martes, 10 de abril de 2018

La dirección espiritual (5): Saber elegir la persona adecuada.


“Pide consejo a uno que respete siempre a Dios, que tú sepas que cumple los mandamientos y tiene sentimientos iguales a los tuyos, de manera que, si tropiezas, sufrirá contigo” (Eclo 37,11).



  Siempre está presente la duda o inquietud de a quién es que hay que dirigirse o con quién tengo que hablar cuando me siento sin salida en este intrincado camino de la vida espiritual. La respuesta a estas interrogantes es que puede ser con una persona que se considere que lo puede ayudar a encontrar esa salida que necesita. Por otro lado se recomienda, sobre todo, que si estamos hablando de dirección espiritual, pues lo más lógico es que sea con un sacerdote ya que él sabrá orientar a la persona no sólo desde la parte humana, sino también y sobre todo desde la parte espiritual o del alma. Recordemos que uno de los nombres que recibe el sacerdote es el de “cura”, y hace referencia a la “cura de almas”. El sacerdote, por causa de su consagración sacerdotal, puede ayudar a encontrar la cura del alma que está pasando por una situación difícil y además también orienta desde su condición humana, como persona que es.

  Si no se considera la posibilidad de hablar con un sacerdote para recibir esta ayuda espiritual, y más bien se busca a otra persona que realice esta función, no puede ser cualquier persona. De hecho, la persona que se elija para este servicio debe ser  alguien que sea digno de toda la confianza puesto que se van a tratar temas y situaciones muy personales y hasta íntimas y por ello se exige la mayor discreción; es casi parecido al sigilo sacramental de la confesión. Cuando se habla con el director espiritual se tiene que ser sincero, honesto, humilde, claro, directo, etc., para que también el director espiritual lo sea con el otro.

  Es de sabios buscar consejo. Es de sabio saber y aprender a escuchar a otras personas que tienen más experiencias acumuladas en la vida y que desde sus vivencias nos pueden ayudar a ver mejor las situaciones adversas y difíciles que se nos van presentando en el caminar, tanto en lo humano como en lo espiritual. Pero también es cierto que a muchas personas les cuesta buscar esta ayuda. Hay muchas personas que se niegan con su libertad y voluntad para escuchar el consejo de los sabios. Son personas que muchas de las veces se escudan en el pensamiento de que ellos no necesitan consejo de nadie ni mucho menos que le digan qué hacer en su vida o con su vida. Son personas más bien que no quieren escuchar lo que tienen que escuchar.

  Escuchar al otro requiere y exige una actitud de humildad; humildad que nadie nace con ella y que por eso es que tenemos que pedirla a aquél que nos la puede dar porque la tiene en plenitud: Dios. San Basilio dijo: “Pongan toda diligencia y la mayor atención para encontrar una persona que les pueda servir de guía seguro en la labor que quieran emprender hacia una vida santa; elíjanle tal que sepa señalar a las almas de buena voluntad el camino que conduce a Dios”. Esto es lo que se debe perseguir al buscar esta ayuda espiritual. Muchas veces en el sendero de la vida perdemos el sentido del camino, la dirección correcta que nos lleva hacia Dios y a poner en práctica su palabra; nos apartamos de la luz de Cristo que ilumina nuestras vidas. El director espiritual es una especie de amigo que el mismo Dios nos proporciona para que no caminemos solos. El libro del Eclesiástico nos dice que “un amigo fiel es una protección segura; el que lo encuentra ha encontrado un tesoro. Un amigo fiel no tiene precio; su valor no se mide con dinero. Un amigo fiel protege como un talismán; el que honra a Dios lo encontrará” (6,14-16).

  La dirección espiritual ha de moverse en un clima sobrenatural y a la vez humano. Hay que saber elegir a la persona adecuada para este servicio. Cuando se está enfermo se sabe a quién acudir: al médico. Pero también no se acude a cualquier médico, sino a uno de confianza, que entiende nuestra enfermedad; lo mismo que cuando tenemos un problema legal, acudimos a un abogado, pero no a cualquier abogado. Pues cuando se trata de problemas del alma, -de Dios-, nos acercamos a quien sabemos que nos puede orientar por el camino que conduce a Dios. Importante y esencial será que quien dirija almas ha de ser una persona de oración. Para llevar almas a Dios no basta un vago y superficial conocimiento del camino. Es necesario que él también lo recorra y conozca sus dificultades. Es decir, debe luchar por tener vida interior, trato con Jesús, piedad. Y con la piedad, la ciencia debida y el ejemplo (Francisco Fernández Carvajal).

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