“...Sean compasivos como su Padre celestial
es compasivo. No juzguen y no serán juzgados, no condenen y no serán
condenados; perdonen y serán perdonados” (Lc 6,36-37).
En estos días que han transcurrido hemos sido
testigos de situaciones escandalosas que han involucrado a algunos miembros de
la jerarquía católica. Como era de esperarse, son muchas las opiniones que se
han vertido en torno a estos casos bochornosos y vergonzosos no sólo para la
misma jerarquía sino y, sobre todo, para toda la Iglesia Católica en nuestro
país.
Lo primero que debemos de tener en cuenta es
el aclarar el uso de las palabras. Desde el principio de la controversia se ha
dicho o señalado que la Iglesia Católica está envuelta en situaciones
escandalosas de casos de pederastia. Hay que aclarar al respecto que, no es la
Iglesia Católica la que está envuelta en estos casos, sino más bien algunos
miembros de su jerarquía. Hay muchas personas que confunden la jerarquía
católica con el conjunto de la Iglesia Católica. Y lo cierto es que, la Iglesia
Católica no es sólo su jerarquía, sino que ésta es una parte de ella. La
Iglesia Católica somos todos los bautizados en Cristo y que nos hemos adherido
a vivir nuestra fe en El en esta familia religiosa. La jerarquía católica es
parte del Pueblo de Dios, más no es el Pueblo de Dios. El santo Padre el Papa
Francisco lo acaba de decir en una de sus catequesis sobre el año de la fe en
el Vaticano: “la Iglesia es madre y todos somos parte de ella, no sólo los obispos y
los curas”.
Aclarada esta parte, permítanme entonces
decir lo siguiente. Es muy triste y lamentable la situación por la cual está
pasando nuestra Iglesia Católica en estos momentos en nuestro país. Pero es
mucho más triste y más lamentable las actitudes que muchos, sobre todo muchos
que se dicen que son católicos, están asumiendo ante la misma situación. Creo
que como institución debemos ser lo suficientemente humildes para reconocer y
aceptar que tenemos un problema serio dentro de nuestra familia y que afecta a
una parte importante de la misma, que es nuestra jerarquía, nuestros guías,
nuestros pastores (es bueno aclarar que son algunos). Un problema que tenemos
que saber enfrentar para encontrarle solución y así quede arrancado de raíz.
Estos problemas de algunos sacerdotes no han surgido de la noche a la mañana o
de repente; más bien son problemas que se vienen arrastrando desde muy atrás:
en la infancia, adolescencia. Son personas que cuando ingresaron al seminario
ya traían ese mal dentro de ellos y supieron muy bien ocultarlos hasta que
encontraran el momento oportuno para dejarlo salir. Aquí hay que reconocer
también el fallo que los responsables de la formación, sobre todo, han tenido
en no actuar a tiempo y tomar las debidas correciones para contrarrestar esos
problemas. Y ya vemos las consecuencias.
Nuestra jerarquía ha pedido perdón tanto a
las víctimas como a la misma sociedad, y también a nuestros fieles, por el daño
que se ha causado. Hay muchos que piensan y afirman que esto no es suficiente,
y tienen razón. Pero también hay que decir que ya el hecho de pedir perdón y
otorgar el perdón es signo de la justicia; claro que no es la justicia plena. Muchos
creen que con esto es como si la jerarquía estuviera pidiendo un borrón y
cuenta nueva. Nada más falso. Ya lo han dicho nuestros obispos: la jerarquía está
totalmente dispuesta a colaborar con la justicia civil en el esclarecimiento de
las acusaciones contra estos hermanos sacerdotes. El padre Lombardi, encargado
de prensa de la Santa Sede ha dicho también lo mismo. La otra parte de la
justicia es hacer las debidas investigaciones de las acusaciónes y realizar un
juicio en donde se determine la inocencia o culpabilidad de los imputados, y si
fueran hallados culpables tendrán que pagar la pena que la justicia civil les
imponga.
Esta situación de escándalo ha servido para
que se levanten voces en una actitud de cebarse en contra de la institución
eclesial, y sobre todo, de su jerarquía. Se ha aprovechado también para traer a
colación temas que nada tienen que ver con la cuestión, como lo es el celibato
sacerdotal y el Concordato suscrito entre la Santa Sede y el Estado Dominicano,
como si estos fueran las causas por las que estos sacerdotes actuaran de esta
manera. Nada que ver. Cuidado y no caigamos en actitudes farisaicas de
hipocresía. Jesús mismo nos advirtió con respecto a ello cuando en una de sus
parábolas del Reino de Dios dijo: “dos hombres subieron al templo a orar, uno
era fariseo y el otro publicano….el fariseo, de pie, oraba a Dios diciendo: te
doy gracias Señor porque soy bueno, no daño a nadie, pago el diezmo, no soy injusto ni
adúltero…y no satisfecho con esto, señaló al publicano diciendo que no era como
él. Mientras que el publicano solo decía, perdóname Señor que soy un pecador”.
Así mismo estamos muchos de nosotros hoy en día, en una actitud farisaica de soberbia,
altanería, orgullosa. Nos creemos que somos los buenos, los que no fallamos,
los que tenemos el derecho a señalar al
otro como un pecador, pero no reparamos en que todos nosotros somos pecadores;
como dice el dicho popular: “todos
llevamos nuestra música por dentro”. Nos convertimos así en jueces y
verdugos de los demás. Pero recordemos que el Señor Jesús nos dijo: “con
la vara que midas a los demás, con esa misma vara te medirán a ti”.
No se trata entonces de poner a estos
sacerdotes en un paredón y fusilarlos. Eso no es justicia, es más bien
venganza, es ensañamiento. Contra Jesús hubo ensañamiento, y El no actuó en
consecuencia, sino que enseñó y asumió la actitud contraria. Practicó la
misericordia. En esta situación se aplica el dicho popular “a río revuelto, ganancia de pescadores”. Es cierto que hay muchos,
sobre todo, enemigos de la Iglesia y su jerarquía, que están aprovechando la
ocasión para despotricar a la institución; y muchos fieles se están dejando atrapar
en su sano juicio por éstos. A esos hermanos nuestros en la fe les quiero decir
que si bien es cierto que en estos momentos nuestra fe está herida, más cierto
es que no estamos vencidos, porque por encima de todo, nuestra fe quien la
sostiene es Cristo y El no permitirá que nuestra fe desfallezca por más
problemas que enfrentemos. En palabras dichas por nuestro obispo Víctor
Masalles: “la Iglesia tiene mucho más luces que sombras, pero no debemos tapar
esas sombras con la luz; la luz debe servirnos para iluminar esas sombras”.
Quiero terminar este escrito recordando las
palabra del Santo Padre el Papa Francisco en su encíclica La luz de la Fe: “La
verdad de un amor no se impone con la violencia, no aplasta a la persona…El
creyente no es arrogante; al contrario, la verdad le hace humilde, sabiendo
que, más que poseerla él, es ella la que le abraza y le posee” (no.
34).
Aprendamos a ser humildes. La verdad duele,
pero sana y libera; a diferencia de la mentira, que ni sana ni libera. Busquemos
la verdad para que seamos verdaderamente libres. Hace ya siglos que la
inquisición desapareció, pero parece que hay muchos que la están invocando de
nuevo. No se trata de arrancar cabezas, sino más bien de buscar la verdadera
justicia. Y toda justicia viene de Dios.
Un gran amen, Padre Robert. Sigamos orando por nuestra iglesia y haciendo nuestra parte, pero sobre todo, buscando la humildad que como decía Santa Teresa no es mas que andar en verdad. Dios le bendiga.
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