Hasta ahora hemos hablado del sacramento de la confesión.
Pero sería bueno que habláramos un poco de los sacramentos en general.
De entrada es bueno definir los sacramentos. Son varias
las definiciones que podemos citar aquí, por ejemplo: el autor Scott Hahn nos
ofrece unas definiciones de esto en su libro Señor, ten piedad, nos
dice que, “un sacramento es un signo interior de una realidad exterior”;
también “un sacramento de la nueva alianza es un signo externo instituido por
Jesucristo para dar la gracia”.
En el Código del Derecho Canónico encontramos una
definición de sacramento mucho más elaborada y sobre todo, más dogmática: “Los
sacramentos del Nuevo Testamento, instituidos por Cristo Nuestro Señor y
encomendados a la Iglesia, en cuanto que son acciones de Cristo y de la
Iglesia, son signos y medios con los que se expresa y fortalece la fe, se rinde
culto a Dios y se realiza la santificación de los hombres, y por tanto
contribuyen en gran medida a crear, corroborar y manifestar la comunión
eclesiástica; por esta razón, tanto los sagrados ministros como los demás
fieles deben comportarse con grandísima veneración y con la debida diligencia a
celebrarlos” (can 840).
Es interesante comentar esta definición que nos ofrece
este Código. Dice lo primero que “los
sacramentos de la nueva alianza…” Esto no hay que entenderlo como que había
algo que era viejo y necesitaba ser quitado para poner otro nuevo. Más bien,
esto “nuevo”
hay que entenderlo en el sentido de “renovación”; y Cristo es el que nos
trae esta renovación; en Cristo los sacramentos son nuevos.
Sabemos que existe una Antigua Alianza. Esta se realizaba
por diferentes medios o se ratificaba con diferentes signos externos, como por
ejemplo los matrimonios, la adopción de un niño, etc. Recordemos las alianzas
que Dios hizo con el hombre, -con Adán, Noé, Abraham, Moisés y David. Cada una
de ellas fue la renovación de la anterior donde Dios renovaba el vínculo
familiar entre Él y su pueblo.
Lo segundo de la definición es “instituidos por Cristo, nuestro
Señor…” Los sacramentos tienen su fundamento en la misma persona de
Cristo. Los sacramentos no son inventos de la Iglesia. Cristo es el centro de
ellos.
Tercero “encomendados a la Iglesia…” Cristo
sigue realizando por medio y a través de su Iglesia la obra de la salvación. La
Iglesia es la encargada por el mismo Cristo de ser canal, medio por el cual los
hombres y mujeres pueden encontrar el camino de la salvación; la Iglesia es la
administradora entonces de la gracia de Dios.
Cuarto “son signos y medios con los que se expresa
y fortalece la fe…” La fe hay que testimoniarla, pero también hay que
alimentarla para que se fortalezca y robustezca. La fe hay que celebrarla, y
celebrarla como familia, porque lo somos: “un solo Padre tienen ustedes, por lo tanto
todos ustedes son hermanos” nos dijo Cristo. Y lo más importante es que
son para nuestra santificación, es decir, nos comunican la misma vida de Dios.
De esta manera Dios nos hace partícipes de su misma vida. Por esto es que “Cristo
es el camino, la verdad y la vida”; y también a eso vino al mundo “para
que el mundo tenga vida y la tenga en abundancia”. Una vida que tenemos
que experimentarla desde aquí, desde este mundo, ahora; en la medida en que
abrimos nuestro interior, nuestro corazón a esa vida de la gracia de Dios por
medio de su Hijo Jesucristo.
Por todo lo anterior dicho, por eso es que todos, -ministros
y fieles-, debemos de ser conscientes de lo que celebramos en cada sacramento; ser conscientes
de lo que recibimos en cada uno de ellos. No son cualquier cosa, sino que es el
don de Dios, su gracia, su misma vida la que él nos comunica para que tengamos
vida: “En Cristo, Dios ha hecho para nosotros todas las cosas
nuevas” (Ap 21,5). Renovó todas las cosas con su alianza renovada. Por
esto, los signos de la antigua alianza encuentran en los sacramentos su
perfección.
Bendiciones.
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