martes, 4 de junio de 2013

¿Por qué confesarme? (2a. parte)


“En la Iglesia (asamblea) confiesa tus pecados, ordena la “Didache”, y no te acerques a tu oración con mala conciencia” (4,14).

La “Didache” (didajé), es el documento judeo-cristiano más antiguo que existe, a parte de la biblia; y es donde están contenidas las enseñanzas de los apóstoles en materia de moral, doctrinal y litúrgica. La cita que acabamos de escribir está contenida al final de una extensa lista de mandatos morales y de instrucciones para la penitencia. A esto hay que añadir que la Iglesia Católica no abandonó la impactante práctica de sus antepasados.

En otro capítulo posterior, habla de la importancia de la confesión antes de recibir la eucaristía: “los días del Señor reúnanse para la participación del pan y la acción de gracias, después de haber confesado sus pecados, para que sea puro su sacrificio” (14,1).

Estos textos, más otros de la época, nos dan a entender que ya en los primeros cristianos existía la práctica de la confesión de los pecados públicamente. Claro que esta práctica, con el paso del tiempo se fue suprimiendo o cambiando por diversas razones, entre ellas: no poner en evidencia al penitente, no sea que después le acarreara algún tipo de abusos físicos por parte de otros.

Otro personaje que nos instruye al respecto de la penitencia es san Ignacio de Antioquía, en su carta a los fieles de filadelfia 8,1: “El Señor garantiza su perdón a todos los que se arrepienten, si, a través de la penitencia, vuelven a la unidad de Dios y a la comunión con el obispo”. Así entonces, según lo que nos dice san Ignacio, el sello del cristiano que persevera, es la fidelidad a la confesión. El Papa Clemente de Roma llego a decir: “es bueno para un hombre confesar sus transgresiones en vez de endurecer su corazón” (carta a los corintios 51,3).

 A todo esto hay que decir que, las palabras de Jesús con respecto a la reconciliación son muy provocadoras; y de hecho, provocaron mucha resistencia, sobre todo en el ámbito político.

Jesús dijo: “Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda ahí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda” (Mt 5,23ss).

Siempre es saludable, cuando vamos al templo a celebrar nuestra fe por medio de los sacramentos o alguna otra actividad religiosa como la misma oración, tener en cuenta esto que nos dice Jesús. Es decir, es bueno que al ir a orar al Señor tengamos en cuenta cómo está nuestra relación con los demás para que así nuestro acto de fe tenga real sentido y pueda ser agradable a Dios, nuestro Padre. Ciertamente que no es nada fácil lo que nos pide Jesús en estos versículos ya citados. No se trata de pensar si yo tengo algo en contra de alguien; más bien es pensar si alguien tiene algo en  contra de mí, pues yo he de ir a ponerme en paz con esa persona. Definitivamente que esta enseñanza del maestro rompe totalmente con nuestra lógica humana. Por eso es que debemos de pedirle siempre su ayuda, su gracia para poder poner en práctica esto que nos pide. Recordemos que “lo que es imposible para nosotros, es posible para Dios” (Lc 18,27). Aquí se nos plantea una interrogante: si al acercarme a la persona y pedirle perdón por algún mal entendido o falta contra él, pero éste no quiere perdonarme, ¿qué debo hacer? La respuesta es sencilla, lo que cada uno debe de hacer es poner aquellos medios que están a su alcance, y si el otro no quiere perdonar, ese es su problema. Nadie está obligado a perdonar si no quiere. Lo que sí nos pide el Señor es que pidamos perdón y perdonemos por la gracia que él nos da: “sin mi nada podrán hacer”; y a san Pablo le dijo “solamente mi gracia te basta”. Yo no puedo ver mi relación con Dios sin considerar la relación que tengo con las personas, dice Anselm Grum.

Hay otro pasaje del evangelio igualmente provocador: “ponte enseguida en paz con tu adversario mientras vas con el por el camino, no sea que tu adversario te entregue al juez, el juez al guardia, y te metan en la cárcel” (Mt 5,25).

El texto original griego dice: “mientras estés todavía en el camino”. Es decir, mientras viva y este en movimiento, me tengo que reconciliar con mi adversario; porque después, ya no se podrá hacer nada. Pensemos en el pasaje del evangelio de Lázaro y el rico (Lc 16,19-31).

Ahí está el reto del maestro para sus discípulos: “ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando”, nos dijo Jesús. Jesús nos provoca; nos provocan su persona y su mensaje del evangelio. Tenemos que dejarnos interpelar por ambos para que así nuestra vida cristiana, nuestra vida de fe sea lo que debe de ser, de acuerdo a lo que el Señor nos enseño y la Iglesia nos recuerda.

Bendiciones.

1 comentario:

  1. Muchas gracias Padre Robert por compartirnos este escrito. Verdaderamente este sacramento es un regalo del cielo y de la misericordia de Dios. Es bien diferente caminar en Gracia cuando se realiza la confesión. Todo se ve mas claro. Dios lo bendiga.

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