En el evangelio leemos que Jesús les dijo a sus
apóstoles que a ellos los perseguirían, los maltratarían, los injuriarían, los
condenarían y hasta los matarían… todo por MI CAUSA. Pero, ¿cuál es la causa de
Jesús? Pues el Reino de Dios. De muchas y diferentes maneras Jesús dejó bien
claro que a esto fue Él enviado a nosotros por su Padre del cielo. Él
dijo que el Reino de Dios ya está entre nosotros, y en otra ocasión dijo que el
Reino de Dios está dentro de nosotros.
Este
Reino de Dios no es como los reinos humanos o mundanos. Es verdad que nosotros
pensamos este Reino de Dios en categorías humanas; y esto es así porque ciertamente
nosotros somos seres humanos, no somos otra cosa, no somos extraterrestres. Pero,
aunque esto sea cierto, por el otro lado no es correcto quedarnos en estas
categorías humanas para tratar de entender una realidad que, como es el Reino
de Dios, nos trasciende, está muy por encima de nuestro entendimiento. Más bien
lo que hacemos es tratar de acercarnos, aproximarnos en nuestro lenguaje humano
a una realidad trascendental. Siempre nuestro lenguaje se quedará corto ya que jamás
podremos abarcar con nuestras categorías la divinidad de Cristo.
El
pensar de esta manera fue lo que hicieron los apóstoles y lo que los llevó a
que en muchas ocasiones asumieran actitudes contrarias a lo que su Maestro les
enseñaba y quería transmitir. Ellos veían todo esto desde la perspectiva
meramente humana y no eran capaces de dar el paso de trascendencia. Esto
también es lo que le sucedió a la samaritana cuando al hablar con Jesús no entendía
de qué le estaba hablando, y el Maestro tuvo que irla llevando a ese plano
trascendental del mensaje que traía. Ese fue un diálogo en dos dimensiones
diferentes: Jesús hablando en un plano espiritual-trascendental, y la
samaritana hablando en un plano humano-terrenal. Tenemos el ejemplo en el
evangelio de la madre de los dos discípulos que se le acercó a Jesús para
pedirle que le concediera el favor de que, en su Reino , ellos se sentaran uno
a su derecha y el oro a su izquierda, a lo que el Señor les dijo que no sabían
lo que pedían. Pero también está la actitud de enojo de los otros discípulos al
ver esta acción de la madre y sus dos hijos; y es que ellos también tenían sus
planes, su s deseos de ocupar esos puestos de importancia en el Reino de Dios.
Pero Jesús los conminó a que el que quiera ser el primero que se haga el
servidor de todos, a ejemplo suyo, que no vino a ser servido sino a servir.
Entonces, si hay un Reino de Dios es porque también hay otro reino que
no es de Dios. Todo reino tiene su rey: el del cielo es Dios y el del mundo es
el diablo o príncipe del mal o padre de la mentira. Estos reinos son totalmente
antagónicos, no se juntan para nada, son como el agua el aceite. En el diálogo
de Jesús con Pilatos, cuando éste le pregunta sobre su reino, Jesús le responde
o, más bien le aclara, que su Reino no es de este mundo, porque si así fuera,
hace tiempo que su Padre había mandado todo un ejército a defenderlo. Pero su
reino no es de este mundo. Y esto se entiende porque, este mundo está enfermo
por el pecado, y para poder ser sanado de esa enfermedad, la medicina tiene que
venir de otro lugar, y esa medicina es precisamente el Reino de Dios. Pero tampoco
hay que entender que este Reino de Dios es un reino tipo extraterrestre o
marciano, no. Este Reino de Dios es otra realidad. Y es el Reino que se nos ha
dado y revelado a nosotros como “proyecto”, es decir, se nos ha dado como un
“don y tarea”. Es regalo de Dios y tarea nuestra que tiene que irse
implementando, testimoniando, construyéndose en el día a día de nuestra
existencia. Este Reino de Dios se viene construyendo, edificando y esto terminará
cuando el Señor vuelva con toda su gloria y majestad.
Este
Reino de Dios no es el del rey que tiene su ejército, su gabinete, sus
esplendores mundanos, sus influencias en otros reinos o pueblos, y que le dicta
normas políticas y económicas a los demás, etc. Este Reino de Dios es, como lo
dijo san Pablo: “El Reino de Dios no es comida ni bebida. El Reino de Dios es
paz, justicia y gozo en el Espíritu Santo. Y quien en esto sirve a Cristo
agrada a Dios, y tiene la aprobación de los hombres”. En el Reino de Dios no
hay puestos de mando, no hay gabinete, no hay implemento de estrategias
políticas ni económicas ni sociales, ni educativas, ni de salud, ni de
seguridad ciudadana, etc.
Pues, esta
es la causa nuestra. No es otra causa diferente a la de Jesús. Esta es la causa
que tenemos que seguir proclamando, anunciando, como nos lo mandó el mismo
Señor: “Díganles a las gentes que el Reino de Dios está cerca”. Pero hay que
asumir esta causa en nuestras vidas, desde nuestra fe. Testimoniarla desde lo más
profundo de nuestro corazón, porque por eso es que está dentro de nosotros; no
es para que la guardemos, es para que hagamos creíble el mensaje del evangelio,
de la buena noticia de salvación.