“En la Iglesia (asamblea) confiesa tus
pecados, ordena la “Didache”, y no te acerques a tu oración con mala
conciencia” (4,14).
La “Didache” (didajé), es el documento judeo-cristiano
más antiguo que existe, a parte de la biblia; y es donde están contenidas las
enseñanzas de los apóstoles en materia de moral, doctrinal y litúrgica. La cita
que acabamos de escribir está contenida al final de una extensa lista de
mandatos morales y de instrucciones para la penitencia. A esto hay que añadir
que la Iglesia Católica no abandonó la impactante práctica de sus antepasados.
En otro capítulo posterior, habla de la importancia de la
confesión antes de recibir la eucaristía: “los días del Señor reúnanse para la
participación del pan y la acción de gracias, después de haber confesado sus
pecados, para que sea puro su sacrificio” (14,1).
Estos textos, más otros de la época, nos dan a entender que
ya en los primeros cristianos existía la práctica de la confesión de los
pecados públicamente. Claro que esta práctica, con el paso del tiempo se fue
suprimiendo o cambiando por diversas razones, entre ellas: no poner en
evidencia al penitente, no sea que después le acarreara algún tipo de abusos
físicos por parte de otros.
Otro personaje que nos instruye al respecto de la penitencia
es san Ignacio de Antioquía, en su carta a los fieles de filadelfia 8,1: “El
Señor garantiza su perdón a todos los que se arrepienten, si, a través de la
penitencia, vuelven a la unidad de Dios y a la comunión con el obispo”.
Así entonces, según lo que nos dice san Ignacio, el sello del cristiano que
persevera, es la fidelidad a la confesión. El Papa Clemente de Roma llego a
decir: “es bueno para un hombre confesar sus transgresiones en vez de
endurecer su corazón” (carta a los corintios 51,3).
A todo esto hay
que decir que, las palabras de Jesús con respecto a la reconciliación son muy
provocadoras; y de hecho, provocaron mucha resistencia, sobre todo en el ámbito
político.
Jesús dijo: “Si, pues, al presentar tu ofrenda en el
altar te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda ahí,
delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves
y presentas tu ofrenda” (Mt 5,23ss).
Siempre es saludable, cuando vamos al templo a celebrar
nuestra fe por medio de los sacramentos o alguna otra actividad religiosa como
la misma oración, tener en cuenta esto que nos dice Jesús. Es decir, es bueno
que al ir a orar al Señor tengamos en cuenta cómo está nuestra relación con los
demás para que así nuestro acto de fe tenga real sentido y pueda ser agradable
a Dios, nuestro Padre. Ciertamente que no es nada fácil lo que nos pide Jesús
en estos versículos ya citados. No se trata de pensar si yo tengo algo en
contra de alguien; más bien es pensar si alguien tiene algo en contra de mí, pues yo he de ir a ponerme en
paz con esa persona. Definitivamente que esta enseñanza del maestro rompe
totalmente con nuestra lógica humana. Por eso es que debemos de pedirle siempre
su ayuda, su gracia para poder poner en práctica esto que nos pide. Recordemos
que “lo
que es imposible para nosotros, es posible para Dios” (Lc 18,27). Aquí
se nos plantea una interrogante: si al acercarme a la persona y pedirle perdón
por algún mal entendido o falta contra él, pero éste no quiere perdonarme, ¿qué
debo hacer? La respuesta es sencilla, lo que cada uno debe de hacer es poner
aquellos medios que están a su alcance, y si el otro no quiere perdonar, ese es
su problema. Nadie está obligado a perdonar si no quiere. Lo que sí nos pide el
Señor es que pidamos perdón y perdonemos por la gracia que él nos da: “sin
mi nada podrán hacer”; y a san Pablo le dijo “solamente mi gracia te basta”.
Yo no puedo ver mi relación con Dios sin considerar la relación que tengo con
las personas, dice Anselm Grum.
Hay otro pasaje del evangelio igualmente provocador: “ponte
enseguida en paz con tu adversario mientras vas con el por el camino, no sea
que tu adversario te entregue al juez, el juez al guardia, y te metan en la
cárcel” (Mt 5,25).
El texto original griego dice: “mientras estés todavía en el
camino”. Es decir, mientras viva y este en movimiento, me tengo que
reconciliar con mi adversario; porque después, ya no se podrá hacer nada.
Pensemos en el pasaje del evangelio de Lázaro y el rico (Lc 16,19-31).
Ahí está el reto del maestro para sus discípulos: “ustedes
son mis amigos si hacen lo que yo les mando”, nos dijo Jesús. Jesús nos
provoca; nos provocan su persona y su mensaje del evangelio. Tenemos que
dejarnos interpelar por ambos para que así nuestra vida cristiana, nuestra vida
de fe sea lo que debe de ser, de acuerdo a lo que el Señor nos enseño y la
Iglesia nos recuerda.
Bendiciones.
Muchas gracias Padre Robert por compartirnos este escrito. Verdaderamente este sacramento es un regalo del cielo y de la misericordia de Dios. Es bien diferente caminar en Gracia cuando se realiza la confesión. Todo se ve mas claro. Dios lo bendiga.
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