“…Escúchenme todos y entiendan. No mancha al hombre lo que entra por la
boca, sino lo que sale de la boca, eso mancha al hombre… Lo que sale de la boca
viene de dentro del corazón, y eso es lo que contamina al hombre” (Mt
15,10.18).
Ante el fracaso del hombre de querer
controlar y eliminar el mal por sus propias fuerzas y capacidad, hay que
reconocer que en verdad necesitamos de la ayuda de Dios para poder enfrentar
esta realidad nuestra; necesitamos de la sabiduría divina, que es un camino que
Dios pone a nuestro alcance para que podamos progresar y fortalecer nuestra fe
por medio del Espíritu Santo, que lo sondea todo y lo penetra todo. Esta es
sabiduría divina que Dios mismo ha revelado al hombre, y que es desconocida por
los enemigos de Dios. Ya lo dice el autor de la carta a los Hebreos, que Dios
se ha revelado al hombre de muchas y diferentes formas, y que de manera
definitiva lo ha hecho por medio de su Hijo Jesucristo y en Él nos ha dado a
conocer realidades que estaban escondida a nuestra mente y sólo por la revelación
podríamos conocer (Hb 11,1-2). Entre esas realidades reveladas esta el mal.
En el libro del Génesis, en el relato de la
creación se nos dice que todo lo que Dios creó, lo creó bueno. Pero también es
cierto que existe el mal, que no fue creado por Dios. Pensemos en la oración
del Padre Nuestro: Jesús nos enseña que debemos de pedirle a Dios que nos libre
del mal (Mt 6,13). Algo que debemos de tener bien claro es que el origen de
este mal es precisamente “el pecado”. La mayor consecuencia del pecado es la
muerte. Y esto lo conocemos por la revelación divina. La muerte no fue hecha ni
creada por Dios. Dios es el Dios de la vida y quiere que todos nosotros tengamos
vida y vida en abundancia; por eso nos envió a su Hijo. “Dios no es un Dios de muertos sino de vivos” (Lc 20.38). Entonces,
¿por quién vino la muerte? Pues por el hombre. Por un mal uso de su libertad;
porque fue capacitado para poder distinguir entre el bien y el mal, entre lo
bueno y malo, entre la vida y la muerte, etc.
Ahora bien, lo cierto es que si el hombre no
es capaz de reconocer y tomar conciencia de que si no busca la ayuda de Dios,
no podrá vencer el mal, a pesar de todos los esfuerzos que haga por su propia
fuerza. Esto también es parte de la revelación. Ya el mismo Jesús lo dijo: “sin mí nada podrán hacer” (Jn 15,5).
Toda la humanidad esta imbuida por el mal: “no
hay quien sea justo, ni uno sólo” (Rm 3,10). El mal tiene que ver con el
pecado, que es su fuente y su raíz. El lugar privilegiado del pecado es el
corazón del hombre; allí donde crecen juntos el trigo y la cizaña; ese lugar
privilegiado donde el Padre y el Hijo quieren habitar, donde quieren poner su
morada. De ahí que el corazón del hombre sea siempre el blanco de ataque de
Cristo y su gracia. Dios es el único que puede cambiar nuestros corazones,
nadie más; pero para hacerlo, necesita de nuestro consentimiento y colaboración;
por eso es que Él está a la puerta tocando para que nosotros desde dentro le
abramos. Nunca forzará o tirará la puerta porque es todo un caballero y
respetuoso de nuestra libertad. Cristo mismo nos la fuerza para poder
enfrentarnos al pecado y a nuestro pecado; busca de nosotros una verdadera y
profunda conversión: “arrepiéntanse y
conviértanse, para que sus pecados sean borrados” (Hb 3,19). Si en verdad
queremos cambiar, necesitamos de una actitud profunda de conversión. Partiendo
de la existencia de un Dios infinitamente bueno, y de la evidente existencia
del mal, el pecado original es la única solución razonable al enigma del mal.
La situación presente del mundo, ostensiblemente marcada por el mal, no puede
ser considerada como constitutiva de la creación, sino que ha de ser entendida
como resultado de una caída, de una herida, de una corrupción que padece el
mundo creado. Tuvo que ser la libertad humana quien introdujo el mal en la
creación.
Cabe aclarar que hasta ahora lo que hemos
dicho, es estarnos moviendo en el plano espiritual. Por esto mismo es que necesitamos
apoyarnos en la fe, porque si no es así, no podremos avanzar. Muchas de estas
situaciones del mal no podemos comprobarlas por nuestra sola inteligencia, sino
que permanecen en el ámbito del misterio ya que están fuera del alcance de
nuestra razón. Por eso hemos hablado de que esto es revelación de Dios. Es Él
el que nos lo ha revelado y nos lo ha dado a conocer.