Dos años después de haber concluido el Concilio
Vaticano II, el Papa Pablo VI dirigió el primer mensaje a todos los hombres y
mujeres de buena voluntad que tienen el sincero propósito de respetar la ley eterna
de Dios, de acatar sus mandamientos, secundar sus designios; en una palabra, de
permanecer en la verdad-; esta exhortación que llamó “Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz”,
y que fuera leído siempre el día primero del año, solemnidad de Nuestra Señora,
Madre de Dios. A partir de entonces, se convirtió en una tradición de los sumos
pontífices de dirigir este mensaje con este motivo al inicio de cada año. Estos
mensajes constituyen todo un cuerpo de
doctrina católica sobre la paz y la convivencia humana internacional,
iluminados desde la Palabra de Dios.
Para
esta ocasión, este año que apenas lleva unas horas de inicio, el Papa Francisco,
siguiendo la tradición pontificia, nos ha dirigido este mensaje con motivo de
la 52 Jornada Mundial de la Paz, que lleva por título “La buena política está
al servicio de la paz”. No es mi intención en esta ocasión de leer completo
este mensaje, sino de hacer alusión a algunas frases y palabras que me han
parecido interesantes y que nos pueden ayudar a profundizar e iluminar nuestra
realidad actual como personas creyentes y también como sociedad dominicana.
Quiero además, que estas palabras puedan ser una motivación para que todos
nosotros nos interesemos en leer este mensaje del santo padre y que podamos
seguir profundizando en el compromiso de nuestra fe, nuestro compromiso
eclesial y nuestro compromiso como ciudadanos de esta nación.
En las
Sagradas Escrituras, y más específicamente en los libros del Génesis, Los Salmos
y la carta a los Hebreos, se hace referencia a un sacerdote de nombre
Melquisedec, -cuyo significado es rey de justicia-, y que es rey de la ciudad
de Salem, -cuyo significado es paz. Este sacerdote del AT es figura del mismo
Cristo, puesto que es el que nos trae la Paz de Dios. La paz es uno de los
signos del Reino de Dios y también uno de los estandartes de todo discípulo de
Cristo. En una ocasión Jesús mismo, al enviar a sus discípulos a predicar la
buena notica del evangelio, les dio el mandato de desear la paz a todos los
hogares donde ellos llegaran y si allí había gente anhelantes de la paz, ese
saludo de paz se quedaría permanentemente con ellos; pero, por otro lado, si
encontraban que había gente que no quisiera esa paz que proclamaban, pues ese
deseo de paz volvería a ellos. A partir del acontecimiento de la Resurrección, -Jesús-, cuando se les aparecía
a los discípulos, su saludo era “la paz este con ustedes”; para después
decirles: “Les doy la paz no como se las da el mundo, sino como es en
realidad”. ¿Y cómo es esta paz que Dios-Padre nos da por medio y a través de Su
Hijo? Pues es la paz como “don, como regalo”; es la paz que nace, que se gesta,
que brota en lo más profundo del corazón de la persona creyente. A esto nos
dice el Papa Francisco que esta casa mencionada por Jesús es cada familia, cada
comunidad, cada país, cada continente con sus características propias y con su
historia; es sobre todo, cada persona sin distinción ni discriminación.
El
santo padre, al hablar sobre el desafío de una buena política, nos dice que, la
política es un vehículo fundamental para edificar la ciudadanía y la actividad
del hombre, pero cuando aquellos que se dedican a ella no la viven como un
servicio a la comunidad humana, puede convertirse en un instrumento de opresión,
marginación e incluso de destrucción. Ninguna sociedad humana podría sostenerse
si fuera lícito prevaricar al más débil, privar al otro de su propiedad legítima,
mentir cuando hacerlo fuera ventajoso. La política, en su sentido original y
etimológico se entiende como la ciencia que trata del gobierno y cómo se
organiza la sociedad; y esta organización debe de realizarse en orden y como
servicio. El político es aquel que debe ser servidor del pueblo (por lo menos
es lo ideal); pero sabemos que la política está siendo usada no para servir,
sino para servirse. Esta visión de la política contradice la enseñanza evangélica
de “quien quiera ser el primero que sea el último de todos y el servidor de
todos” (Mt 9,35). Como subraya el Papa Pablo VI: “Tomar en serio la política en
sus diversos niveles, -local, regional, nacional y mundial-, es afirmar el
deber de cada persona, de conocer cuál es el contenido y el valor de la opción
que se le presenta y según la cual se busca realizar colectivamente el bien de
la ciudad, de la nación, de la humanidad”. La función y la responsabilidad
política constituyen un desafío permanente para todos los que reciben el mandato de servir a su país,
de proteger a cuantos viven en él, y de trabajar a fin de crear las condiciones
para un futuro digno y justo.
Al
hablar de la caridad y virtudes humanas para una política al servicio de los
derechos humanos y de la paz, el santo padre recuerda las propuestas de las
bienaventuranzas del político, del cardenal vietnamita Van Thuan, que son:
bienaventurado el político que tiene una alta consideración y una profunda
conciencia de su papel; bienaventurado el político cuya persona refleja
credibilidad; bienaventurado el político que trabaja por el bien común y no por
su propio interés; bienaventurado el político que permanece fielmente
coherente; bienaventurado el político que realiza la unidad; bienaventurado el
político que está comprometido en llevar a cabo un cambio radical;
bienaventurado el político que sabe escuchar; y por último, bienaventurado el
político que no tiene miedo.
Al
hablar de los vicios de la política, el santo padre nos dice que éstos son
debidos tanto a la ineptitud personal como a distorsiones en el ambiente y en
las instituciones. Es evidente para todos que los vicios de la vida política
restan credibilidad a los sistemas en los que ella se ejercita, así como a la autoridad,
a las decisiones y a las acciones de las personas que se dedican a ella. Otros
vicios son la corrupción, la negación del derecho, la justificación del poder
mediante la fuerza, la tendencia a perpetuarse en el poder, la xenofobia (odio
al extranjero), el racismo (odio al que es de otra raza), el rechazo al cuidado
de la tierra, el desprecio a los exiliados. La libertad del ser humano se haya
gravemente acorralada. La responsabilidad es una palabra maldita. Ningún
político y ningún alto cargo financiero dimiten, a pesar de demostrarse sus
corruptelas porque el sistema judicial está también corrompido y politizado. Y
tampoco devuelven los recursos ni las riquezas robadas. Se aseguran su alimento
y nos dejan las sobras de una sociedad que languidece. El ensayista francés
Joseph Joubert dijo: “La justicia es la verdad en acción”. Se comprende que en
el mundo, que en nuestra sociedad no haya justicia, porque lo que impera no es
la verdad, sino la mentira. Ante esta triste y lamentable realidad, Martin
Luther King dijo: “No me preocupa el grito de los violentos, de los corruptos,
de los deshonestos, de los sin ética. Lo que más me preocupa es el silencio de
los buenos”. Y la escritora egipcia Nawal El Saadawi dijo: “Nada es más
peligroso que la verdad en un mundo que miente”.
Hoy el
hombre vive instalado en un mundo dominado por la mentira. Los intereses
creados y ficticios de los distintos niveles de poder dan como resultado una
sociedad global incapaz de satisfacer la necesidad de verdad y de paz del ser
humano, que la necesita y la reclama a gritos, pero que no sabe dónde
encontrarla. La finalidad de tanta mentira es la destrucción del espíritu de la
persona y de la vida. Y es que siempre ha existido una tendencia de los que
rigen los destinos de los pueblos de querer ejercer sobre sus gobernados un
absoluto “control”, y para poder lograrlo hay que mantener al pueblo alejado
del conocimiento y la verdad. El papa san Juan XXIII dijo: “La base de la paz
es, ante todo, la verdad”.
Al hacer
referencia a negarnos a la guerra y no dejarnos
dominar ni fomentar el miedo, el santo padre dice que no son aceptables los discursos
políticos que tienden a culpabilizar a los migrantes de todos los males y a
privar a los pobres de la esperanza. Puede que esta frase sea interpretada por
muchos como un ataque del papa a todos aquellos políticos que han encarado de
frente el tema de la migración con la aplicación de leyes duras y que quieren así
proteger sus territorios y sus fronteras. Como dice el dicho popular: “Para los
gustos se hicieron los colores”; o también este otro: “Todo depende con el color
del cristal con que se mire”; no creo que el mensaje sea que el Vaticano esté
de acuerdo o apoye que las fronteras tienen que estar abiertas para que todo el
que quiera se mueva a sus anchas hacia el territorio que lo desee, y que nadie
tiene derecho a pedirle ningún documento para entrar al país que llega. El
secretario de Estado del Vaticano, el cardenal Pietro Parolín, hablando sobre
el proceso de integración de los inmigrantes, dijo: “La integración es un
proceso bidireccional en el que los migrantes deben de respetar las leyes, la
cultura y las costumbres locales del país que los recibe, mientras que los
países de acogida deben respetar las tradiciones y cultura de los migrantes”; y
también ha hablado del “derecho a no emigrar”, al afirmar que: “La Santa Sede
hace un llamamiento a los gobiernos y a la comunidad internacional, para que
fomenten las condiciones que permitan a las comunidades e individuos vivir en
condiciones de seguridad en sus propios países”. Se ha referido también en
varias ocasiones a que los Estados tienen el derecho soberano de poner
controles y exigir a los extranjeros que llegan, de cumplir las normas y leyes
del país que los acoge.
Aplicando estas palabras a nuestra realidad particular, hay que decir
que, la República de Haití no cabe en la República Dominicana. Todo extranjero
que quiera venir a la República Dominicana debe de hacerlo bajo el estricto
cumplimiento de las leyes migratorias dominicanas. La migración debe ser asunto
exclusivo de cada estado de acuerdo a su realidad y necesidad. Si por un lado, hay
quienes afirman que emigrar es un derecho humano, por otro lado, inmigrar está
sujeto a la legislación soberana de los Estados y no a imposiciones de organismos
internacionales. La República Dominicana debe de acoger con responsabilidad el
recibimiento de inmigrantes de acuerdo a sus intereses y necesidades. El
desorden migratorio que vive nuestro país en la actualidad provoca
convulsiones, violencia, xenofobia y hasta perjudica a los migrantes. Nuestras
autoridades deben de encarar y asumir este tema con valentía y orden. La
porosidad y descontrol de nuestra frontera, y una falta de políticas migratorias
claras, nos ha llevado por un largo y profundo derrotero en donde las
autoridades se han visto maniatadas y hasta genuflexas ante los dictados de organismos
internacionales que socavan los intereses, principios, fundamentos, identidad y
soberanía nacional. No podemos seguir sometiendo ni manteniendo nuestro país a
un desorden migratorio que después no podamos arreglar. Una política migratoria
con sentido de caridad cristiana es esencial, pero al mismo tiempo con la condición
de la justicia que, elimina las razones de discordia y de guerra, soluciona los
conflictos, determina las atribuciones, precisa los deberes y, responde a los
derechos de cada parte. Ningún extranjero puede llegar a otro país y hacer lo
que se le pegue la gana. Debe de hacer el esfuerzo de integrarse a la sociedad
que lo recibe, sin perder jamás su identidad propia, su cultura. Si esto no se
da, pues será un obstáculo para que se dé la paz, porque una inmigración masiva
y descontrolada genera más fragmentación de la sociedad que no puede reaccionar
generalmente a las agresiones de los traidores.
La diferencia cultural provoca un
miedo: el miedo de ser obligados a ser como el otro, a hacer lo que hace el
otro, a creer lo que el otro cree. Resolver la diferencia no es nunca fácil:
podemos fingir que no hay problema, podemos tratar de expresar nuestras
exigencias y ponernos de acuerdo para mantener un cierto modo de vida. Pero
siempre existe el temor de que una cultura se imponga a la otra.
Hay una
estrategia para gobernar a base de miedo que es muy eficaz. El miedo hace que
no se reaccione, que no se siga adelante. El miedo es, desgraciadamente, más
fuerte que el altruismo, que la verdad, más fuerte que el amor. Ya lo dijo el
escritor español José Luís Sampedro Sáez: “El miedo nos lo están dando todos
los días en los periódicos y en la televisión”. Así nos mantienen manipulados,
confundidos y perdidos. En definitiva, tenemos que liberarnos de estas ataduras
que nos vienen de fuera y que muchos aquí adentro también son participes,
defensores y promotores. Hay un enemigo exterior, por demás poderoso, que
trabaja con un enemigo interior: son los traidores que trabajan para ese poder.
La paz es un don de Dios y una tarea nuestra
al mismo tiempo. Es verdad que nosotros solos no podemos resolver los problemas
de nuestro mundo tan necesitado de paz, y tan lleno de guerras, hambres,
injusticias, violencia... pero sí podemos educarnos para la paz. Podemos, en
nuestro entorno y en nuestra vida diaria, ser más tolerantes y comprensivos,
más dialogantes y menos impositivos, podemos cuidar el modo cómo decimos las
cosas, podemos aprender a dominar nuestro temperamento y nuestras reacciones,
podemos estar dispuestos a perdonar. Podemos ir haciéndonos sensibles para
rechazar cualquier tipo de violencia y acostumbrarnos a vivir y a construir la
paz. Así crearemos un ambiente en el que vaya creciendo la semilla de la cultura
de la paz. Cuando una sociedad se fragmenta espiritualmente, son muchas más las
posibilidades de que haya enfrentamientos. Mahatma Gandhi dijo: “No hay camino
para la paz. La paz es el camino”. La paz no es el punto de llegada. La paz no
se consigue actuando con violencia o recurriendo a ella. Si escogemos el camino
de la paz, seremos poderosos y experimentaremos la libertad. El camino de la
paz nos enseña que nadie es enemigo. El camino de la paz es nuestra única
esperanza de seguridad. Las paz en la tierra, suprema aspiración de toda la
humanidad a través de la historia, es indudable que no puede establecerse si no
se respeta fielmente el orden establecido por Dios.
Con
esta solemnidad de nuestra señora, -Madre de Dios-, comenzamos este nuevo año.
No puede haber mejor comienzo del año que estando muy cerca de ella. A ella nos
dirigimos con confianza filial, para que nos ayude a vivir santamente cada día
del año; para que nos impulse a recomenzar si, porque somos débiles, caemos y
perdemos el camino; para que interceda ante su divino Hijo a fin de que nos
renovemos interiormente y procuremos crecer en el amor de Dios y en el servicio
a nuestro prójimo.
María, Madre de Dios y Reina de la Paz ¡Ruega
por nosotros!
¡Que así
sea!