miércoles, 14 de octubre de 2015

Muchos siguen sin entender...


“Pero él les dijo: No todos entienden este lenguaje, sino aquellos a quienes se les ha concedido. Hay eunucos que nacieron así desde el seno materno, otros fueron hechos tales por los hombres y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos. Quien pueda entender que entienda.” (Mt 19,11-12).



  Una de las cosas que siempre se nos cuestiona a los sacerdotes y hasta en ocasiones  se nos estruja en la cara, es señalarnos el por qué hablamos de temas o realidades que no estamos viviendo, por ejemplo: por qué hablamos del matrimonio si no estamos casados; por qué hablamos de los hijos si no tenemos hijos; por qué hablamos del noviazgo si no tenemos novia; por qué hablamos del divorcio si nunca hemos pasado por ello, etc. Por un lado se podría decir que los que hacen este tipo de señalamientos tienen razón. Pero no es así. Lo primero que hay que tener en cuenta es que los sacerdotes no somos extraterrestres; no somos unos seres extraños, aunque a veces se nos mira así. Somos seres humanos como cualquiera de los demás mortales y por lo tanto estamos sometidos a las situaciones y realidades de cualquier ser humano. Si estos señalamientos fueran ciertos, entonces habría que aplicárselo también a los siquiatras y psicólogos, ya que ellos tratan situaciones de las personas que nunca han experimentado.  En la carta a los Hebreos leemos: “Porque todo sumo sacerdote es tomado de entre los hombres y está constituido en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Es capaz de comprender a ignorantes y extraviados, porque está también él envuelto en flaquezas. Y a causa de la misma debe de ofrecer por sus propios pecados lo mismo que por los del pueblo. (5, 1-3).

  Vemos aquí, en el texto citado, que el autor sagrado nos hace la salvedad de la condición humana del sacerdote. Dios- Padre, por mediación de su Hijo, no quiso delegar esta función sacerdotal en otros seres que no fuera el mismo hombre. ¿Quién más, si no el mismo hombre, puede comprender las limitaciones y carencias de sus semejantes? Podríamos plantearnos esta pregunta: ¿Por qué Cristo nos entiende a nosotros los seres humanos en nuestras limitaciones, faltas, alegrías, tristezas, angustias, dudas, etc.? Pues por la simple, sencilla y profunda razón de que él asumió nuestra condición humana: “se asemejó en todo a nosotros, menos en el pecado”, nos dice san Pablo.  Hay un principio teológico que dice “lo que no se asume no puede ser redimido”. Es decir, para que nosotros, hombres y mujeres, pudiéramos ser redimidos del pecado, Cristo tuvo que asumir nuestra condición humana para que así pudiera experimentar todo lo que vivimos. Por eso en los evangelios se nos presenta a Jesús viviendo en carne propia todas las situaciones por las que pasamos nosotros (tristeza, traición, duda, enojo, cansancio, gozo, etc.), y desde ahí ofrecernos liberación, sanación y salvación.

  Entonces, con respecto al sacerdote hay que decir que los mismos, aunque no estemos casados con una mujer, sí venimos de un matrimonio: nacimos, nos criamos, crecemos dentro de un matrimonio; tenemos hermanos de sangre, por lo tanto, somos parte de una familia; la gran mayoría hemos experimentado o vivido relaciones de pareja y hasta con planes de matrimonio muchos, y  hemos descartado esta opción de vida por el llamado que hemos experimentado de parte de Cristo al ministerio sacerdotal. Los sacerdotes servimos de guía y consejeros de nuestros padres y hermanos, ya sea en sus relaciones de pareja y matrimonial, y también en lo personal y laboral. Es decir, los sacerdotes, más que hablar de cosas que aprendemos en los libros, hablamos -y nuestros juicios se fundamentan-, de la experiencia que hemos acumulado en la vida.

  Otro punto con respecto a este tema es que los sacerdotes hablamos de estas realidades porque aquellos que están llamados a hacerlo, es decir, los laicos, muchos no lo hacen ya sea por miedo o por un falso respeto humano. Mientras esa actitud siga así los sacerdotes seguiremos hablando porque si callamos, hablarán las piedras.

  Creo que más que reclamarnos el que hablemos de estos temas, lo mejor es que nos ayuden a vivir la opción de vida que hemos elegido. Que recen a Dios para que los sacerdotes que ya estamos seamos buenos y santos y rezar por los que vienen detrás para que sean buenos y santos sacerdotes. El sacerdote no es una persona extraña o extraterrestre que vive desentendido de este mundo. Es todo lo contrario. La frase del dramaturgo romano Terencio “soy hombre, nada humano me es ajeno”; deja bien claro esto que queremos ser y hacer los sacerdotes, porque si no estaremos traicionando la enseñanza y mandatos de Cristo. Primero tenemos que agradar y obedecer a Dios antes que a los hombres, puesto que toda autoridad viene de Dios (San Pablo). No podemos callar ni ocultar la verdad que se nos ha sido revelada en y por Jesucristo. La voz de los sacerdotes tiene y debe de ser una voz profética en medio de este mundo plagado cada vez más de mentiras y oscuridad.

  Pidámosle al Espíritu Santo que nos dé sabiduría para poder entender, aceptar y practicar esta verdad revelada por Cristo para nuestra salvación. La palabra de Dios no es complicada, pero sí difícil de entender y por eso mismo Cristo nos prometió el Espíritu Santo para que nos guiara en este caminar hacia la casa de Dios-Padre.



Bendiciones.






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