La encíclica del Papa Benedicto XVI “Dios es
amor”, comienza con este pasaje de la carta de san Juan: “Dios es amor, quien
permanece en el amor habita en Dios y Dios habita en él”. Estas palabras de la
carta de san Juan expresan con singular claridad el centro de la fe cristiana,
la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente visión del hombre y de su
camino. El camino de todo cristiano esta en amar a Dios y servir a los
hermanos en el amor y la misericordia, especialmente con los más necesitados,
como hizo Jesús.
La parábola del buen samaritano Lc 10, 29-37;
cuenta cómo solo este hombre, -que no era bien visto por los judíos-, ayuda a
un hombre que había sido asaltado y golpeado en el camino y que había sido
ignorado por un sacerdote y un levita que pasaron delante de él sin atenderlo, por considerar que el
contacto con su sangre podía contaminarlos. La parábola debe inducirnos a
transformar nuestra mentalidad según la lógica de Cristo, que es la lógica de
la caridad: Dios es amor, y darle culto significa servir a los hermanos con
amor sincero y generoso.
Este relato evangélico ofrece el “criterio de
medida”, es decir, la universalidad del amor que se dirige hacia el necesitado
encontrado en “cualquier caso, quien quiera que sea”. Junto a esta regla
universal, aparece una exigencia específicamente eclesial: que en la iglesia
misma, en cuanto familia, ningún miembro sufra por necesidad. El camino del
cristiano, aprendido de la enseñanza de Jesús, es “tener un corazón que ve
donde hay necesidad de amor y actuará de manera consecuente”. En esta parábola,
Jesús subraya la importancia primordial del mandamiento del amor y nos invita a
practicar la misericordia con nuestro prójimo.
Esta fue la vivencia y testimonio de nuestra
ahora santa Teresa de Calcuta, a quien el Papa Francisco acaba de canonizar el
mes pasado y así también nos la deja a todos los creyentes en Dios, hombres y
mujeres de buena voluntad, como modelo de vida y ejemplo a seguir para que
nuestra vida sea edificada en las enseñanzas de Cristo. La madre Teresa de
Calcuta tuvo un amor privilegiado hacia toda persona que sufría y padecía las
diferentes miserias humanas, muchas veces causadas por la misma actitud in
misericorde de la humanidad. Tuvo también un amor tan grande y profundo hacia
los niños que querían ser abortados. Nos quedan muy fresca aquellas palabra
suyas cuando fue invitada como oradora en la asamblea de ONU y dijo “denme a
los niños que quieran abortar, que yo los atiendo y les buscamos un hogar”.
Ella fue muy puntual en su crítica al aborto. La hoy “santa” Teresa de Calcuta
está de una manera especial entre nosotros y se queda cercana a nuestras vidas
porque tenemos a una intercesora más que de seguro está pidiéndole a Dios por
nosotros.
Teresa de Calcuta fue una mujer, una
cristiana, de un amor sincero que le llevó siempre a tener abierto su corazón.
No ocultaba nada. Teresa de Calcuta siempre fue una mujer, una creyente en Dios
que buscó el bien de los demás. Ella, como fiel amadora del Amor, buscó a toda
costa evitar el mal y desear siempre el bien del otro. Una mujer en la que no
hubo doblez ni falsedad para quedar bien ante los demás, contrario a lo que sus
detractores han querido endilgarle. Una mujer que siempre amó al otro como es,
nunca por lástima. Ella supo poner en práctica las palabras del apóstol Pablo a
los Gálatas “tenemos que ayudarnos mutuamente a llevar las cargas de los otros”
(6,2). Aprendió y enseñó a rechazar las tentaciones egoístas que continuamente
nos acechan y engendran competitividad y envidia.
El amor que profesaba y testimoniaba Teresa
de Calcuta no se hacía del rogar para prestar su servicio al que lo necesitaba.
Es como el ejemplo de la misma Madre de Dios cuando, después del anuncio del ángel,
se fue a asistir a su prima Isabel. Y es que saber adelantarse es una cualidad
de delicadeza espiritual. Nos imaginamos que con Teresa de Calcuta nadie tuvo
nunca que rogarle al- gún servicio; más bien podríamos pensar que en muchas
ocasiones tuvo y supo renunciar a lo suyo, a lo que le agradaba, para poder
servir a los demás, sobre todo, a los que más necesitaban.
El amor exige trabajo y Teresa de Calcuta era
una mujer infatigable, eficiente, creativa. Una mujer que de seguro se preocupaba
porque todo se hiciera y le saliera bien, haciendo las cosas con calidad. Era
una mujer que no postergaba la labor de lo que el Señor nos pide realizar a
favor y hacia los demás. Una mujer que no perdía tiempo, no se dejaba dominar
por la flojera ni el descuido para que no se apoderara de ella ni de su misión.
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