miércoles, 26 de septiembre de 2018

La Dirección Espiritual nos lleva hacia la docilidad.


“No confíes en que vivan mucho tiempo, ni creas que terminarán bien. Vale más hijo dócil que mil que no los son; vale más morir sin hijos que tener hijos insolentes” (Eclo 16,3).



  Según el diccionario, la docilidad es el carácter del que es fácil de educar o dirigir; y también carácter del que cumple lo que se le manda. Va muy relacionado a la obediencia: la persona dócil es una persona obediente.

  En el libro de los Reyes se nos narra la historia de un general sirio llamado Naamán, que estaba enfermo de lepra, que oyó a una esclava hablar de un profeta de Israel con poder para curarle ese mal. Así que se puso en camino con sus soldados y llegó frente a la puerta de Eliseo. Este le mandó a decir que se fuera a bañar siete veces en el Jordán y así su carne quedaría sanada. Este general no ocultó su molestia porque pensó que el profeta le había hecho un desplante y lo irrespetó al no recibirlo; se enojó con el profeta. Uno de sus servidores lo convenció de que cumpliera con lo mandado por el profeta puesto que no era nada complicado; éste reflexionó y cumplió con el mandato del profeta y su carne quedó curada. Esta actitud es lo que podemos decir que la asumió con docilidad y humildad, que desde su punto de vista parecía inútil. Tuvo una buena disposición interior y así las palabras del profeta Eliseo se cumplieron en él.

  La docilidad es una de las virtudes que nos enseña el mismo Señor Jesucristo. Se habla muchas veces de la docilidad al Espíritu. El Papa Francisco, al canonizar al Papa Juan XXIII, lo describió como el “Papa de la docilidad al Espíritu”. Era el hombre, el sacerdote, el sucesor de san Pedro, vicario de Cristo…dócil al Espíritu. Hombre que se dejaba guiar y obedecía al Espíritu de Dios, al Espíritu Santo. La docilidad es una clara muestra de fe. Jesús en una ocasión dijo que lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios. Pero esto será posible si nos dejamos guiar y aprendemos a obedecer al Espíritu; si dejamos que la gracia de Dios actuara en nosotros. En la dirección espiritual podemos alcanzar esta virtud que nos llena de la gracia divina. Otro ejemplo de esta docilidad la encontramos en el apóstol Pedro que, después de haber estado toda la noche bregando en la pesca, no pescó nada y cuando obedeció al mandato del Señor de echar las redes al lado derecho de la barca, pescaron tal cantidad de peces que las redes casi se rompían. Por eso, el que obedece no se equivoca, y Pedro supo obedecer al Señor y no se equivocó.

  ¿Y qué decir de lo sucedido con el milagro de la multiplicación de los panes? Primero Jesús confronta a sus discípulos con esas palabras que a lo mejor los dejaron atónitos: “denles ustedes de comer”. Pero más adelante estos cumplen con lo mandado por su Maestro, en actitud de verdadera y profunda docilidad. Ellos pusieron en práctica lo que estaba a su alcance y el Señor Jesús hizo lo demás. Estas palabras nos las dirige el Señor a cada uno de nosotros; nos ubica en la realidad, que es contar con Él, que sigue actuando en nuestras vidas de modos concretos. Nos lleva a que contemos con Él para todo: “sin mi nada podrán hacer”. Otra enseñanza la encontramos en la curación de los diez leprosos. Estos quedaron sanos gracias a su docilidad a las palabras del Señor: sólo les dijo que fueran a presentarse con el sacerdote y por el camino quedaron sanados.

  No podemos dejar de mencionar al impetuoso San Pablo, con su fuerte personalidad y su carácter perseguidor, y que al encontrarse con el Señor en el camino a Damasco, a partir de ahí se convirtió en un apóstol de Cristo. San Pablo fue un hombre dócil al espíritu; pero también hay que resaltar que este hombre de carácter fuerte se dejó guiar, llevar por sus hombres a Damasco en donde Ananías, por revelación divina, le devolvería la vista, y así se convertiría en un hombre nuevo y útil para pelear a favor del Señor y su evangelio.

  La dirección espiritual se llena de frutos con la docilidad. Pero no podrá ser dócil quien se empeñe en ser tozudo, obstinado, incapaz de asimilar una idea distinta a la que ya tiene, o la que le dicta su experiencia. Aquí el soberbio, altanero y orgulloso se le dificultará seguir unos consejos; la vida siempre tiene algo que enseñarnos y solo quien está dispuesto con un verdadero espíritu de docilidad es el que puede aprender de lo desconocido, y reconoce que tiene que ser guiado e instruido. La docilidad requiere además de la virtud de la humildad, ya que nos lleva a sentirnos muy pequeños delante de Dios y necesitados de ayuda.

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