El Papa Benedicto
XVI, en un discurso dirigido a los sacerdotes en el año 2005, les dirigió estas
palabras: “Queridos sacerdotes, el Señor
nos llama amigos, nos hace amigos suyos, confía en nosotros, nos encomienda su
cuerpo en la eucaristía, nos encomienda su Iglesia. Así pues, debemos ser en
verdad sus amigos, tener sus mismos sentimientos, querer lo que él quiere y no
querer lo que él no quiere. Jesús mismo nos dice: sólo permanecen en mi amor si
ponen en práctica mis mandamientos (Jn 15,10). Este debe ser nuestro propósito
común: hacer todos juntos su santa voluntad, en la que está nuestra libertad y
nuestra alegría”.
Una de las virtudes que deben de manifestar y
testimoniar siempre los esposos con su cónyuge es precisamente la confianza, ya
que es uno de los pilares de todo proyecto matrimonial; cuando esta virtud no está
presente o falla en el camino matrimonial, éste se empieza a tambalear. Con el
ministro del sacerdote podríamos decir también que es parecido; pero, a
diferencia de los cónyuges, el ministro del sacerdote está casado con Cristo. Entre
Cristo y el sacerdote también debe de haber una relación de confianza, sobre
todo departe del sacerdote. Esta es una virtud esencial para el buen desempeño
pastoral del sacerdote. El mismo Señor, por boca del apóstol san Pablo nos
exhorta diciéndonos: “…quien mediante la fe en él, nos da valor para llegarnos
confiadamente a Dios” (Ef 3,12). La virtud de la confianza es signo del hombre
nuevo, del hombre restaurado por Jesucristo, -y del ministerio al cual ha sido llamado.
Es punto clave para todo ministro sacerdotal ser una persona confiable. Es uno
del cual se puede fiar. Es bueno recordar, por si alguien aun no lo sabe o no está
enterado, que el pueblo de Dios tiene todo el derecho a contar con la atención
pastoral de sus sacerdotes; recordemos también que este es el real y verdadero
sentido del sacerdocio ministerial: el ministro del sacerdote esta para servir
al pueblo de Dios, no servirse de él; el sacerdocio ministerial no es una
llamada al poder sino una llamada al servicio; ningún hombre es llamado al
sacerdocio ministerial por Cristo para ostentar algún tipo de poder dentro de
la Iglesia, sino que es revestido de esta dignidad sacerdotal para servir a la
porción del pueblo de Dios a él encomendado. Por eso es que debe de ser una
persona confiable y debe de saber ganarse la confianza del rebaño de Cristo a
él confiado.
La base de todo esto es el mismo Cristo, que
es nuestro fundamento. Sobre esta roca es que se edifica toda la persona del
sacerdote para que así también confirme la fe de los fieles, que son sus
hermanos. Es roca firme y confiable, imagen expresiva de Dios verdad. El ministro
el sacerdote debe tener coherencia con la palabra dada; sinceridad de lo que
hace y piensa; sobriedad en las palabras y los gestos; prudencia, equilibrio y
armonía en los consejos y las actitudes; paciencia, piedra angular de la
esperanza que vive; hospitalidad, reflejo
del corazón del Padre; afabilidad, en el esfuerzo por comprender siempre, etc. Y
el mismo san Pablo en su carta a Timoteo cita todo un elenco de virtudes que
deben acompañar y adornar a todo hombre que se sienta llamado por Cristo a este
ministerio: “éstos deben de ser irreprochables,
sobrios, equilibrados, ordenados, hospitalarios, aptos para la enseñanza,
temperantes, pacíficos, indulgentes, con dotes de gobierno, con experiencia de
vivir en cristiano, de buena fama…” (1Tm 3,1-7); y también más adelante puntualizará
otras cualidades, como son: “que sea
justo, piadoso, hombre de fe, caritativo, constante, bondadoso. Y a Tito le insiste
en que debe de ser irreprochable, de no ser arrogante, ni colérico, ni bebedor,
ni pendenciero, ni codicioso” (Tit 1,7-8).
Ante toda esta lista de virtudes y cualidades
del verdadero ministro sacerdotal, no es de sorprendernos el escándalo que
causan algunos sacerdotes cuando asumen o han caído en situaciones o actitudes
contrarias a éstas antes mencionadas, faltas pequeñas y diarias, pero también
grandes y escandalosas. Estas faltas no solo se dan en lo relativo al terreno
de la sexualidad, sino también y sobre todo en el terreno de la obediencia o
transparencia y honestidad administrativa. El apóstol fiel también ayuda a los
creyentes a comprender y a perdonar, a respetar las debilidades y las vivencias
dramáticas, muchas de ellas experimentadas dolorosamente. La confiabilidad del apóstol
se demuestra fundamentalmente en el ejercicio de su ministerio desarrollado al
modo de Cristo: con la sabiduría del prudente y con la ternura del niño.