¿Puede el hombre ser o encontrar
la felicidad plena en esta vida? La experiencia nos dice que no. Es cierto que
nosotros estamos llamados a ser felices, pero es cierto también que esa
felicidad plena no es posible, no es realizable en esta vida, en este mundo. Lo
que podemos lograr es ir probando de esa felicidad para la cual fuimos creados.
Es una ilusión prometer la felicidad plena y total en esta vida. Todos lo
sabemos, pero aun así, seguimos prometiendo lo que sabemos que no vamos a
cumplir. ¿Por qué esto es así? Porque el hombre por sí mismo no puede dar lo
que él no tiene ni posee. La felicidad la posee Dios, y no sólo la posee sino
que además “es” la felicidad; él nos la ha prometido. Dios es la fuente
inagotable de todo, incluyendo la felicidad. Él es el que nos ha llamado a ella
y es el único que nos la puede dar porque la tiene en plenitud. Por esto mismo,
cuando el hombre decide apartar descaradamente a Dios de su vida, cada día está
más lejos de encontrar las respuestas a sus interrogantes, lo quiera o no
aceptar. ¿Qué dirían de esto los filósofos, los científicos, los hombres y
mujeres de ciencia? Para muchos de ellos, esto no le suena más que a un
absurdo. Si ellos no son capaces de recorrer el camino del espíritu, el camino
de Dios…nunca podrán llegar a la raíz del problema ya que rechazan la verdad.
El mal existe, ya hemos dicho. Es una realidad palpitante en la vida del
hombre. Pero también es un misterio, ya que no está a nuestro alcance el
comprenderlo, abarcarlo y dominarlo. No tenemos ni contamos con los remedios o
elementos necesarios para controlarlo o eliminarlo. De ahí que insistamos en
que es necesario que el hombre cuente con y busque a Dios para poder tratar con
esta realidad. Por eso nos dice el apóstol san Pablo en 1Cor 2,14: “el hombre naturalmente no capta las cosas
del Espíritu de Dios, son necedad para él. Y no las puede conocer pues solo espiritualmente
pueden ser juzgadas”. Es necesario por tanto, que el hombre se auxilie de
la fe si es que quiere profundizar en el misterio del mal. El conocimiento
natural es limitado.
Son muy ilustrativas a este respecto las palabras del matemático y
filósofo Oliver Rey sobre “el límite de
la razón”. Dice: “la ciencia moderna ha fracasado:
ambicionaba darnos la verdad sobre la naturaleza; pero en cambio, nos ha
alejado de ella… Ser racionales no significa considerar que la razón es
competente con todo, sino reconocer que tiene sus límites… La razón aseguraba
la libertad y en cambio, ha regalado el determinismo absoluto… La razón
promovía la autonomía, y en cambio, elimina al sujeto mediante su objetivación…
La razón prometía una humanidad más fuerte y poderosa gracias a la tecnología,
y en cambio, junto al poder, ha creado, con las armas nucleares y químicas en
particular, y la contaminación y degradación ambiental, las premisas para la
autodestrucción del planeta… Por lo tanto concluye: Hoy disponemos de mucha más
información que en el pasado, pero no poseemos más conocimiento; somos más
ricos, longevos y poderosos, pero no sabemos más sobre el sentido de la vida”.
El conocimiento natural no es contrario al conocimiento de Dios. Ambos
se necesitan y se complementan. El conocimiento de Dios no va en contra de la
libertad, ni de nuestra inteligencia; más bien tenemos que aprender a depositar
nuestra confianza y nuestra adhesión a la verdad revelada por Dios. Ambas
realidades, fe y razón, proceden del mismo y único creador, y en Él no puede
haber ni hay contradicción. La fe es un don de Dios y es también un acto
humano. Dios mismo es quien nos otorga la gracia para que podamos creer y
acercarnos a Él, guiados por el Espíritu Santo.
Bendiciones.