Desde que la izquierda moderna se decidió a
meterse a la fuerza e imponer su nueva manera de ver la vida o la realidad, han
venido destrozando, cual espada de Democles, todo lo que a su paso encuentran
para darle un nuevo giro o sentido a lo que no lo tiene. Hoy se denuncia mucho
que el sentido común es el menos común de los sentidos; y en esto los promotores
y apañadores de esta nueva izquierda se pintan solitos. Se han metido de lleno
hasta las más altas esferas, sobre todo de la política, -y con fuerte respaldo
económico de organismos internacionales como la ONU, UE, BM, FMI, BID,- para
desde ahí imponer su avasalladora forma o manera de percibir la realidad con su
nueva visión que raya muchas de las veces en la idiotez, imbecilidad, estupidez
y la sinrazón. Y es una realidad que en
este mundo hay muchas estupideces e idioteces, y las mismas las promueven los
idiotas y estúpidos; por lo tanto, en el mundo actualmente hay muchos idiotas y
estúpidos. Y lo peor de esto es que quieren imponerles sus idioteces al resto
de la humanidad de una forma irracional. Es lo que muchos han llamado como lo políticamente
correcto. Pues lo mejor que podemos hacer es declararnos “políticamente
incorrectos”.
Desde hace
tiempo venimos soportando un sin número de cosas que cuando nos detenemos a
analizar y reflexionar en las mismas, no queda más que la pregunta: ¿A dónde
diablos es que estos grupitos nos quieren llevar? Pero también: ¿Por qué nos
dejamos dominar, avasallar e imponer sus estupideces? ¿Es que el resto de la
población no razonamos? ¿Por qué tenemos miedo a enfrentar a estos grupitos y
decirles en su cara que ya basta de sus estupideces irracionales? ¿Por qué los
que representan el poder político doblan la muñeca tan fácil ante estos
grupitos de gente que parecen que no tiene nada que hacer más que estarle
fastidiando la vida a los demás con sus antojos, idioteces y estupideces?
Todo lo
anterior viene al caso por el asunto de que ahora nos han metido o llevado por
un derrotero más, una estupidez más: el asunto del lenguaje inclusivo. Primero
aclaremos esto desde el uso correcto del lenguaje: si el participio activo del
verbo “atacar” es “atacante”, y del verbo “existir” es “existente”; entonces
¿cuál es el participio activo del verbo “ser”?: “ente”, que significa “el que
tiene identidad”. Por esto, cuando queremos nombrar a la persona que ejerce
acción, se añade la terminación “ente”. Así entonces tenemos que, al que
preside se le llama presidente y no presidenta; independientemente del género;
lo mismo pasa con la palabra “estudiante” y no “estudianta”; el participio
activo del verbo “cantar” es cantante, no cantanta; se dice capilla ardiente,
no capilla ardienta; se dice adolescente, no adolescenta; se dice paciente, no
pacienta; se dice dirigente, no dirigenta; etc. En estos casos, el género lo
indica el artículo. Dicen los
partidarios de esta estupidez que la lengua castellana es una lengua machista.
Pero ¡por Dios! Con respecto a esto se ha pronunciado la Real Academia Española
(RAE), para denunciar y condenar esta nueva manera de presentar y de maltratar nuestra
lengua castellana. Precisamente, en España es donde esta aberración y estupidez
está avanzando más. Se está tratando de someter un proyecto de ley para cambiar
la Constitución española y quitarle todo ese conato de lenguaje machista que
tiene la misma y que utilice un lenguaje más inclusivo. Aquí en América Latina tenemos el caso de la
ex presidente de Argentina Cristina Kishner que en sus discursos ya utilizaba
esta manera de hablar, cuando decía: todos y todas, estudiantes y estudiantas;
jóvenes y jovenas; lo mismo sucede en el régimen socialista del presidente
Maduro en Venezuela; está el caso de la portavoz en el Congreso español del
partido Podemos, Irene Montero, que utiliza las palabras jóvenes y jovenas, portavoces y portavosas. Esto raya en la
ridiculez. Y es que el político, pero también toda persona que no se adhiera a
esta manera del lenguaje, está en contra de la igualdad de género y del
movimiento feminista. Y es que estos grupos ideológicos feministas de extrema
izquierda ven el machismo hasta en la sopa; tienen una obsesión tan marcada
contra el machismo o el heteropatriarcado, que no les deja ver más allá de sus
narices.
También
estos paladines de este neo lenguaje ya se les escucha hablar así: queridos,
queridas y querides; amigos, amigas y amigues. Hace un tiempo atrás se intentó
usar la “@” y la “X”, pero como eran imposible pronunciarlas, pues la cambiaron
por el uso de la “e”. Así, en la Argentina, parte de la clase política se
refieren a sus colegas como “les diputades indecises”. Pero, ¿de quién fue esta
flamante idea de deconstruir, desdoblar el lenguaje? La que inició con esto fue la ex presidente de
Islandia, Vigdis Finnbogadottir, y que tiene una presencia cimera en la ONU
como embajadora de Buena Voluntad de la UNESCO; y que, con la intención de deconstruir la educación
para dar paso a todo esto de la ideología de género, pues se le ocurrió que hay
que destrozar el lenguaje para hacerlo más genérico. ¿Qué pensaríamos de una
persona que ante un público de diferentes edades y sexo y profesiones u oficio,
hablara de esta manera: “la pacienta era una estudianta adolescenta, sufrienta,
representanta, integranta e independienta de las cantantas y también atacanta y
la velaron en la capilla ardienta ahí existenta?”. Ya lo dijo el gran filósofo
danés y luterano Soren Kierkegaard: “El sufragio universal ha establecido la
hegemonía de la idiotez”.
En
español el plural masculino implica ambos géneros gramaticales. Así que al
dirigirse al público no es necesario ni correcto decir “dominicanos y dominicanas,
niños y niñas, hermanos y hermanas”. Y es que a eso vamos a la escuela y
colegios: a aprender el uso correcto del lenguaje. Hoy en día, políticos e ignorantes
comunicadores continúan con el error. Decir ambos géneros es correcto sólo
cuando el masculino y el femenino son palabras diferentes, por ejemplo: mujeres
y hombres, toros y vacas, damas y caballeros.
En
conclusión, abogamos por el uso correcto de nuestro lenguaje. Allí donde haya
que diferenciar los hombres de las mujeres, pues que se haga; pero allí donde
no sea necesario hacer esta distinción, pues que también se haga. No se trata
de caer en un “quítate tú para ponerme yo”, en lo que al uso de las palabras se
refiere. Se trata de ser correctos a la hora de hablar.