En el evangelio de san Mateo 26,31 se nos narra
que Jesús les dice a sus discípulos, -al hablarles de lo que le sucedería en
Jerusalén-: “heriré al pastor y se dispersarán las ovejas”.
Desde
hace un par de meses atrás, estamos siendo testigos de una nueva oleada de
casos, de acusaciones; más bien de abusos de menores por parte de algunos
sacerdotes acusados de pedofilia y también del hecho de encubrimiento de los
mismos por parte de obispos y cardenales. Estos casos se han descubierto en el
estado norteamericano de Pensilvania. Según el Gran Jurado formado para estas
investigaciones, se han detectado aproximadamente más de mil casos, pero
solamente se tienen documentación de unos trecientos, y de esos trecientos,
solo cuatro están todavía dentro del tiempo de ser juzgados; los demás, ya
perimieron. Son casos que datan desde la década de los 70s; muchos de los
involucrados, tanto victimarios como víctimas, han muerto. Esta situación ha traído
también lo que se podría llamar una cacería de brujas. Una vez más se señala a
la jerarquía católica norteamericana con
el dedo acusatorio de su responsabilidad, complicidad y encubrimiento. Y como
siempre, el dardo apunta a su cabeza: al Santo Padre.
El
diario norteamericano The Washington Post, -el segundo diario más importante de
los Estados Unidos después del New York Times-; publicó en el mes de Agosto un
artículo en el que pedía la renuncia del Papa Francisco. Hay que señalar que
este diario es favorable a la Iglesia Católica. Pero este diario lo que más
bien resalta con este artículo, es el sentir de una gran parte del catolicismo
en Norteamérica, -del ala más conservadora-, que estos casos de abusos de
menores por parte de algunos sacerdotes, es tan vergonzoso, que pareciera que
lo que mejor puede sucederle a la Iglesia Católica es que el Papa renuncie;
así, afirma el artículo, le estaría dando a sus opositores la oportunidad de
ver a dos Papas eméritos, -Benedicto XVI y Francisco-, y dar oportunidad a una
nueva cara fresca al frente de la misma. De hecho, estas ideas no nos pueden
sorprender ya que, desde hace mucho tiempo se viene insinuando o cacareando de
una posible renuncia al pontificado de Francisco; incluso en ocasiones
periodistas le han llegado a preguntar sobre esta posibilidad. Y es que, si
Benedicto XVI en su momento no pudo soportar más estar al frente de la Iglesia
por todos los casos de corrupción, desorden y pederastia, pues a Francisco le
sucedería lo mismo.
Pero
también esto tiene un conato de enfrentamiento entre lo que se ha llamado los
dos bandos dentro del Vaticano: el ala tradicionalista o conservadora y el ala
progresista o revolucionaria. Recordemos que el Papa Francisco, desde que
asumió la guía de la Iglesia, se ha venido destacando por su reforma de la
Curia Vaticana; también al mismo se la ha señalado que lleva a la Iglesia por
un camino más progresista, más de avanzada, cosas que rayan muchas de las veces
en una cierta apariencia de traición a la sana doctrina evangélica y eclesial
de salvación de las almas; por una visión más social y de asistencialismo. Por supuesto hay quienes no lo ven así y más
bien lo aplauden y apoyan. Resalta mucho en esta situación, una carta que le
dirigiera el ex nuncio apostólico en Estados Unidos, Mons. Carlos María Viganó
al Papa Francisco, en donde lo acusa de encubrimiento de la conducta sexual
inmoral del ex cardenal de Washington Monseñor Theodore McCarrick y le solicita
que renuncie al pontificado. Esta carta ha tenido el apoyo de varios cardenales
dentro y fuera de los Estados Unidos, pero también se han manifestado dentro y
fuera del país muchos cardenales y conferencias episcopales, como la de España
y el CELAM, en apoyo al santo Padre, que no hay que entenderlo como un “no haga
nada, hágase el desentendido, mire para otro lado”.
Sea
cierto o no la veracidad de estos casos de abusos de menores por parte de
algunos sacerdotes, es vergonzoso y execrable; no tienen defensa alguna. La
Iglesia de Cristo se ve una vez más en el ojo del huracán y sus enemigos están
aprovechando la ocasión para enfilar sus ataques. Es verdad que la pedofilia no
es exclusiva de la Iglesia Católica. En otras instituciones humanas este
flagelo está presente. Esto no debe ser un consuelo ni una justificación. El
papa Benedicto XVI lo dijo en su momento, y Francisco por igual: “un solo caso
de abuso es demasiado”. ¿Qué tiene que seguir haciendo la Iglesia al respecto?
¿Abolir el celibato? ¿Cortarle la cabeza en la plaza pública a los sacerdotes
pedófilos? ¿Renunciar el Papa? ¿Que desaparezca la institución eclesial?
Ninguna de éstas. Lo que tiene que seguir haciendo es endurecer más su política
de “cero tolerancia”; seguir colaborando con las autoridades civiles para el
esclarecimiento de los casos; ser más estricta en el discernimiento de los
candidatos al sacerdocio ministerial, etc. Tenemos que llegar a la verdad de
esta desgracia; tenemos que asumir la crudeza de esta situación, incluso con
esperanza; no como consuelo. Vemos aquí, por un lado, cómo se está acusando y
señalando a la Iglesia Católica de ser permisiva y laxa con la conducta sexual
inmoral de algunos de sus sacerdotes y se le exige que actúe en consecuencia;
pero por otro lado, vemos también cómo, en muchas sociedades, se viene
normalizando esta conducta depravada, impuesta en la educación, la política,
los medios de comunicación, el mundo del entretenimiento, etc.; y muchos no
dicen nada, más bien lo aplauden porque dicen y defienden la pedofilia como un
derecho. Y es que en el mundo, el panorama de los abusos sexuales a niños,
niñas y adolescentes, fuera de los ámbitos de la investigación, es desconocido.
La pedofilia es un mal que atraviesa diversos estratos sociales: un 97% se
produce en las familias; 2% en ámbitos escolares y 1% en ámbitos religiosos,
recreativos y deportivos. Así también, el mercado de la pedofilia asume cuatro
formas, que son: 1- prostitución infantil; 2- pornografía infantil; 3- el
tráfico de niños y niñas, y 4- el turismo sexual pedófilo. Según un informe de
la UNICEF de 2006, alrededor de un millón ochocientos mil niños, niñas y
adolescentes en todo el mundo son absorbidos por el comercio sexual, víctimas
inocentes que amenazan sus vidas; un flagelo e industria que mueve miles y
miles de millones de dólares al año.
No cabe
dudas que en todo esto los que van ganando son los degenerados. El poder está
en manos de personas malas, que no dudan en mentir, engañar, robar, matar y
destruir sociedades enteras. La pedocriminalidad, -como afirma la escritora
española Pilar Baselga-, existe porque miles de personas colaboran, encubren o
hacen de la vista gorda para que podamos seguir tranquilos con nuestras vidas
más o menos mediocre. Pero ¿por qué es tan profundo y tan lucrativo este
flagelo de la pederastia? Porque se trata de hacer el mayor daño posible. No
hay mayor mal que hacerle daño a un niño inocente, por eso el daño que se le
inflinge a los niños por nacer con el aborto, ya que no hay nada más puro que
un recién nacido. Violarlo es lo peor, analmente todavía peor.
No
podemos seguir mirando para el otro lado ante este flagelo, porque estos
delincuentes seguirán violando y matando. Estamos en un proceso arduo,
permanente y profundo de purificación. Es doloroso pasar por el fuego para
purificarnos, pero tenemos que hacerlo si queremos seguir siendo luz para el
mundo. El Papa Francisco no debe renunciar al ministerio que Cristo le ha
confiado, de ser pastor de SU Iglesia. Cristo prometió, en la persona del
apóstol Pedro, que rogaría a Dios para que su fe no desfallezca y pueda seguir
confirmando a sus hermanos en la fe. El Santo Padre no está solo en este camino
de cruz, dolor y sufrimiento. Desde que fue elegido para este ministerio y
hasta el día de hoy, ha pedido y pide que oremos por él. Es lo que debemos
seguir haciendo. La oración nos da fortaleza.
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