Haciendo una analogía con el deporte, nos damos cuenta
de que en el año las diferentes disciplinas se realizan o tienen temporadas en
las que se intensifican más. Es decir, no todo el año se juega beisbol ni
futbol ni basquetbol. Hay unos meses en el año en el que estas disciplinas se
intensifican más. Pues así mismo sucede con nuestra vida espiritual, cristiana,
de fe y eclesial. Durante el año, la Iglesia nos propone unas temporadas intensas
para que podamos fortalecer nuestra vida espiritual. No es que fuera de estas
temporadas fuertes de práctica religiosa no vivamos o practiquemos nuestra vida
cristiana, sino más bien son como tiempos fuertes que se nos proponen para
profundizarla y fortalecerla. En palabras del apóstol san Pablo: “son
tiempos propicios”. Y esto es la cuaresma: un tiempo propicio para
profundizar y fortalecer nuestra vida espiritual, cristiana, de fe y eclesial.
La cuaresma y la semana santa tienen su sentido en la Pascua de resurrección.
Basándonos en la palabra de Dios, y sobre
todo en el Evangelio, se nos proponen como medios para lograr este
fortalecimiento el ayuno, la oración y la limosna. No son los únicos medios
para lograrlo, sino que más bien son como los medios básicos para poner en práctica.
A estos medios ya conocidos por nosotros, podemos y debemos añadir otros que también
son de gran ayuda. Podemos mencionar, por ejemplo: que lo primero que debemos
de tener es una “actitud cuaresmal”. Tenemos que fortalecer la práctica del
ayuno. El ayuno cuaresmal tiene y persigue un fin: renunciar a algo que se
interpone entre Dios y yo; renunciar a algo que me está estorbando para que
Dios tome plenamente posesión de mi corazón; es poner a Dios en el centro. No
se trata de ayunar para rebajar las libras que tengo de más, sino para fortalecer
nuestra vida espiritual y unión con Dios.
Como segundo medio está el acercarnos con más
asiduidad a la Palabra de Dios. Recordemos que la Palabra de Dios no es nada más
un conjunto de letras que contienen un bonito mensaje; sino más bien que esa Palabra
es una persona, la persona de Cristo. Cristo dijo que su palabra es palabra de
vida y que todo aquel que la escuche y la ponga en práctica ese es su hermano,
su hermana y su madre; que sería dichoso, feliz, bienaventurado todo aquel que
escuche su palabra y no se sienta defraudado de él. Cada vez que nos acercamos
a la Palabra de Dios, al evangelio, nos acercamos a la persona de Cristo, en un
diálogo de fe y confiado; es estar a los pies del Maestro escuchando su
enseñanza para dejarnos iluminar por ella. La Palabra de Dios nos cuestiona,
nos interpela, nos pone en acción, nos compromete.
Un tercer medio es el que tenemos que
renunciar a algo para así unirnos más a Dios. No se trata de renunciar a cosas superfluas;
cosas que incluso no necesariamente nos llevan o conducen a Dios: podrán
llevarnos a enflacar, a fortalecer la voluntad, etc. Pero, preguntémonos ¿qué
le puedo ofrecer a Dios en esta cuaresma para que él sea el protagonista en mi
vida? Aquí podemos añadir el dar limosna, no de lo que nos sobra, -que sería
muy fácil-, sino dar de lo que tenemos. Siempre, a nuestro alrededor, hay
personas que necesitan más.
Un cuarto elemento que nos ayudaría a vivir
con intensidad esta cuaresma es el sentirnos Iglesia. No se trata nada más de
participar en las actividades de la Iglesia. Recordemos que la Iglesia somos
cada uno de nosotros, cada uno de los bautizados. Cristo dijo que si le abrimos
nuestro corazón, el Padre y él vendrían y harían su morada en nosotros; y esta
morada se da por medio del Espíritu Santo. Es decir, nos convertimos en una
especie de sagrario de la presencia permanente del Dios Trinitario. No nos
conformemos sólo con participar de las actividades de la iglesia, de nuestro
grupo o movimiento, sino que seamos parte de las actividades de la iglesia: “¡Yo
soy Iglesia! ¡Tú eres Iglesia!”
Cultivemos la bondad del corazón, ¿cómo? Pues
aprendiendo a mordernos la lengua para no hablar mal ni hacer críticas mordaces
de nadie, porque eso es faltar a la caridad. Ya san Pablo nos advirtió con
respecto a esto cuando habló del “látigo de la lengua”. Es esforzarnos
cada día para ver lo bueno que hay en el otro, en mi prójimo; y que así también
lo hagan conmigo. Recordemos que Dios, al crearnos, nos creó buenos. Pues
dejemos salir, testimoniar esa bondad interior.
Y, por último, podemos mencionar como un
elemento esencial, vivir la cuaresma con sentido mariano. Caminar esta cuaresma
de la mano de María. Ella también vivió en su momento y en carne propia la
cuaresma; ella recorrió el camino hacia el calvario junto a su hijo; ella nos
acompaña y quiere guiarnos a conocer a Cristo; quiere enseñarnos el sacrificio,
nos quiere enseñar a orar. María tiene y quiere ser protagonista, junto a
nosotros, en esta cuaresma. Ella no defrauda a sus hijos.
El camino cuaresmal es también camino de la
cruz. Ya lo leemos en el evangelio del jueves después de ceniza: “El que
no toma su cruz y me sigue, no es digno de mi”. El cristianismo no se
puede entender sin la cruz. ¡Es tomar la cruz de cada día! El cristianismo no
es para los cristianos haraganes ni flojos; cristianos que viven sin un sentido
del sacrificio. El camino de la cruz no quiere cristianos tibios, cristianos
que no asuman la mortificación, de todo aquello que de alguna manera suponga
sacrificio y abnegación. El cristiano que abandona la mortificación queda
atrapado por los sentidos y se hace incapaz de un pensamiento sobrenatural. Sin
espíritu de sacrificio y de mortificación no hay progreso en la vida interior.
La mortificación solo produce tristeza cuando sobra egoísmo y falta generosidad
y amor de Dios. El sacrificio lleva siempre consigo la alegría en medio del
dolor, el gozo de cumplir la voluntad de Dios y de amarle con esfuerzo.
Hoy estamos celebrando el 176 aniversario de
nuestra independencia nacional. Pero esta fiesta nacional, hoy la estamos
celebrando no el mejor de los ambientes, sino que nos ha encontrado viviendo
una situación de crisis política que, como se ha dicho, nunca la habíamos
vivido. Nuestra nación, que fue fundada en los valores y principios cristianos,
hoy estos mismos principios se encuentran pisoteados y en franco ataque
permanente para borrarlos de nuestra memoria histórica e identidad cultural.
Desde hace tiempo ya, se vienen dando pasos para quitar toda señal de
cristiandad que nos identifica como nación libre y soberana.
Hoy nuestra sociedad dominicana está cayendo
cada vez más en un relativismo moral, como denunciara una vez el papa Benedicto
XVI: “La gran crisis de la humanidad hoy en día no es financiera, sino más
bien, una gran crisis moral”. Y el papa san Juan pablo II dijo: “Es
el riesgo de la alianza de la democracia con el relativismo ético que quita a
la convivencia civil cualquier punto seguro de referencia moral, despojándola más
radicalmente del reconocimiento de la verdad. En efecto, si no existe una
verdad última, -que guíe y oriente la acción política-, entonces las ideas y
las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de
poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo
visible o encubierto como demuestra la historia” (VS 101). Y el papa
Benedicto XVI, cuando aún era cardenal, dijo: “El relativismo moral, es
decir, dejarse ir, dejarse llevar a la deriva por cualquier viento de doctrina,
parece ser la única actitud adecuada en los tiempos actuales. Se va
constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como
definitivo y que deja como última medida solo el propio yo y sus antojos”.
Y es que el hombre no se reconoce como cooperador de Dios ni intenta descubrir
la verdad que el Señor ha puesto en su obra, sino que excluye al Creador e
interpreta la creación desde sí y para sí. El hombre de nuestro tiempo vive idiotizado
por la mentira y es víctima del robo sistemático cometido por los traficantes
de las naciones, pero la nota que con más claridad muestra el estado universal de
semejanza y uniformidad como un arrabal del infierno es el ataque prolijo
contra la vida y la familia. Se trata de la guerra de los poderosos contra los
débiles y que responde por completo a la lógica del pecado.
Nuestra nación dominicana necesita hoy más
que nunca que los cristianos seamos verdadera luz en medio de tanta oscuridad.
Pero no es nuestra propia luz la que debemos irradiar, sino la luz de Cristo. Recordemos
las palabras del apóstol san Pablo en su carta a los Efesios 6,12: “No
luchamos contra carne ni sangre, sino contra principados, potestades, contra
los poderes de este mundo de tinieblas, contra las huestes espirituales de maldad…”
Y estas se han hecho presente en nuestra sociedad dominicana. Es allí donde
debemos, los discípulos de Cristo, testimoniar su luz para que queden al
descubierto sus malas acciones y sus mentiras.
¡Que
así sea!