“Tu corazón ya no es tuyo. Si lo diriges a otra parte, no será alegre. Si lo distraes, se sentirá insatisfecho. Si lo llenas de criaturas, quedará decepcionado. Tu corazón ya no es tuyo. Ya no te pertenece” (anónimo).
Muchas veces o por lo común, se ve a la
persona del sacerdote como si fuera un extraterrestre; un ser que está
desafanado de este mundo; que a lo mejor no sabe dónde está pisando, etc. Estas
no son más que visiones o pensamientos totalmente fuera de la realidad. Otras
veces se le ve al sacerdote como si fuera un frustrado, -sentimentalmente
hablando-, y hasta decepcionado, que no le queda más remedio que adentrarse en
un camino, –como es el sacerdocio ministerial-, para que pueda vivir o sacar
sus más profundas frustraciones amorosas. Todo esto, volvemos a decir, es
falso. De hecho, el sacerdote es un hombre normal, que ha decidido tomar su
opción por un amor que para él lo llena todo, tal y como lo dijo el Maestro de
Nazaret: “todo el que deje casa,
hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o campos por causa de mi nombre,
recibirá cien veces más y heredará la vida eterna” (Mt 19,29). Para el
sacerdote no hay más tesoro preciado y valioso que éste.
Ahora bien, este desprendimiento exige fidelidad.
Esta fidelidad es lo que podríamos decir que es expresión de ese único amor al
que el discípulo está llamado a poner en práctica. El Maestro de Nazaret es
exigente y radical; su amor es único, exigente y radical; es Él que nos ha
amado primero para que después lo amemos a Él. Y es que el sacerdote es llamado
a una vida normal. Este amor no puede tener nada que lo obstaculice para que
pueda ser dado sin condicionamientos. Por eso es que el discípulo, apóstol,
sacerdote se consagra completamente para Dios y asume como estilo de vida el
celibato: “hay eunucos que nacieron así
del seno materno, y hay eunucos hechos por los hombres, y hay eunucos que se
hicieron a sí mismos por el reino de los cielos. El que pueda entender que
entienda” (Mt 19,12). Y es que el celibato no se entiende sin relación al
Reino de Dios. Este es el verdadero y único sentido del celibato; por eso se
habla del “celibato por el reino de los cielos”; no es celibato sin más. Lo que
le da sentido a este don es precisamente el sentido trascendente referido al
reino de los cielos. Así, el discípulo, apóstol, sacerdote está dispuesto completamente
a su entrega permanente y diaria a Dios. El único horizonte en el que resulta
posible situar el camino del celibato es el del amor. El celibato es una
entrega por amor. No es una huida de una realidad hostil o considerada difícil
y engañosa. Se trata de un camino privilegiado para llegar al amor. Y es que
Dios se nos presenta como el Amor que atrae hacia sí todo el ser y toda la
existencia del célibe, atrae todas las pasiones, hasta las más ocultas y
profundas.
El celibato es un don que el llamado recibe
del que lo ha llamado para que pueda amarlo totalmente. Esta vocación convierte
a Dios en el único por completo, donde otro amor humano queda excluido cuando
se lo trata de absolutizar. Pero este amor no es egoísta; es el Amor que se
abre y se da a los demás. Se puede tener muchos amigos y muchos hermanos, pero
sólo un Amor. En este sentido, el Amor en el celibato por el reino de los
cielos debe ser exclusivo. La dignidad del celibato consiste en su expresión del
amor exclusivo al Señor. Por eso es que si el discípulo, apóstol, sacerdote
perdiere de vista este sentido exclusivo y trascedente del celibato, su
ministerio no tendría sentido. De hecho, hay que recordar que con su estilo de
vida celibataria, el sacerdote anuncia ya en este mundo el estilo de vida
futuro: “pues en la resurrección, hombres
y mujeres no se casarán, sino que serán como ángeles de Dios en el cielo”
(Mt 22,30). Y es que el celibato, en nuestro mundo tan erotizado, puede
convertirse, y de hecho lo es, en una realidad inquietante y provocadora. Ha
habido muchos intentos, tanto desde fuera como desde dentro de la Iglesia, por
anular o suprimir el celibato sacerdotal señalándolo como causa de muchos males
(abusos sexuales); pero es que darse al Señor significa vivir, luchar, desear,
actuar, soportar en virtud del único amor.
Cuando el sacerdote asume el celibato por el
reino de los cielos, es porque ha encontrado un tesoro muy superior, y que
puede renunciar a un amor humano porque existe un Amor más grande, y que ese
amor es de tal manera grande que es el único que merece la pena dar la vida por
él. No hay más que un amor por el que vale la pena entregar la vida. Así, hay
un único significado para la vida del sacerdote célibe: dejarse amar por Dios,
buscarle y amarle de todo corazón.