jueves, 14 de enero de 2021

La sola sabiduría humana: Necedad ante Dios

 

“La ciencia más alabada es que el hombre bien acabe, porque al final de la jornada, aquél que salva sabe, y el que no, no sabe nada” (Gonzalo de Bercea. El Poeta Castellano).

 

  Se nos dice en el libro del Génesis, en el relato de la creación, que Dios nos creó a su imagen y semejanza, y una de esas cualidades de nuestra imagen y semejanza con Dios está en la inteligencia que se nos ha dado. El ser humano es la única criatura que puede y tiene la capacidad de pensar, razonar sobre su existencia. Por la razón, el hombre puede llegar a la existencia de Dios, - aunque no pueda abarcar a Dios -, al conocimiento de Dios. Jesús mismo ya nos insiste en la necesidad que tenemos de conocerlo. Fue voluntad de Dios, al crearnos, que el hombre transformara, hiciera crecer la creación con su trabajo e inteligencia.

  Muchos agnósticos se amparan en la excusa de que no se puede conocer con certeza la existencia de Dios, para así vivir en la práctica como si no existiera. Y resuelven sus dudas intelectuales apostando a nivel práctico por la no existencia de Dios, con una seguridad y asumiendo unos riesgos difíciles de conciliar con sus anteriores argumentos. Otros profesan una especie de agnosticismo estético, con el que hacen difíciles equilibrios entre el escepticismo y la búsqueda de aprobación social, o entre el miedo al compromiso y el miedo “al que dirán”. Parecen pensar que la incredulidad es prueba de elegancia y sabiduría, y quizá por eso llegan hasta el extremo de fingirla. El físico inglés y sacerdote anglicano, John Polkinghorne, sostiene que, en el fondo, la ciencia y la religión son parientes cercanos. Ambas buscan una creencia motivada. Y también afirma la posibilidad de la existencia de una teología natural, que es una rama de la filosofía que trata de llegar a la existencia y atributos de Dios mediante la razón (la Teodicea = justificación de Dios por la razón), sin contar con la autoridad de las Sagradas Escrituras o del Magisterio de la Iglesia.

  El apóstol san Pablo, en 1Cor 1,18-24, nos dice que el mensaje de la cruz es necedad para los que se pierden; pero para los que se salvan, para nosotros los creyentes, es fuerza de Dios. Pues está escrito: “Destruiré la sabiduría de los sabios, frustraré la sagacidad de los sagaces. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el docto? ¿Dónde está el sofista de este tiempo? ¿No ha convertido Dios en necedad la sabiduría de este mundo?” Ser sabio humanamente hablando no es malo per se; lo malo es cuando esa sabiduría humana nos aleja, nos aparta de Dios creyéndonos que todo lo podemos saber y abarcar. Recordemos que muchos hombres y mujeres que han sido y son unas luminarias en el terreno científico, al mismo tiempo han sido y son personas creyentes en el Dios Creador y hacedor de todo. Blas Pascal dijo que mucha ciencia lleva a Dios, y poca ciencia aleja de Dios. Y el poeta Gerard Manley Hopkins dijo: “El mundo está lleno de la grandeza de Dios”. La sola sabiduría humana nos puede conducir a la soberbia, a la altanería, al orgullo. La sola sabiduría humana nos puede llevar a perderlo todo: “De qué te sirve a ti ganarte el mundo entero, si al final pierdes tu alma” (Lc 9,25). La fórmula, no para vencer la sabiduría, sino más bien para no caer en esta actitud soberbia, es buscar la humildad, ser sabio según el corazón de Dios: “Adúlteros, ¿no saben que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? Por tanto, si alguno quiere ser amigo del mundo, se constituye en enemigo de Dios… Dios resiste a los soberbios, mas da su gracia a los humildes. Por tanto, sean humildes ante Dios, pero resistan al diablo y huirá de ustedes. Acérquense a Dios y Él se acercará a ustedes… Humíllense ante el Señor y Él los ensalzará” (St 4,1-10).

  La humildad no es una condición, es una virtud. Y es que la humildad es la madre de las demás virtudes. La humildad engrandece, mientras que la soberbia empequeñece. Hay muchos enanos espiritualmente hablando. El Dios de Israel es el Dios omnipotente y al mismo es el Dios humilde. Esto no lo conciben muchos en sus mentes acomplejadas. Sólo los grandes hombres y mujeres que han sido pequeños por su humildad son los que han alcanzado la grandeza de Dios, de su reino, de su vida eterna: “Te doy gracias, Padre, porque le has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños y humildes”. La persona humilde es una persona verdadera porque camina en la verdad de Dios: “Desde el principio te han desagradado los soberbios, mientras te ha sido siempre acepta la oración de los humildes y mansos” (Jd 9,16); el humilde es escuchado y atendido, mientras que el soberbio es ignorado: “Les digo que éste bajó justificado a su casa, y aquél no. Porque todo el que se ensalza será humillado, y todo el que se humilla, será ensalzado” (Lc 18,14).

 

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