“Padres, no exasperen a sus hijos, sino fórmenlos más
bien mediante la instrucción y la exhortación según el Señor” (Gal 6,4).
No deja de ser una preocupación para muchos
padres y madres el hecho de que uno que otro de sus hijos no es cercano a Dios
ni a la Iglesia, o dicho de otra manera, no tiene una relación de fe profunda
hacia Dios. Es común escuchar a muchos padres quejarse por el hecho de que su
hijo o hijos no buscan de Dios en sus vidas ni mucho menos se acercan a la
Iglesia ni quieren formar parte de algún grupo eclesial. Muestran poco interés
por la vivencia de la fe. Estas actitudes de muchos hijos se convierten para muchos
padres en una angustia y hasta muchas de las veces se le asume como un fracaso,
frustración y derrota.
En algo que ya estamos claros, por lo menos
los creyentes en Dios, es que los hijos no son un derecho sino más bien un don,
un regalo de Dios. Los hijos no les pertenecen a sus padres; todos somos de
Dios; los hijos le pertenecen a Dios y lo que sucede es que Dios mismo les
presta los hijos a los padres para que los cuiden, vean por su bienestar y los
eduquen de acuerdo a su voluntad. Esta es una titánica tarea que Dios les
encomienda a los padres en esta vida porque, según su palabra, les pedirá cuenta
de esa responsabilidad.
Es una preocupación constante el que muchos
padres se angustien y preocupen por la falta de fe que uno que otro de sus hijos
manifiesta en su vida. Esto ciertamente que es un problema, y este problema
tiene sus causas y es lo que los padres tienen que enfocarse en ver cómo lo
descubren. Es cierto que aquí hay que tener en cuenta que la edad influye, pero
también no sólo la edad es el único factor. Muchos padres se olvidan de que con
y hacia los hijos se debe de tener siempre una comunicación constante, fluida,
amena. Esto ayudaría mucho al hijo/a a entender muchas cosas y también ayudaría
a los mismos padres a entender muchas cosas de sus hijos/as. Pero hay otros
factores que también son importantes como lo es el que a lo mejor en el seno
familiar no se vive una relación con Dios edificante, constante ni permanente.
Es decir, la vivencia de la fe en muchas familias no es fuerte ni profunda. Se
podría decir que es una vivencia de la fe que no sale de lo mínimo. Una
vivencia de la fe, si se quiere, de puro cumplimiento, como se dice más
modernamente, “light”. No es una vivencia de la fe comprometida, que transforme
la vida, etc. Es más bien una vivencia de la fe rígida, exasperante. A los
hijos hay que darles su espacio, su libertad de acuerdo a su edad, para que así
también puedan vivir el elemento religioso con entusiasmo, con novedad, con
entrega; que no sea una religión desencarnada de la realidad.
Los padres deben tener cuidado de no caer en
un exceso o rigidez moralista. No se trata de caer en los extremos, ya que
estos son dañinos. No se trata de dejar que los hijos vivan en libertinaje
moralista, entendido como un relativismo moral, no; como tampoco se trata de
caer o vivir en un moralismo rígido que les impida moverse con y en verdadera
libertad; no se trata de coartarles su libertad de elegir a sus amistades, sino
más bien de orientarlos para que sepan elegir bien a sus amistades. No hay que
ser arbitrarios ni chantajistas con los hijos para que se acerquen a Dios y la
Iglesia. Cuidado con la visión del pecado que se le presenta a los hijos. No se
trata de ver mal donde no lo hay, pero también verlo donde sí lo hay y hacer la
debida advertencia. San Pablo nos dice al respecto: “examinen todo y quédense
con lo bueno” (1Tes 5,21). La venerable Concepción Cabrera de Armida, en cuanto
a la educación de sus hijos decía: “no
les fastidiaré cargándoles de rezos y haciéndoles pesada la piedad; todo lo
contrario, procuraré hacerla agradable a sus ojos, y que naturalmente la
busquen comenzando a dar vuelo al alma con pequeñas jaculatorias” (Diario
T4, p.227ss, 6 octubre 1894). A los hijos hay que acercarlos a Dios, no
alejarlos. Pero se le acercará mostrándoles la bondad y belleza de un Dios que
es Padre amoroso; un amor que les lleva a vivir en la verdadera libertad de los
hijos e hijas de Dios: “qué padre, si su hijo le pide pescado le dará una
serpiente…Si ustedes que son malos saben dar cosas a buenas a sus hijos, cuánto
más su Padre celestial dará el Espíritu Santo a quien se lo pida”, nos dijo
Jesucristo. A esto deben de conducir los padres a sus hijos/as.
Bendiciones.
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