martes, 9 de septiembre de 2014

danos hoy nuestro pan de cada dia...


Esta petición tiene la característica de que es la más humana de todas: el Señor conoce nuestras necesidades y las tiene muy en cuenta. Ya en el libro del Éxodo leemos: “El Señor dijo a Moisés: haré llover pan del cielo para ustedes…” (16,4). Y el mismo Jesús dirá a sus apóstoles: “…no estén agobiados pensando qué van a comer… pues ya sabe su Padre celestial que tienen necesidad de todo eso” (Mt 6,31-32).

 El pan es fruto de la tierra y del trabajo del hombre, pero la tierra no da fruto si no recibe desde arriba la lluvia y el sol. Por lo tanto, no somos nosotros mismos los que nos damos de comer; el alimento nuestro nos viene dado por la misma voluntad de Dios que, así como hace salir su sol y lluvia para todos, lo hace también con el alimento. Es un Padre que vela por las necesidades de todos sus hijos. Al ser conscientes de esto, evitamos la tendencia de caer en la fatídica actitud de creernos que todo lo que hemos logrado con nuestro trabajo y esfuerzo es propiedad nuestra y sólo nuestra. Esto nos hace recordar además que, nosotros no somos los dueños de las cosas, aunque las obtengamos con nuestro trabajo, sino que somos sus administradores, porque uno sólo es el dueño, amo y señor de todo y éste nos pedirá cuenta de lo suyo.

  Jesús nos invita también a que no nos olvidemos de pedir. Si es cierto que Dios sabe y conoce de nuestras necesidades, también lo es el que quiere que se las presentemos en nuestra oración: “pidan y se les dará…” (Lc 11,9); y también: “si, pues, ustedes, aun siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, el Padre del cielo no negará los bienes que sólo Él puede dar” (v 13). Fijémonos también que en esta petición, al igual que decimos Padre “nuestro”, también decimos danos hoy “nuestro” pan. Es decir, pedimos por el pan de todos, y no sólo por el propio, pedimos por el pan de los demás. Si todos somos hermanos, según nos lo enseñó Jesús, pues lo más lógico es que nos preocupemos y pidamos porque todos nuestros hermanos tengan su necesidad de pan cubierta. Esto es orar en la comunión de los hijos de Dios. Así entonces, el que tiene pan en abundancia está llamado a compartir: “denles ustedes de comer” (Mc 6,37), dijo Jesús a sus discípulos.

  San Cipriano nos hace caer en la cuenta y a la vez nos participa de una observación: “Con razón pide el discípulo lo necesario para vivir un solo día, pues le está prohibido preocuparse por el mañana. Para él sería una contradicción querer vivir mucho tiempo en este mundo, pues nosotros pedimos precisamente que el Reino de Dios llegue pronto”. Se pide el pan para el día presente. La oración presupone la pobreza del discípulo. El discípulo debe así confiar en su Señor que no se olvida ni de él ni de sus necesidades, porque a cada día le basta con sus preocupaciones y ajetreos: “No se procuren ustedes oro, ni plata ni cobre en sus bolsillos; ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni bastón, ni sandalias; porque el obrero merece su salario” (Mt 10,9-10).

  Esta actitud se traduce en una total y plena confianza en la providencia de Dios. Es un claro testimonio de hombres y mujeres que comparten de los bienes que el mismo Dios les ha dado. Son personas, -creyentes-, que dan de comer a los demás porque se experimentan como hermanos de los demás y se preocupan también por sus necesidades. Por eso, la comunidad de discípulos, que vive cada día de la bondad del Señor, renueva la experiencia del pueblo de Dios en camino, que era alimentado por Dios también en el desierto (Benedicto XVI).

  El tema del pan ocupa un lugar importante en el mensaje de Jesús, desde la tentación en el desierto, pasando por la multiplicación de los panes, hasta la última cena. Jesús mismo se autodenominó como el “pan vivo que ha bajado del cielo” (Jn 6,50). Todo el capítulo 6 del evangelio de san Juan nos evoca ya todo su contenido y relación con la eucaristía, y que guarda una estrecha relación con esta cuarta petición del Padre Nuestro. San Cipriano dice: “Nosotros, que podemos recibir la eucaristía como pan nuestro, tenemos que pedir también que nadie quede fuera, excluido del cuerpo de Cristo. Por eso pedimos que nuestro pan, es decir, Cristo, nos sea dado cada día, para que quienes permanecemos y vivimos en Cristo no nos alejemos de la fuerza santificadora de su cuerpo”. El Papa Francisco nos dice en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium: “La eucaristía, si bien constituye la plenitud de la vida sacramental, no es un premio para los perfectos, sino un generoso remedio y un alimento para los débiles” (n. 47).

 

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