“Pide consejo a uno que respete siempre a Dios, que tú
sepas que cumple los mandamientos y tiene sentimientos iguales a los tuyos, de
manera que, si tropiezas, sufrirá contigo” (Eclo
37,11).
Siempre está presente la duda o inquietud de
a quién es que hay que dirigirse o con quién tengo que hablar cuando me siento
sin salida en este intrincado camino de la vida espiritual. La respuesta a
estas interrogantes es que puede ser con una persona que se considere que lo
puede ayudar a encontrar esa salida que necesita. Por otro lado se recomienda,
sobre todo, que si estamos hablando de dirección espiritual, pues lo más lógico
es que sea con un sacerdote ya que él sabrá orientar a la persona no sólo desde
la parte humana, sino también y sobre todo desde la parte espiritual o del
alma. Recordemos que uno de los nombres que recibe el sacerdote es el de
“cura”, y hace referencia a la “cura de almas”. El sacerdote, por causa de su
consagración sacerdotal, puede ayudar a encontrar la cura del alma que está
pasando por una situación difícil y además también orienta desde su condición
humana, como persona que es.
Si no se considera la posibilidad de hablar
con un sacerdote para recibir esta ayuda espiritual, y más bien se busca a otra
persona que realice esta función, no puede ser cualquier persona. De hecho, la
persona que se elija para este servicio debe ser alguien que sea digno de toda la confianza
puesto que se van a tratar temas y situaciones muy personales y hasta íntimas y
por ello se exige la mayor discreción; es casi parecido al sigilo sacramental
de la confesión. Cuando se habla con el director espiritual se tiene que ser
sincero, honesto, humilde, claro, directo, etc., para que también el director
espiritual lo sea con el otro.
Es de sabios buscar consejo. Es de sabio
saber y aprender a escuchar a otras personas que tienen más experiencias
acumuladas en la vida y que desde sus vivencias nos pueden ayudar a ver mejor
las situaciones adversas y difíciles que se nos van presentando en el caminar,
tanto en lo humano como en lo espiritual. Pero también es cierto que a muchas
personas les cuesta buscar esta ayuda. Hay muchas personas que se niegan con su
libertad y voluntad para escuchar el consejo de los sabios. Son personas que
muchas de las veces se escudan en el pensamiento de que ellos no necesitan
consejo de nadie ni mucho menos que le digan qué hacer en su vida o con su
vida. Son personas más bien que no quieren escuchar lo que tienen que escuchar.
Escuchar al otro requiere y exige una actitud
de humildad; humildad que nadie nace con ella y que por eso es que tenemos que
pedirla a aquél que nos la puede dar porque la tiene en plenitud: Dios. San
Basilio dijo: “Pongan toda diligencia y
la mayor atención para encontrar una persona que les pueda servir de guía
seguro en la labor que quieran emprender hacia una vida santa; elíjanle tal que
sepa señalar a las almas de buena voluntad el camino que conduce a Dios”.
Esto es lo que se debe perseguir al buscar esta ayuda espiritual. Muchas veces
en el sendero de la vida perdemos el sentido del camino, la dirección correcta
que nos lleva hacia Dios y a poner en práctica su palabra; nos apartamos de la
luz de Cristo que ilumina nuestras vidas. El director espiritual es una especie
de amigo que el mismo Dios nos proporciona para que no caminemos solos. El
libro del Eclesiástico nos dice que “un
amigo fiel es una protección segura; el que lo encuentra ha encontrado un
tesoro. Un amigo fiel no tiene precio; su valor no se mide con dinero. Un amigo
fiel protege como un talismán; el que honra a Dios lo encontrará”
(6,14-16).
La dirección espiritual ha de moverse en un
clima sobrenatural y a la vez humano. Hay que saber elegir a la persona
adecuada para este servicio. Cuando se está enfermo se sabe a quién acudir: al médico.
Pero también no se acude a cualquier médico, sino a uno de confianza, que
entiende nuestra enfermedad; lo mismo que cuando tenemos un problema legal,
acudimos a un abogado, pero no a cualquier abogado. Pues cuando se trata de
problemas del alma, -de Dios-, nos acercamos a quien sabemos que nos puede
orientar por el camino que conduce a Dios. Importante y esencial será que quien
dirija almas ha de ser una persona de oración. Para llevar almas a Dios no
basta un vago y superficial conocimiento del camino. Es necesario que él también
lo recorra y conozca sus dificultades. Es decir, debe luchar por tener vida
interior, trato con Jesús, piedad. Y con la piedad, la ciencia debida y el
ejemplo (Francisco Fernández Carvajal).