de quienes lo aprendiste, y que desde niño conoces las
Sagradas Escrituras, que pueden darte la sabiduría que lleva a la salvación
mediante la fe en Cristo Jesús. Toda escritura es inspirada por Dios y útil
para enseñar, para argüir, para corregir y para educar en la justicia; así el
hombre de Dios se encuentra perfecto y preparado para toda obra buena” (2Tm
3,14-17).
Uno de los elementos esenciales de la vida
espiritual cristiana y que de ella no puede jamás prescindir, es la lectura
asidua, profunda y meditativa de la palabra de Dios. Esto también es propio de
las demás religiones que tienen sus libros sagrados y meditan y reflexionan sus
enseñanzas. En el cristianismo de hace unos siglos atrás se había prohibido la
lectura de la Biblia a los fieles, y solamente estaba reservada a la
interpretación del magisterio eclesial. Lo que se buscaba con esa prohibición
era impedir que los fieles, la gente sencilla, no cayeran en interpretaciones
erróneas ni manipuladoras de los textos sagrados; pero gracias al Concilio Vaticano
II (1965), esta prohibición desapareció y se dio apertura total a la lectura de
la Biblia. Los textos bíblicos son leídos de manera primordial en la liturgia,
pero también la gente lee los textos bíblicos y medita sobre ellos de manera
personal y en grupos de oración; y también tienen acceso a un estudio más
profundo de los mismos en lo que se llaman “escuelas
de formación bíblica”; todo esto debido, como ya hemos dicho, a la
apertura, por parte del Concilio Vaticano II, a la lectura de las Sagradas Escrituras.
La idea fundamental al leer las Sagradas
Escrituras no es convertirse en un experto en memorizar citas bíblicas, sino más
bien el profundizar en el mensaje de Dios para nosotros y que de esa manera
pueda iluminar nuestra vida de acuerdo a la realidad que estemos viviendo. Jesús
dijo: “mis palabras son palabras de
vida”; y también: “Las palabras que
yo les he dicho, son espíritu y son vida” (Jn 6,63). Por lo tanto, las
palabras de Cristo deben llegar al corazón. La palabra de Dios que llega a nuestra
mente, deben ser bajadas al corazón para que así nos llenemos del fuego del Espíritu
Santo: “Fuego vine a echar sobre la
tierra, y cuanto deseo que ya este ardiendo” (Lc 12,49). La palabra de Cristo
Jesús es una palabra purificadora: “ustedes
ya están purificados por la palabra que yo les anuncié” (Jn 15,3). Pero también
la palabra de Dios nos colma de alegría: “Les
he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes y ese gozo sea perfecto”
(Jn 15,11). En cada uno de nosotros hay una fuente de gozo, pero muchas veces
esa fuente está cubierta por la tristeza.
La palabra de Dios me ayuda a interpretar el
mundo de acuerdo a su voluntad. Dios, por medio de su palabra, nos ayuda a
superar y salir de nuestra enfermedad interior causada por el dolor, el
sufrimiento… por el pecado. Hay personas que lo primero que hacen al levantarse
cada día es acercarse a la palabra de Dios buscando en ellas la luz y la paz
que necesita su interior; se encomiendan de esta manera a las manos de Dios
para que les guie en todos sus afanes durante todo el día. Se busca también
combatir por medio de la palabra de Dios el pesimismo y la negatividad que
pueden estar en nuestro interior y que no nos permiten ver la vida con
entusiasmo y positivismo. Pero lo que más se busca desde el comienzo del día al
ponernos en contacto con la palabra de Dios es su bendición permanente, y que
todo lo que haga la persona durante el mismo, esté bajo la bendición de Dios; que Dios le
acompañe y guie cada pensamiento, sobre todo en esos momentos de oscuridad (Slm
23).
En este aspecto de la lectura de las Sagradas
Escrituras, es muy practicado y difundida la “Lectio Divina”: tomar un texto sagrado, orar con él y meditar con
él, y descubrir la voluntad de Dios y pedirle su gracia para poder ponerlo en práctica
y así su palabra sea luz para nuestros pasos y luz en nuestro sendero. Las
palabras de la Biblia son como una luz en nuestro camino de vida. Nos muestran
todo lo que vivimos bajo una luz distinta: la luz de Dios. Iluminados por esta
luz, podremos entender nuestra vida. Y solo cuando la entendemos podremos
aceptarnos a nosotros mismos y a nuestro destino (Anselm Grün).
Bendiciones.
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