El Papa Francisco, en su exhortación
apostólica post sinodal “El gozo del
evangelio”, aborda en el capítulo segundo las diferentes formas de crisis
que llevan a la humanidad a un no compromiso comunitario real. A ellas las
enumera como desafíos del mundo actual, y va enumerando algunas: no a una
economía de exclusión; no a la idolatría del dinero; no a un dinero que
gobierna en lugar de servir; no a la inequidad que genera violencia. E inmediatamente
nos habla de unos desafíos culturales que se deben de tener en cuenta a la hora
de implementar y hacer más efectiva la tarea de la evangelización.
Nosotros sabemos que desde siempre el hombre
ha caído en la idolatría en sus más variantes formas. El hombre nunca ha podido
ser totalmente fiel al Dios de Israel y de Jesucristo. La alianza que el Dios
de Israel estableció con el hombre desde el principio, éste siempre la ha
quebrantado y siempre es Dios el que tiene que venir a restablecerla.
Recordemos las diferentes etapas de la Alianza: la alianza con Adán y Eva, cuyo
signo era la alianza matrimonial; la alianza con Noé, cuyo signo fue el arco
iris; la alianza con Abraham, cuyo signo era la circuncisión; la alianza con Moisés
cuyo signo fue la pascua. Y la última y definitiva alianza de Dios con la
humanidad por medio de su Hijo Jesucristo, que es una alianza definitiva e
inquebrantable.
Pero, ¿Por qué el hombre siempre es el que ha
quebrantado la alianza establecida por Dios? Pues porque siempre se ha dejado
llevar y caído en la idolatría. El Papa Francisco, en la encíclica Lumen Fidei nos dice: “En la historia de
Israel, la idolatría dispersa al hombre en la multiplicidad de sus deseos y lo
desintegra en los múltiples instantes de su historia, negándole la espera del
tiempo de la promesa”. Hay muchos hombres y mujeres que no creen en Dios; pero también
hay que decir que esos hombres y mujeres tienen sus pequeños dioses, hechos a
su imagen y semejanza, hechura de sus propias manos. El ídolo es algo que
podemos manipular a nuestro antojo, hacer que diga y haga lo que yo quiero,
cuando quiero y como quiero y donde quiero. El ídolo es manipulable; el Dios
único y verdadero, el Dios de Jesús no es nada de esto. Los hombres forman sus
dioses según su propia imagen. La afirmación del Antiguo Testamento que habla
del ser humano creado a imagen de Dios se ha invertido: el hombre ha creado un
dios según su propia imagen. Estas imágenes de estos dioses son proyecciones
del mismo hombre, no de Dios; no nos dicen nada de Dios.
Ludwig
Feuerbach nos habla en su teoría de la proyección: el hombre, lo que teme o
venera, a quien adora y sacrifica no es a Dios, es a él mismo, es decir, a la
humanidad. El ser humano se experimenta como débil, mortal, imperfecto,
pecador, infeliz. Su deseo es ser fuerte, inmortal, perfecto, santo y feliz. Ya
que el mismo ser humano ve, en su finitud, frustrados sus deseos, los proyecta
fuera de sí como realidad en Dios: Dios es fuerte, inmortal, santo y feliz.
Solo que este dios no es más que una proyección de los deseos del ser humano y
manifiesta una división interna en el ser humano.
Jesús es la imagen de Dios: “el que me ha
visto a mí, ha visto al Padre”, dijo Jesús. La imagen humana de Dios es Cristo.
Pero esta imagen de Dios en Cristo, que es conducido al calvario, no es ni
fuerte, ni poderoso ni inmortal ni siquiera parece ser perfecto ni feliz. Todo
lo contrario. El Dios cristiano no es el Dios de la proyección de los deseos,
es completamente otro y diferente, no es como nosotros lo podríamos desear. En
los evangelios se nos narra los diferentes intentos por parte de los discípulos
de disuadir a Jesús para que no fuera a Jerusalén después de éste anunciarles
lo que allí iba a sucederle; de cómo llamó al apóstol Pedro: apártate de mí Satanás,
porque tú piensas como los hombres no como Dios”. Los discípulos no pueden
comprender quién es Jesús, porque no cumple con sus expectativas, ideas,
deseos, propuestas. En el crucificado, se lleva al extremo la negación de las
falsas imágenes de Dios. Ahora, Dios revela su rostro precisamente en la figura
del que sufre y comparte la condición del hombre abandonado por Dios, tomándola
consigo (Benedicto XVI).
Jesús es el mesías que salva al mundo de una
manera como no se había esperado. Salva al mundo no a base de poder o de
irradiar una felicidad despreocupada, sino desde la debilidad y el sufrimiento.
Esta es la verdadera imagen de Dios. No un Dios hecho a mi medida y según mis
esquemas. Una verdadera espiritualidad nos llevará cada vez más a derrumbar las
falsas imágenes del único y verdadero Dios.
Bendiciones.
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