Esta petición tiene la
característica de que es la más humana de todas: el Señor conoce nuestras
necesidades y las tiene muy en cuenta. Ya en el libro del Éxodo leemos: “El
Señor dijo a Moisés: haré llover pan del cielo para ustedes…” (16,4). Y
el mismo Jesús dirá a sus apóstoles: “…no estén agobiados pensando qué van a
comer… pues ya sabe su Padre celestial que tienen necesidad de todo eso”
(Mt 6,31-32).
El pan es fruto de la tierra y del trabajo del
hombre, pero la tierra no da fruto si no recibe desde arriba la lluvia y el
sol. Por lo tanto, no somos nosotros mismos los que nos damos de comer; el
alimento nuestro nos viene dado por la misma voluntad de Dios que, así como
hace salir su sol y lluvia para todos, lo hace también con el alimento. Es un Padre
que vela por las necesidades de todos sus hijos. Al ser conscientes de esto,
evitamos la tendencia de caer en la fatídica actitud de creernos que todo lo
que hemos logrado con nuestro trabajo y esfuerzo es propiedad nuestra y sólo
nuestra. Esto nos hace recordar además que, nosotros no somos los dueños de las
cosas, aunque las obtengamos con nuestro trabajo, sino que somos sus
administradores, porque uno sólo es el dueño, amo y señor de todo y éste nos
pedirá cuenta de lo suyo.
Jesús nos invita también a que no nos
olvidemos de pedir. Si es cierto que Dios sabe y conoce de nuestras
necesidades, también lo es el que quiere que se las presentemos en nuestra oración:
“pidan
y se les dará…” (Lc 11,9); y también: “si, pues, ustedes, aun siendo
malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, el Padre del cielo no negará los
bienes que sólo Él puede dar” (v 13). Fijémonos también que en esta
petición, al igual que decimos Padre “nuestro”,
también decimos danos hoy “nuestro”
pan. Es decir, pedimos por el pan de todos, y no sólo por el propio, pedimos
por el pan de los demás. Si todos somos hermanos, según nos lo enseñó Jesús,
pues lo más lógico es que nos preocupemos y pidamos porque todos nuestros
hermanos tengan su necesidad de pan cubierta. Esto es orar en la comunión de
los hijos de Dios. Así entonces, el que tiene pan en abundancia está llamado a
compartir: “denles ustedes de comer” (Mc 6,37), dijo Jesús a sus
discípulos.
San Cipriano nos hace caer en la cuenta y a
la vez nos participa de una observación: “Con razón pide el discípulo lo necesario
para vivir un solo día, pues le está prohibido preocuparse por el mañana. Para
él sería una contradicción querer vivir mucho tiempo en este mundo, pues
nosotros pedimos precisamente que el Reino de Dios llegue pronto”. Se
pide el pan para el día presente. La oración presupone la pobreza del
discípulo. El discípulo debe así confiar en su Señor que no se olvida ni de él
ni de sus necesidades, porque a cada día le basta con sus preocupaciones y ajetreos:
“No
se procuren ustedes oro, ni plata ni cobre en sus bolsillos; ni alforja para el
camino, ni dos túnicas, ni bastón, ni sandalias; porque el obrero merece su
salario” (Mt 10,9-10).
Esta actitud se traduce en una total y plena
confianza en la providencia de Dios. Es un claro testimonio de hombres y
mujeres que comparten de los bienes que el mismo Dios les ha dado. Son
personas, -creyentes-, que dan de comer a los demás porque se experimentan como
hermanos de los demás y se preocupan también por sus necesidades. Por eso, la
comunidad de discípulos, que vive cada día de la bondad del Señor, renueva la
experiencia del pueblo de Dios en camino, que era alimentado por Dios también
en el desierto (Benedicto XVI).
El tema del pan ocupa un lugar importante en
el mensaje de Jesús, desde la tentación en el desierto, pasando por la
multiplicación de los panes, hasta la última cena. Jesús mismo se autodenominó
como el “pan vivo que ha bajado del cielo” (Jn 6,50). Todo el capítulo
6 del evangelio de san Juan nos evoca ya todo su contenido y relación con la
eucaristía, y que guarda una estrecha relación con esta cuarta petición del
Padre Nuestro. San Cipriano dice: “Nosotros, que podemos recibir la eucaristía
como pan nuestro, tenemos que pedir también que nadie quede fuera, excluido del
cuerpo de Cristo. Por eso pedimos que nuestro pan, es decir, Cristo, nos sea
dado cada día, para que quienes permanecemos y vivimos en Cristo no nos
alejemos de la fuerza santificadora de su cuerpo”. El Papa Francisco
nos dice en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium: “La eucaristía, si bien
constituye la plenitud de la vida sacramental, no es un premio para los
perfectos, sino un generoso remedio y un alimento para los débiles” (n.
47).
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