El mes pasado fue publicada la nueva
exhortación apostólica del Papa Francisco (la tercera, después de Evangelii
Gaudium y Amoris Laetitia), que lleva
por título Gaudete et Exsultate, -Alégrense y Regocíjense-, sobre el llamado a
la santidad en el mundo actual. Recordemos que la Exhortación Apostólica es
un documento pontificio escrito por el
Papa con la intención de dirigir un mensaje a la comunidad cristiana católica
para llevar a cabo una actividad particular y escrito al terminar un Sínodo y
es de tipo pastoral; pero sin definir la doctrina eclesial. Esta frase, con la
cual se conoce este documento, se la dirigió el Señor Jesucristo a sus
discípulos ante las persecuciones y humillaciones que les provocaría el
seguimiento de su causa, que es la causa del Reino de Dios. El documento consta
con cinco capítulos: 1- El llamado a la santidad; 2- Dos sutiles enemigos de la
santidad; 3- A la luz del Maestro; 4- Algunas notas de la santidad en el mundo
actual, y 5- Combate, Vigilancia y Discernimiento. Y es que el señor vino al
mundo para que tengamos vida y vida en abundancia. Esta vida para la que fuimos
creados y llamados por Dios Padre en su Hijo Jesucristo, es la santidad de Dios
manifestada en sus hijos y para sus hijos. El Papa nos recuerda que es Dios,
por medio de su Hijo Jesucristo, que nos ha creado y llamado a la santidad:
“sean santos como su Padre celestial es santo”. La santidad no es un invento de
la Iglesia, es un llamado divino; y si Dios nos ha llamado a ella, es porque
podemos llegar; pero necesitamos de su ayuda. Esa ayuda que nos da es
precisamente su Gracia; la Gracia que nos santifica. Así entonces, el Papa nos
exhorta diciéndonos que Dios no se conforma con una existencia aguada, mediocre,
licuada. El llamado a la santidad siempre ha estado presente en todas las
Sagradas Escrituras. No es una novedad que nos trajo Jesucristo. El Hijo más
bien le dio su verdadero y real sentido. Están las palabras que dirigió Dios a
Abraham: “camina en mi presencia y sé perfecto” (Gn 17,1).
El
santo padre aclara en la misma exhortación que no pretende hacer ni elaborar un
tratado sobre la santidad. Su verdadera, real y única intención es la de hacer
resonar una vez más el llamado a la santidad, procurando encarnarlo en el
contexto actual, con sus riesgos, desafíos y oportunidades (no.2). En otras
palabras, sería el de ayudarnos a ser santos de este tiempo; porque es que la
santidad es para todos los tiempos, lugares y épocas; mientras exista un ser
humano sobre la faz de la tierra, estaremos en camino a la santidad. Hay que
tener en cuenta que los santos no nacen, se hacen; y se hacen en el día a día
de la cotidianidad, en medio de los errores, dificultades, tropezones, virtudes
y cualidades. En la Biblia encontramos un sin número de testimonios que nos
hablan de la santidad lograda por tantos creyentes y que nos animan a
perseverar, con constancia en este camino haciendo lo que tenemos que hacer.
Tenemos que lograr una vida de perfección en medio de las dificultades porque
nuestra meta y fin es agradar en todo al Señor. Santos no son sólo los que
nuestra Iglesia ha declarado como tales y elevado a los altares; santos son
todos aquellos que, por su vida virtuosa en la tierra, lograron acumular ese
tesoro en el cielo donde los ladrones no pueden robar ni la polilla destruir, y
están gozando de la eternidad de Dios y con Dios. Nos une a ellos unos
permanentes lazos de amor y comunión; es la comunión de los santos.
El
santo padre nos recuerda que la santidad es para todos; y ésta puede y tiene
que ser vivida y testimoniada en cada una de las situaciones y realidades en
las que desenvolvemos nuestra vida. Para ser santos no necesariamente hay que
ser ministros ordenados, religioso o religiosa. El Espíritu Santo derrama
santidad por todas partes, en el santo pueblo fiel de Dios. Dios quiso derramar
su santidad en todo su pueblo; nadie se salva solo, como individuo aislado,
sino en la dinámica de un pueblo (no.6). Así, la santidad se vive, en lo que el
mismo santo padre ha llamado como “los santos de la puerta de al lado”; frase está
muy novedosa y propia de nuestro Papa. Y dice el santo padre que le encanta ver
la santidad de los padres que crían con tanto amor a sus hijos; hombres y
mujeres que trabajan con tanto amor para llevar el pan a sus casas; los
enfermos, religiosas ancianas. Es la santidad de vivir la vida sencilla o la
sencillez de la vida. No debemos tener miedo a la santidad ni a ser santos.
En definitiva,
no se trata de conformarnos con una vida “presuntamente” cristiana; es más bien
que esta siempre ha sido la vida del cristiano: llegar al cielo desde su propio
estado de vida. Hay muchos medios conocidos para lograr la santificación, como
son la oración, sacramentos, devociones, ofrendas de sacrificios, dirección
espiritual, etc. La finalidad de la vida cristiana es la santidad, y el camino de
la santidad es un camino de Gracia que se nutre de la oración y la vida
sacramental.
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