“Pero él les
dijo: No todos entienden este lenguaje, sino aquellos a quienes se les ha
concedido. Hay eunucos que nacieron así desde el seno materno, otros fueron
hechos tales por los hombres y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos
por el Reino de los Cielos. Quien pueda entender que entienda.” (Mt 19,11-12).
Una de las cosas que siempre se nos cuestiona
a los sacerdotes y hasta en ocasiones se
nos estruja en la cara, es señalarnos el por qué hablamos de temas o realidades
que no estamos viviendo, por ejemplo: por qué hablamos del matrimonio si no
estamos casados; por qué hablamos de los hijos si no tenemos hijos; por qué
hablamos del noviazgo si no tenemos novia; por qué hablamos del divorcio si
nunca hemos pasado por ello, etc. Por un lado se podría decir que los que hacen
este tipo de señalamientos tienen razón. Pero no es así. Lo primero que hay que
tener en cuenta es que los sacerdotes no somos extraterrestres; no somos unos
seres extraños, aunque a veces se nos mira así. Somos seres humanos como
cualquiera de los demás mortales y por lo tanto estamos sometidos a las
situaciones y realidades de cualquier ser humano. Si estos señalamientos fueran
ciertos, entonces habría que aplicárselo también a los siquiatras y psicólogos,
ya que ellos tratan situaciones de las personas que nunca han experimentado. En la carta a los Hebreos leemos: “Porque todo
sumo sacerdote es tomado de entre los hombres y está constituido en favor de
los hombres en lo que se refiere a Dios para ofrecer dones y sacrificios por
los pecados. Es capaz de comprender a ignorantes y extraviados, porque está
también él envuelto en flaquezas. Y a causa de la misma debe de ofrecer por sus
propios pecados lo mismo que por los del pueblo. (5, 1-3).
Vemos aquí, en el texto citado, que el autor
sagrado nos hace la salvedad de la condición humana del sacerdote. Dios- Padre,
por mediación de su Hijo, no quiso delegar esta función sacerdotal en otros
seres que no fuera el mismo hombre. ¿Quién más, si no el mismo hombre, puede
comprender las limitaciones y carencias de sus semejantes? Podríamos
plantearnos esta pregunta: ¿Por qué Cristo nos entiende a nosotros los seres
humanos en nuestras limitaciones, faltas, alegrías, tristezas, angustias,
dudas, etc.? Pues por la simple, sencilla y profunda razón de que él asumió
nuestra condición humana: “se asemejó en todo a nosotros, menos en el pecado”,
nos dice san Pablo. Hay un principio
teológico que dice “lo que no se asume no puede ser redimido”. Es decir, para
que nosotros, hombres y mujeres, pudiéramos ser redimidos del pecado, Cristo
tuvo que asumir nuestra condición humana para que así pudiera experimentar todo
lo que vivimos. Por eso en los evangelios se nos presenta a Jesús viviendo en
carne propia todas las situaciones por las que pasamos nosotros (tristeza,
traición, duda, enojo, cansancio, gozo, etc.), y desde ahí ofrecernos
liberación, sanación y salvación.
Entonces, con respecto al sacerdote hay que
decir que los mismos, aunque no estemos casados con una mujer, sí venimos de un
matrimonio: nacimos, nos criamos, crecemos dentro de un matrimonio; tenemos
hermanos de sangre, por lo tanto, somos parte de una familia; la gran mayoría
hemos experimentado o vivido relaciones de pareja y hasta con planes de
matrimonio muchos, y hemos descartado
esta opción de vida por el llamado que hemos experimentado de parte de Cristo
al ministerio sacerdotal. Los sacerdotes servimos de guía y consejeros de
nuestros padres y hermanos, ya sea en sus relaciones de pareja y matrimonial, y
también en lo personal y laboral. Es decir, los sacerdotes, más que hablar de
cosas que aprendemos en los libros, hablamos -y nuestros juicios se
fundamentan-, de la experiencia que hemos acumulado en la vida.
Otro punto con respecto a este tema es que
los sacerdotes hablamos de estas realidades porque aquellos que están llamados
a hacerlo, es decir, los laicos, muchos no lo hacen ya sea por miedo o por un
falso respeto humano. Mientras esa actitud siga así los sacerdotes seguiremos
hablando porque si callamos, hablarán las piedras.
Creo que más que reclamarnos el que hablemos
de estos temas, lo mejor es que nos ayuden a vivir la opción de vida que hemos
elegido. Que recen a Dios para que los sacerdotes que ya estamos seamos buenos
y santos y rezar por los que vienen detrás para que sean buenos y santos
sacerdotes. El sacerdote no es una persona extraña o extraterrestre que vive
desentendido de este mundo. Es todo lo contrario. La frase del dramaturgo
romano Terencio “soy hombre, nada humano me es ajeno”; deja bien claro esto que
queremos ser y hacer los sacerdotes, porque si no estaremos traicionando la
enseñanza y mandatos de Cristo. Primero tenemos que agradar y obedecer a Dios
antes que a los hombres, puesto que toda autoridad viene de Dios (San Pablo).
No podemos callar ni ocultar la verdad que se nos ha sido revelada en y por
Jesucristo. La voz de los sacerdotes tiene y debe de ser una voz profética en
medio de este mundo plagado cada vez más de mentiras y oscuridad.
Pidámosle al Espíritu Santo que nos dé
sabiduría para poder entender, aceptar y practicar esta verdad revelada por
Cristo para nuestra salvación. La palabra de Dios no es complicada, pero sí difícil
de entender y por eso mismo Cristo nos prometió el Espíritu Santo para que nos
guiara en este caminar hacia la casa de Dios-Padre.
Bendiciones.
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