martes, 9 de septiembre de 2014

hagase tu voluntad en al tierra como en el cielo...


El obispo auxiliar de la diócesis de Rottenburgo-Stuttgart, dijo: “Muchas personas no pueden decir sí, ni a sí mismas, ni a nuestro mundo, ni tampoco a Dios. Están urgidas por cuestiones abrumadoras: incertidumbre, duda, contradicción, protesta, miedo. Sus labios están más prontos a decir no que a decir sí. Por eso necesitamos hombres que con su vida nos den ejemplo del sí, que den testimonio de la esperanza que los colma”.

  El Papa Benedicto XVI afirma que con estas dos peticiones del Padre Nuestro, descubrimos dos cosas: la primera es que existe una voluntad de Dios para nosotros y con nosotros que debe convertirse en el criterio de nuestro querer y de nuestro ser. La segunda es que la característica del cielo es que allí se cumple indefectiblemente la voluntad de Dios; dicho de otra manera, que allí donde se cumple la voluntad de Dios, está el cielo. La tierra se convierte en cielo, sí y en la medida en que en ella se cumple la voluntad de Dios, mientras que solamente es tierra, sí y en la medida en que se sustrae a la voluntad de Dios. En otras palabras, el hombre puede convertirse o vivir como mundano, hombre del mundo; o puede vivir como seglar en el mundo. Por esto el Señor Jesucristo dijo: “ustedes están en el mundo, pero no son del mundo”.

  Según las Escrituras, el hombre puede conocer la voluntad de Dios, ya que está inscrita en lo más profundo de su corazón, y se da por medio de la conciencia. Se dice que la conciencia es la voz de Dios en el interior del hombre. Por ésta, Dios le habla al hombre y le descubre sus más profundos secretos. Pero también es cierto que muchas veces esta comunión con Dios ha quedado oscurecida por diferentes motivos y circunstancias que habitan en nuestro interior y otras nos vienen desde fuera. De ahí entonces que el mismo Dios sea el que en diferentes ocasiones y de diferentes modos nos haya iluminado desde nuestro interior para que podamos salir de la oscuridad que muchas veces nos domina y nos aparta de Él. De esto tenemos como muestra el decálogo que Dios entregó a Moisés en el Sinaí, que el mismo Jesús no vino a abolir, sino más bien a darle su plenitud: éstos nos revelan la clave de nuestra existencia, de modo que podamos entenderla y convertirlos en vida. La voluntad de Dios nos introduce en la verdad de nuestro ser, nos salva de la autodestrucción producida por la mentira (Benedicto XVI).

  Nuestra voluntad debe de estar unida a la voluntad de Dios. Esto es lo que nos enseñó el mismo Jesús cuando dijo: “mi alimento es hacer la voluntad del que me envió” (Jn 4,34). Toda la existencia de Jesús se resume en estas palabras: “Aquí estoy para hacer tu voluntad”. Jesús mismo es el cielo aquí en la tierra. Por medio de Él se cumple la voluntad de Dios. Somos justos por medio de Él, no por nuestras propias fuerzas. Cuando nos dejamos arrastrar por nuestra propia voluntad, nos alejamos de la voluntad de Dios, pero en Cristo somos elevados hacia Él, nos acoge dentro de Él, y en la comunión con Él, aprendemos también la voluntad de Dios.

 

Bendiciones.

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