En los días del 21 al 24 de febrero pasado, el
Papa Francisco convocó a la ciudad del Vaticano a todos los presidentes de las
Conferencias Episcopales del mundo para lo que se llamó “Encuentro sobre
protección de menores”; pero que otros llamaron el pequeño “Sínodo de obispos
sobre los abusos de menores por parte de sacerdotes”. También es bueno señalar
que en el mismo hubo la participación de laicos, religiosos y religiosas que,
desde su profesión y apostolado compartieron su visión de este problema dando
luz y cómo luchar juntos ante este flagelo moral. Creemos que no importa tanto
el nombre con el que se quiera identificar esta convocatoria del Papa, sino más
bien lo que importa fue el tema tratado sobre esta “lacra o cáncer” que está
haciendo mucho daño y destrozando interiormente vidas de personas y también a la
familia de Cristo, su Iglesia.
Han
sido muchos los comentarios que esta reunión del Papa con los obispos concitó
desde su convocatoria, desarrollo y resultado. Creemos que tendremos que ver la
misma lo más objetivamente posible y con la sincera intención de ser honestos a
la hora de analizar sus resultados. Esa cumbre no pretendía jamás proporcionar
la solución definitiva a tan nefasto y desastroso problema. Se pretendía buscar
juntos, -con sinceridad, humildad, docilidad y obediencia-; métodos, posibles
acciones a tomar en cuenta para enfrentar y luchar contra este flagelo. Tenemos
el conocimiento de que el Papa, al comienzo de la reunión, entregó a cada
asistente una lista de 21 puntos de reflexión sobre este problema. Dijo el
Papa: “Estos puntos son una línea orientativa
para ayudar a nuestra reflexión; son un punto sencillo de partida, que viene de
ustedes y vuelve a ustedes, y que no quita la creatividad que debe tener este
encuentro… son una forma de compromiso, una hoja de ruta para el debate, son
puntos muy concretos y hay que tomarlos en atenta consideración, de forma muy
seria”.
Y
ciertamente, estos puntos no son los únicos existentes, sino que vienen siendo
un punto de partida, pero no un punto de llegada. Los obispos han puesto su
disposición en el tema, pero han dejado que el Espíritu Santo sople sobre
ellos. Ha sido una actitud de sinceridad y humildad de nuestros obispos ya que
han tenido que seguir reconociendo las fallas, descuidos y hasta complicidad
que han asumido en muchos de los casos de los abusos a menores por no haber
sabido enfrentarlos con coraje, entereza y justicia, sobre todo para las
víctimas. Pero es de sabios reconocer los propios fallos y pedir perdón.
Fueron
muchos los aportes que surgieron en este encuentro, tanto de los mismos obispos
como de los laicos y religiosos que participaron. Hubo motivaciones para que jamás
se calle o tape ningún caso de acusación
de un sacerdote que abuse de un menor; se instó encarecidamente a los obispos a
que colaboren totalmente con las autoridades civiles; el manejar con
transparencia estos casos, etc. Por parte del Papa hubo un reconocimiento de
tomar conciencia de la responsabilidad de la Iglesia e hizo nuevamente un
llamado para seguir luchando contra el abuso de menores; los obispos
reconocieron su responsabilidad en el mal manejo de la situación, y Monseñor
Scicluna afirmó que una persona peligrosa para los menores no puede ejercer el
ministerio sacerdotal.
La eficacia
de las propuestas-conclusivas en este encuentro, habrá que esperar sus
resultados a un largo plazo. Cada Conferencia Episcopal, así como cada obispo
en su diócesis, tendrá que poner en práctica y seguir buscando formas, medios y
maneras de cómo prevenir estos abusos y, los que ya se hayan dado, denunciarlos
y colaborar con la autoridad civil para lograr la justicia a las víctimas.
También es bueno tener en cuenta de que al sacerdote no se le va a dejar solo o
a abandonar a su suerte. La iglesia es madre de todos, -tanto de las víctimas
como de los victimarios-; hay que estar atentos también para enfrentar las
falsas denuncias, que se han dado y han hecho mucho daño. La Santa Sede ha
comunicado que en los próximos meses, el Papa escribirá un documento fruto de
ese encuentro para que sea objeto de estudio y aplicación por los obispos diocesanos
en conjunto con toda la iglesia y ayudados por laicos expertos en la materia. Hay
que luchar por recuperar y volver a la santidad. Es verdad que en la Iglesia de
Cristo, el humo de satanás está metido; hay mucha oscuridad en la Iglesia de
Cristo; hay mucha práctica de vida cristiana, espiritual y moral licenciosa en
la Iglesia de Cristo por muchos de sus hijos; para muchos ya nada es pecado,
todo se vale; ya lo dice el apóstol san Pedro: “Sean sobrios, estén despiertos, porque su enemigo, el diablo, como
león rugiente, ronda buscando a quién devorar. Resístanles firmes en la fe”.
El reto
de que esta situación cambie es responsabilidad de toda la Iglesia, de todos
los bautizados en Cristo. Somos todos los bautizados que tenemos que luchar por
recuperar la santidad a la que fuimos llamados por el mismo Cristo: “Sean santos, como su Padre celestial es
santo”; así como recuperar la práctica de una vida virtuosa. Si queremos
seguir caminando en dirección al cielo, a la casa del Padre, debemos de permanecer
en el camino correcto, el único camino que nos lleva al Padre y entrar por la
puerta que nos da acceso al Padre: Su Hijo Jesucristo.
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