jueves, 27 de febrero de 2020

Homilía jueves después de ceniza (27-2-2020)


  Haciendo una analogía con el deporte, nos damos cuenta de que en el año las diferentes disciplinas se realizan o tienen temporadas en las que se intensifican más. Es decir, no todo el año se juega beisbol ni futbol ni basquetbol. Hay unos meses en el año en el que estas disciplinas se intensifican más. Pues así mismo sucede con nuestra vida espiritual, cristiana, de fe y eclesial. Durante el año, la Iglesia nos propone unas temporadas intensas para que podamos fortalecer nuestra vida espiritual. No es que fuera de estas temporadas fuertes de práctica religiosa no vivamos o practiquemos nuestra vida cristiana, sino más bien son como tiempos fuertes que se nos proponen para profundizarla y fortalecerla. En palabras del apóstol san Pablo: “son tiempos propicios”. Y esto es la cuaresma: un tiempo propicio para profundizar y fortalecer nuestra vida espiritual, cristiana, de fe y eclesial. La cuaresma y la semana santa tienen su sentido en la Pascua de resurrección.

  Basándonos en la palabra de Dios, y sobre todo en el Evangelio, se nos proponen como medios para lograr este fortalecimiento el ayuno, la oración y la limosna. No son los únicos medios para lograrlo, sino que más bien son como los medios básicos para poner en práctica. A estos medios ya conocidos por nosotros, podemos y debemos añadir otros que también son de gran ayuda. Podemos mencionar, por ejemplo: que lo primero que debemos de tener es una “actitud cuaresmal”. Tenemos que fortalecer la práctica del ayuno. El ayuno cuaresmal tiene y persigue un fin: renunciar a algo que se interpone entre Dios y yo; renunciar a algo que me está estorbando para que Dios tome plenamente posesión de mi corazón; es poner a Dios en el centro. No se trata de ayunar para rebajar las libras que tengo de más, sino para fortalecer nuestra vida espiritual y unión con Dios.

  Como segundo medio está el acercarnos con más asiduidad a la Palabra de Dios. Recordemos que la Palabra de Dios no es nada más un conjunto de letras que contienen un bonito mensaje; sino más bien que esa Palabra es una persona, la persona de Cristo. Cristo dijo que su palabra es palabra de vida y que todo aquel que la escuche y la ponga en práctica ese es su hermano, su hermana y su madre; que sería dichoso, feliz, bienaventurado todo aquel que escuche su palabra y no se sienta defraudado de él. Cada vez que nos acercamos a la Palabra de Dios, al evangelio, nos acercamos a la persona de Cristo, en un diálogo de fe y confiado; es estar a los pies del Maestro escuchando su enseñanza para dejarnos iluminar por ella. La Palabra de Dios nos cuestiona, nos interpela, nos pone en acción, nos compromete.

  Un tercer medio es el que tenemos que renunciar a algo para así unirnos más a Dios. No se trata de renunciar a cosas superfluas; cosas que incluso no necesariamente nos llevan o conducen a Dios: podrán llevarnos a enflacar, a fortalecer la voluntad, etc. Pero, preguntémonos ¿qué le puedo ofrecer a Dios en esta cuaresma para que él sea el protagonista en mi vida? Aquí podemos añadir el dar limosna, no de lo que nos sobra, -que sería muy fácil-, sino dar de lo que tenemos. Siempre, a nuestro alrededor, hay personas que necesitan más.

  Un cuarto elemento que nos ayudaría a vivir con intensidad esta cuaresma es el sentirnos Iglesia. No se trata nada más de participar en las actividades de la Iglesia. Recordemos que la Iglesia somos cada uno de nosotros, cada uno de los bautizados. Cristo dijo que si le abrimos nuestro corazón, el Padre y él vendrían y harían su morada en nosotros; y esta morada se da por medio del Espíritu Santo. Es decir, nos convertimos en una especie de sagrario de la presencia permanente del Dios Trinitario. No nos conformemos sólo con participar de las actividades de la iglesia, de nuestro grupo o movimiento, sino que seamos parte de las actividades de la iglesia: “¡Yo soy Iglesia! ¡Tú eres Iglesia!”

  Cultivemos la bondad del corazón, ¿cómo? Pues aprendiendo a mordernos la lengua para no hablar mal ni hacer críticas mordaces de nadie, porque eso es faltar a la caridad. Ya san Pablo nos advirtió con respecto a esto cuando habló del “látigo de la lengua”. Es esforzarnos cada día para ver lo bueno que hay en el otro, en mi prójimo; y que así también lo hagan conmigo. Recordemos que Dios, al crearnos, nos creó buenos. Pues dejemos salir, testimoniar esa bondad interior.

  Y, por último, podemos mencionar como un elemento esencial, vivir la cuaresma con sentido mariano. Caminar esta cuaresma de la mano de María. Ella también vivió en su momento y en carne propia la cuaresma; ella recorrió el camino hacia el calvario junto a su hijo; ella nos acompaña y quiere guiarnos a conocer a Cristo; quiere enseñarnos el sacrificio, nos quiere enseñar a orar. María tiene y quiere ser protagonista, junto a nosotros, en esta cuaresma. Ella no defrauda a sus hijos.

  El camino cuaresmal es también camino de la cruz. Ya lo leemos en el evangelio del jueves después de ceniza: “El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mi”. El cristianismo no se puede entender sin la cruz. ¡Es tomar la cruz de cada día! El cristianismo no es para los cristianos haraganes ni flojos; cristianos que viven sin un sentido del sacrificio. El camino de la cruz no quiere cristianos tibios, cristianos que no asuman la mortificación, de todo aquello que de alguna manera suponga sacrificio y abnegación. El cristiano que abandona la mortificación queda atrapado por los sentidos y se hace incapaz de un pensamiento sobrenatural. Sin espíritu de sacrificio y de mortificación no hay progreso en la vida interior. La mortificación solo produce tristeza cuando sobra egoísmo y falta generosidad y amor de Dios. El sacrificio lleva siempre consigo la alegría en medio del dolor, el gozo de cumplir la voluntad de Dios y de amarle con esfuerzo.

  Hoy estamos celebrando el 176 aniversario de nuestra independencia nacional. Pero esta fiesta nacional, hoy la estamos celebrando no el mejor de los ambientes, sino que nos ha encontrado viviendo una situación de crisis política que, como se ha dicho, nunca la habíamos vivido. Nuestra nación, que fue fundada en los valores y principios cristianos, hoy estos mismos principios se encuentran pisoteados y en franco ataque permanente para borrarlos de nuestra memoria histórica e identidad cultural. Desde hace tiempo ya, se vienen dando pasos para quitar toda señal de cristiandad que nos identifica como nación libre y soberana.

  Hoy nuestra sociedad dominicana está cayendo cada vez más en un relativismo moral, como denunciara una vez el papa Benedicto XVI: “La gran crisis de la humanidad hoy en día no es financiera, sino más bien, una gran crisis moral”. Y el papa san Juan pablo II dijo: “Es el riesgo de la alianza de la democracia con el relativismo ético que quita a la convivencia civil cualquier punto seguro de referencia moral, despojándola más radicalmente del reconocimiento de la verdad. En efecto, si no existe una verdad última, -que guíe y oriente la acción política-, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto como demuestra la historia” (VS 101). Y el papa Benedicto XVI, cuando aún era cardenal, dijo: “El relativismo moral, es decir, dejarse ir, dejarse llevar a la deriva por cualquier viento de doctrina, parece ser la única actitud adecuada en los tiempos actuales. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida solo el propio yo y sus antojos”. Y es que el hombre no se reconoce como cooperador de Dios ni intenta descubrir la verdad que el Señor ha puesto en su obra, sino que excluye al Creador e interpreta la creación desde sí y para sí. El hombre de nuestro tiempo vive idiotizado por la mentira y es víctima del robo sistemático cometido por los traficantes de las naciones, pero la nota que con más claridad muestra el estado universal de semejanza y uniformidad como un arrabal del infierno es el ataque prolijo contra la vida y la familia. Se trata de la guerra de los poderosos contra los débiles y que responde por completo a la lógica del pecado.

  Nuestra nación dominicana necesita hoy más que nunca que los cristianos seamos verdadera luz en medio de tanta oscuridad. Pero no es nuestra propia luz la que debemos irradiar, sino la luz de Cristo. Recordemos las palabras del apóstol san Pablo en su carta a los Efesios 6,12: “No luchamos contra carne ni sangre, sino contra principados, potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las huestes espirituales de maldad…” Y estas se han hecho presente en nuestra sociedad dominicana. Es allí donde debemos, los discípulos de Cristo, testimoniar su luz para que queden al descubierto sus malas acciones y sus mentiras.

¡Que así sea!

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