“Así
podré vivir en libertad, pues he elegido tus preceptos” (Sal 119,45).
Estos son los dos pilares de la dirección
espiritual del que busca esa ayuda. Dios nos ha creado libres y ha determinado
que por esa misma libertad es que tenemos que acercarnos a Él, conocerlo para
amarlo obedeciendo sus mandatos. Si el amor no es libre, no es amor verdadero. Dios
mismo ha aceptado las consecuencias del uso de nuestra libertad y la respeta,
aunque en muchos de los casos ese uso de la libertad nos lleve o conduzca por
camino contrarios a los que Dios quiere. He ahí las consecuencias del mal que
aqueja a la humanidad. Pero aún así, Dios no quiere que ninguno de sus hijos e
hijas se pierda. Nosotros no somos como marionetas que nos movemos a merced y
voluntad del manejador. Debemos movernos con libertad, responsabilidad,
autonomía y determinación propias. Nos dice el mismo Francisco Fernández
Carvajal que la tarea de la dirección espiritual hay que orientarla no
dedicándose a fabricar criaturas que carecen de juicio propio, y que se limitan
a ejecutar materialmente lo que otro les dice; por el contrario, la dirección
espiritual debe tender a formar personas de criterio. Y el criterio supone
madurez, firmeza de convicciones, conocimiento suficiente de la doctrina,
delicadeza de espíritu y educación de la voluntad.
George Bernanos dice que el escándalo del
universo no es el sufrimiento, sino la libertad. Y es que nosotros debemos en
todo tiempo formarnos en la libertad. Podemos decir que, si bien es cierto que
la libertad es un don de Dios a nosotros, también es una tarea; y la tarea
consiste en irla ejerciendo bajo los criterios del Dios creador y Padre
nuestro. La libertad, mientras más la referimos a Dios más libres somos:
“corran tras la verdad y esa verdad los hará realmente libres”, dijo
Jesucristo. La libertad hace de nosotros hombres y mujeres con criterio para
saber aplicarlo con soltura, con espontaneidad y espíritu cristiano. Como
ninguno de nosotros nace siendo un experto en vida espiritual, no podemos
olvidar que el camino espiritual está lleno de situaciones adversas,
imprevistas, y tenemos que hacerle frente con valentía, decisión y autonomía
que nos acerque cada vez más al cumplimiento de la voluntad divina en nuestras
vidas.
La dirección espiritual nos tiene que
conducir a desterrar de nosotros todo sentimiento negativo en la toma de
decisiones y compromisos; tiene también que ayudarnos a alimentar nuestra vida
interior. Dejar salir de nosotros, -testimoniar-, de nuestro interior ese Reino
de Dios por medio de acciones apostólicas, formación en el estudio, en el modo
de realizar nuestro trabajo, en la manera de santificar la familia y la misma
comunidad cristiana, la vivencia de la gracia sacramental, etc. Esta vivencia
es la que nos ayudará a ir formando y fortaleciendo las virtudes e ir madurando
en el camino de la fe; llegar a la adultez espiritual tal y como lo señala san
Pablo: “cuando yo era niño, hablaba, pensaba y razonaba como un niño; pero al
hacerme hombre, dejé atrás lo que era propio de un niño” (1Cor 13,11).
Son muchas las cosas que nos hacen sufrir;
que nos enfrentan al dolor, a la desesperanza, etc. El dolor siempre tiene algo
que decirnos. Decía Dostoievski: “el verdadero dolor, el que nos hace sufrir
profundamente, hace a veces serio y constante hasta al hombre irreflexivo;
incluso los pobres de espíritu se vuelven más inteligentes después de un gran
dolor”. El sufrimiento, las inquietudes, las turbaciones que Dios permite que
nos lleguen, pueden ser a veces una excelente advertencia acerca de una
insuficiencia de la vida en la tierra, como un aviso que nos recuerda que no
confiemos en las fuentes pasajeras de la felicidad. La libertad es en el hombre
una fuerza de crecimiento y de maduración en la verdad y en la bondad. La
libertad alcanza su perfección cuando está ordenada a Dios, nuestra
bienaventuranza. Sólo con el desarrollo de la libertad sabremos amar.
Como consecuencia de este actuar responsable
y libre, las indicaciones del director espiritual no son, de ordinario,
mandatos, sino consejos, señales que no quitan espontaneidad ni libertad; por
el contrario, potencian las iniciativas de la persona. La dirección espiritual
nos señala el rumbo. Está para servir. Pero deja en total libertad al director
espiritual para que con sabiduría y decisión tome o indique la ruta más segura
para que la persona aterrice o despegue en su vida espiritual, dejándola siempre
que asuma con responsabilidad su libertad con iniciativa, esfuerzo para
dirigirse a Dios en cualquier circunstancia.
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