“Déjenlos: son ciegos y guías
de ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en el hoyo” (Mt 15,14).
Hay un dicho
popular que dice que dos cabezas piensan más que una; cuatro ojos ven más que
dos. Esto es verdad. Nosotros los seres humanos necesitamos de la ayuda de los
demás, aunque nos neguemos a reconocerlo. Hay una mala costumbre de parte de
mucha gente de negarse a buscar o recibir ayuda de los otros porque piensan que
les están coartando en su libertad e interfieren en sus decisiones. Esto es
falso. Partimos del hecho de que Dios nos creó seres sociables; no aislados, ni
solitarios. Recordemos que por eso Dios después de crear al primer hombre, como
vio que este se sentía solo dijo que no es bueno que el hombre este solo y le
creó a la mujer como ayuda y compañera; la creó de su misma dignidad: “ésta si es hueso de mis huesos y carne de
mi carne”; fue la expresión de Adán al verla.
En la vida espiritual, demostrado está que no
podemos caminar solos; no es bueno que caminemos solos. Jesús fue consciente de
esto, por eso se les acercó a los discípulos de Emaús y se puso a caminar con
ellos; junto a ellos. Se ha demostrado que el realizar el camino de la fe y de
la espiritualidad se hace mucho más fácil y llevadero cuando lo compartimos con
los otros; cuando nos dejamos ayudar por los demás; cuando nos apoyamos en los
demás. El acompañamiento espiritual es necesario e indispensable por muchas
razones. En las Sagradas Escrituras nos encontramos con un pasaje del libro del
éxodo en donde vemos que el pueblo de Israel se queja al vagar por el desierto
sin rumbo ni sentido, que están cansados de dar vueltas y vueltas alrededor de
la montaña. Esto es lo que podríamos parafrasear con el dicho popular de que “hemos caminado o vivido sin ton ni son”.
Muchas veces así vamos nosotros caminando por la vida: sin saber a dónde vamos,
sin que el estudio o trabajo nos acerca a Dios, sin que la amistad, la familia,
la salud y la enfermedad, los éxitos y los fracasos nos ayudaran a dar un paso
hacia adelante en lo verdaderamente importante: la santidad, la salvación.
En la vida espiritual es muy fácil perder el
camino, el sentido, la orientación; porque se está sometido constantemente a
pruebas, tentaciones, obstáculos, etc., que lo cuestionan todo y lo confrontan
todo. Es muy frecuente que en la vida espiritual pasemos por lo que muchos han llamado
“la sequedad espiritual”, que es un
arma de doble filo: por un lado si nos dejamos dominar por ella nos tira o
lanza al suelo y se nos hace más difícil levantarnos; pero por otro lado, es la
voz de alarma en nuestro interior que nos dice que hay que dar un paso más hacia
adelante. Dejarnos ayudar en la dirección espiritual nos lleva a saber a no
preocuparnos por cosas que en el fondo tienen o tenían poca o ninguna
importancia, asuntos completamente irrelevantes y accidentales. Es necesaria la
dirección espiritual porque muchas veces andamos con un fuerte desaliento o
desánimo en nuestro caminar, y esto se puede presentar en cualquier momento o
edad. Necesitamos esa voz amiga que nos grita el ¡ánimo, adelante! ¡No te
detengas! ¡No debes pararte! porque tienes la gracia de Dios para superar
cualquier dificultad ¡Cuánto mayores sean los obstáculos, mayor es la gracia de
Dios! Estas palabras nos ayudan a recuperar la esperanza de saber que es Jesús
que tiene la última palabra: “si tus problemas son grandes, cuéntales a tus
problemas lo grande que es Dios”. No es bueno ir por la vida solos; no es bueno
caminar en la vida solos.
El camino a recorrer no siempre es claro.
Muchas veces tendremos que preguntar a alguien que nos lleva cierta ventaja o
experiencia por dónde es que se va a Dios. Por eso dijo san Agustín que, “así como un ciego no puede seguir el camino
recto sin un lazarillo, tampoco puede nadie caminar sin guía”; y como dice
la canción “sólo se llega a buen puerto, si se va de dos en dos”. Francisco Fernández-Carvajal dice que porque
el ojo, bueno para ver las cosas de afuera, es pésimo para verse a sí mismo. Y
si no nos conocemos no podremos luchar, y sin lucha no hay santidad.
Entonces, sí es necesaria la dirección
espiritual. No podemos caminar solos. Dios lo supo y por eso actuó en
consecuencia para que sus hijos no se pierdan en el camino. Jesús mismo lo
enseñó y por eso estableció la comunidad de la Iglesia, para que nadie ose a
caminar solo en este intrincado camino de la vida de fe y espiritual. Seamos
humildes para reconocer, buscar y aceptar esa ayuda.
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