miércoles, 9 de marzo de 2016

Hablemos del pecado: Su origen (1a. parte)


Hasta ahora hemos hablado mucho del pecado, pero sería bueno preguntarnos ¿cómo apareció el pecado? o ¿Qué es el pecado? Esto nos tiene que llevar a pensar y reflexionar en su origen, en su naturaleza; y cómo éste se ha visto en las sagradas escrituras en el sentido de la salvación. Las respuestas a estas preguntas ciertamente que no son fáciles de dar, ya que el origen del pecado escapa a nuestro entendimiento; es difícil abarcar el pecado en nuestro lenguaje humano y explicarlo de una manera inteligible y convincente. Pero algo se puede hacer al respecto. Podemos llegar a una aproximación que nos sirva como orientación de abordaje de la cuestión. Según el Catecismo de la Iglesia, el pecado hay que situarlo desde la relación del hombre con Dios y examinarlo a la luz de la Revelación divina (CIC 386).

  Ya hemos dicho en otros momentos que el pecado está presente en la historia de la humanidad y que no podemos ignorarlo ni hacernos los desentendidos. Volvemos a decir que el pecado hay que entenderlo en la relación del hombre con Dios y que esto tiene que ver con la Revelación divina: “solo en el conocimiento del designio de Dios sobre el hombre se comprende que el pecado es un abuso de la libertad que Dios da a las personas creadas para que puedan amarle y amarse mutuamente” (CIC 387).

  El concepto de pecado en Dios no varía; es el mismo siempre. No así sucede en el hombre, ya que éste no puede entrar en el misterio profundo del mismo. Por esto mismo es que hay variación entre la visión de pecado del hombre del Antiguo Testamento con el del Nuevo Testamento ya que esta variación tiene mucho que ver con lo que Jesús mismo enseña y revela como salvador y redentor.

  En el Antiguo Testamento, el pecado es visto fundamentalmente como ruptura de la alianza del hombre con Dios. Para el Nuevo Testamento, sin embargo, el pecado es una falta grave contra el amor de Dios Padre: “yo les aseguro que se les perdonará todo a los hijos de los hombres, pecados y blasfemias…Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón nunca, será reo de pecado eterno” (Mc 3,28-29). Sería interesante, aunque no lo haremos aquí ahora, ver y reflexionar sobre la visión de pecado en la persona de Jesús, san Juan y san Pablo. Pero solo lo mencionamos.

  Ya el mismo Jesús había dicho que “lo que hace impuro al hombre no es lo que entra en él, sino lo que sale de su boca, porque viene del corazón…” (Mt 7,14-15). Por lo tanto, vemos entonces que el pecado reside en el interior de la persona y del interior se manifiesta hacia fuera en cada una de sus realidades. El pecado es sobre todo una actitud interior, en la que el hombre se declara a sí mismo como norma y legislador de sus propios actos, -en el buen dominicano diríamos batuta, ley y constitución-; no tiene en cuenta las leyes de Dios, lo ignora, y hasta puede llegar a desafiarlo. Esto también se llama orgullo, que deviene también en soberbia, y ya sabemos cuál es la sentencia de Dios con respecto al hombre soberbio. San Agustín dijo al respecto del pecado: “el pecado es amor de sí hasta el desprecio de Dios”.

  La enseñanza de los apóstoles con respecto al pecado es abundante y muy esclarecedora. En el documento que contiene sus enseñanzas llamado “Didaché”(didajé), hablando de los pecados más comunes entre los hombres dice: “el camino de la muerte es este: ante todo es camino malo y lleno de maldición: muertes, adulterios, codicias, fornicaciones, robos, idolatrías, magias, hechicerías, rapiñas, falsos testimonios, hipocresías, doblez de corazón, engaño, soberbia, maldad, arrogancia, avaricia, chismes, celos, temeridad, altanería, jactancia…” El pecado es un afán del hombre en querer ser como dioses, de querer dominarlo y saberlo todo… En resumen, en separarse de Dios.

  En conclusión, es mucho menos lo que sabemos del pecado que lo que sabemos de él. El pecado se presenta para nosotros como un misterio, que no nos queda más que ver y reflexionar lo que nos ofrece Dios por medio de la Revelación en su Hijo Jesucristo. El pecado es siempre para el hombre experiencia y misterio.



Bendiciones.












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