“Vayan, aprendan
lo que significa misericordia quiero y no sacrificios…” (Mt 9,13).
La palabra misericordia viene del latín
“miser” (miseria, miserable, desdichado), y “cordis” (corazón). Es decir, se
refiere a la capacidad de sentir desdicha de los demás.
La misericordia es una de las características
del creyente cristiano, del seguidor de Cristo y su evangelio. Ya el mismo Jesús
en el evangelio de san Mateo 25, 31-46, nos habla del juicio final y también
enseña de las obras o actitudes que se tomarán en cuenta para la salvación o
condenación de los hombres: “tuve hambre
y me dieron de comer; estuve desnudo y me vistieron; en la cárcel y me
visitaron; enfermo y fueron a verme…” Estas actitudes que describe el
Maestro de Nazaret es lo que la tradición de la Iglesia ha llamado o calificado
como las “obras de misericordia”. Estas obras o actitudes son las que nos darán
el pase o no al Reino de los cielos ya que Jesús deja bien claro que cuando
actuamos a favor de las personas que están en estas situaciones, lo hacemos con
Él. Por eso también en otra parte del evangelio Jesús nos advertirá que si
nuestra justicia no es mejor que de la de los fariseos correremos la misma
suerte que ellos. El poner en práctica estas obras de misericordia es lo que
podríamos entender también como el “ir acumulando un tesoro en el cielo donde
los ladrones no pueden robar ni la polilla destruir”.
El Papa Francisco, como fiel custodio del
evangelio y la tradición eclesial, ha insistido en su pontificado sobre este
aspecto del auténtico cristianismo. Él mismo ha declarado que el próximo año
2016 sea el año de la misericordia. Nos conduce de esta manera a que
fortalezcamos y profundicemos en este aspecto de nuestra fe no nada más en una
forma teórica sino y, sobre todo, en la práctica. Debido a esta invitación, el
santo padre concedió a todos los sacerdotes la facultad de absolver del pecado
del aborto a quien se acerque a la confesión con una actitud de verdadero
arrepentimiento y propósito de enmienda.
Ahora bien, volviendo al título de este
escrito, el Papa Francisco ha realizado su décimo viaje pastoral fuera del
Vaticano y esta vez volvió a América, específicamente a Cuba y Estados Unidos.
Algunas de las pancartas que se utilizaron para promocionar esta visita en
suelo cubano fue una que decía “Papa Francisco: el Papa de la misericordia”.
Hay que decir aquí que, si bien es cierto que el santo padre es el Papa de la
misericordia, lo cierto es también que no es el Papa del permisivismo. Lamentablemente
esto es lo que, -principalmente-, los enemigos y detractores de la Iglesia Católica
han querido presentar al mundo como la línea del pontificado de Francisco. Esto
es un error y una manipulación tanto de la figura del Papa como del
pontificado. El Papa no puede ir jamás en contra del evangelio y mucho menos de
Jesucristo. El mismo Jesús dijo que Él vino a buscar y salvar al pecador, pero
no al pecado. Es al pecador que hay que salvar, pero el pecado se rechaza; es
al enfermo que hay que sanar de su enfermedad. Jesús nos reveló que Dios-Padre
es el Dios misericordioso, pero no permisivo; Él mismo no lo hizo y esto lo
dejó muy claro a sus apóstoles.
Cuba ha sido un país que ha estado sometido a
un régimen de gobierno comunista, dictatorial y por lo tanto represivo, en
donde las libertades no existen. Ha pasado el tiempo, más de medio siglo, y las
cosas en la isla están tomando otro giro. Recordamos la visita del Papa san
Juan Pablo II cuando en una de sus homilías dijo las palabras “que Cuba se abra
al mundo y el mundo se abra a Cuba”; después el Papa Benedicto XVI,-peregrino
de la caridad-, en su discurso de despedida invitó a los cubanos a crear una
sociedad solidaria en la que nadie se sienta excluido. Por su parte, el Papa
Francisco ha insistido en el mismo escenario en la práctica de la cultura del
encuentro. El pueblo cubano ha sufrido mucho y tenemos que aprender a dolernos
de su sufrimiento, pero no como algo puramente sentimental, sino más bien con
la firme intención de ayudar a esa nación a que siga abriéndose al mundo.
Tenemos que comportarnos como verdaderos prójimos de nuestro prójimo, como lo
enseñó Jesucristo en la parábola del buen samaritano. No esperemos a que el
otro se acerque; acerquémonos primero nosotros como lo hizo Jesucristo. Esto es
ser prójimo de mi prójimo; y esto también es lo que ha hecho el Papa Francisco
hacia el pueblo cubano.
Seamos verdaderos creyentes-cristianos
misericordiosos; pero rechacemos la permisividad, el libertinaje, la impiedad,
la indiferencia, el sin sentido. El Papa Francisco nos sigue dando el ejemplo.
Esto no es ideología; es más bien puro evangelio.
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