En el
segundo relato de la creación que se nos narra en el capítulo segundo del
Génesis, encontramos nosotros unos indicios muy interesantes para nuestra fe. A
diferencia del primer relato del capítulo primero, en donde se nos va narrando
lo que Dios iba haciendo día por día, y que cierra ese relato con la creación
del hombre como culmen de la misma creación; en este segundo relato, más breve,
nos encontramos con un Dios artesano, un Dios alfarero.
Leemos
en este pasaje bíblico que Dios formó al hombre del polvo de la tierra y sopló
en su nariz un aliento de vida, y así el hombre se convirtió en ser viviente (2,7).
Es interesante esto porque, si en el primer relato de la creación se presenta a
Dios creador de todo: pone orden donde antes había caos, las dos lumbreras, el
mar y la tierra, los seres vivientes del mar, las aves del cielo, las plantas,
etc., y crea al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza. Pero en este
segundo relato es muy específico al presentar a Dios como moldeador o una
especie de alfarero que se detiene a darle forma al cuerpo del hombre, cosa que
no hace con los demás seres vivientes. Podemos nosotros incluso pensar, sin que
esto se vaya a interpretar como un atrevimiento de nuestra parte, que a lo
mejor Dios tuvo que intentar varias veces la formación del cuerpo del hombre
hasta darle la forma perfecta que Él quería. Pero dejémoslo ahí. Lo que sí es
de resaltar es la actitud de Dios en detenerse a formar el cuerpo del hombre.
Pero
esto tampoco queda ahí. Se nos dice inmediatamente que, después de formar al
hombre del polvo, insufló en sus narices el aliento de vida. Dios le dio la
vida, y esto se interpreta como un don o regalo. La vida del hombre viene o
procede de Dios, que es el Dios de la vida. La vida al hombre se le ha sido
dada como don; el hombre no se ha dado la vida a sí mismo. La vida no le
pertenece, sino a Dios. De aquí entenderemos entonces las palabras de Jesús
cuando dijo “Dios no es un Dios de
muertos, sino de vivos, porque todos ustedes están vivos para Él; y también
cuando dijo: “ustedes están en el mundo,
pero no son del mundo, sino de Dios”. Por esto mismo y en base a esta
enseñanza bíblica, la Iglesia defiende, protege y promueve la vida humana desde
su concepción hasta su muerte natural. Ella no puede renunciar a esta enseñanza
ya que si lo haría traicionaría el mensaje evangélico. Esto lamentablemente es
lo que muchos, incluyendo creyentes, no han entendido y por eso nos encontramos
con esas ideas disque progresistas que niegan el primer derecho que es el
fundamento de todos los demás: el derecho a la vida.
Ahora
bien, tengamos en cuenta que existe alma animal y alma humana. Los hombres
tenemos alma humana; tenemos el aliento de la vida. Pero nos falta algo para
poder ser y llamarnos hijos de Dios. Además del alma humana, se nos ha dado
también el don del Espíritu. El Espíritu es lo que nos hace tener relación con
Dios, a diferencia de los demás seres vivos. Sólo el hombre puede relacionarse
con Dios a través del Espíritu. Tengamos en cuenta que cuando somos bautizados
el gran don o regalo que recibimos es el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo.
Este Espíritu Santo es el que nos guiará hacia nuestra relación con Dios; es
por el Espíritu Santo que nosotros, como lo dijo san Pablo, podemos dirigirnos
a Dios como “Padre”; es el Espíritu
Santo el que ora en nosotros y a través de nosotros. Es el Espíritu Santo el
que nos impulsa a obrar de acuerdo a la voluntad de Dios. Es decir, no basta
con que nosotros tengamos el don de la vida por medio del soplo divino, es
necesario y hasta indispensable, que seamos revestidos por el Espíritu de Dios,
y esto lo logramos por medio del sacramento del bautismo. Jesús mismo, -cuando
elogió a Pedro cuando éste le reconoció como el Señor, el Hijo del Altísimo-, le
dijo que eso no se lo había revelado ni carne ni sangre alguna, sino su Padre
del cielo: ¿cómo fue o se da esta revelación en la persona? Pues por medio del Espíritu
Santo.
¿Qué
podemos concluir de esto? Pues que la salvación de Dios ha sido dada sólo a
nosotros los seres humanos, porque somos las únicas criaturas destinada a ello.
Sólo a nosotros los seres humanos vino el Hijo de Dios para llevarnos de
regreso al Padre: “es mi voluntad que
donde yo esté, estén también todos ustedes los que creen en mí, y los que por su testimonio también creerán en
mi”. Hay muchas personas que se preguntan si los animales se salvarán o
llegarán a la vida eterna. Pues según las Sagradas Escrituras, eso no es así por
las razones antes expuestas; es decir, los animales tienen aliento de vida,
pero no tienen Espíritu. Cristo vino a rescatar a los enfermos por el pecado, y
esos enfermos somos nosotros los seres humanos; no vino a llamar a los justos,
sino a los pecadores, y esos pecadores somos nosotros los seres humanos.
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