“No confíes en que
vivan mucho tiempo, ni creas que terminarán bien. Vale más hijo dócil que mil
que no los son; vale más morir sin hijos que tener hijos insolentes” (Eclo
16,3).
Según el diccionario, la docilidad es el
carácter del que es fácil de educar o dirigir; y también carácter del que
cumple lo que se le manda. Va muy relacionado a la obediencia: la persona dócil
es una persona obediente.
En el libro de los Reyes se nos narra la
historia de un general sirio llamado Naamán, que estaba enfermo de lepra, que oyó
a una esclava hablar de un profeta de Israel con poder para curarle ese mal. Así
que se puso en camino con sus soldados y llegó frente a la puerta de Eliseo.
Este le mandó a decir que se fuera a bañar siete veces en el Jordán y así su
carne quedaría sanada. Este general no ocultó su molestia porque pensó que el
profeta le había hecho un desplante y lo irrespetó al no recibirlo; se enojó
con el profeta. Uno de sus servidores lo convenció de que cumpliera con lo
mandado por el profeta puesto que no era nada complicado; éste reflexionó y
cumplió con el mandato del profeta y su carne quedó curada. Esta actitud es lo
que podemos decir que la asumió con docilidad y humildad, que desde su punto de
vista parecía inútil. Tuvo una buena disposición interior y así las palabras
del profeta Eliseo se cumplieron en él.
La docilidad es una de las virtudes que nos
enseña el mismo Señor Jesucristo. Se habla muchas veces de la docilidad al Espíritu.
El Papa Francisco, al canonizar al Papa Juan XXIII, lo describió como el “Papa
de la docilidad al Espíritu”. Era el hombre, el sacerdote, el sucesor de san
Pedro, vicario de Cristo…dócil al Espíritu. Hombre que se dejaba guiar y
obedecía al Espíritu de Dios, al Espíritu Santo. La docilidad es una clara
muestra de fe. Jesús en una ocasión dijo que lo que es imposible para los
hombres, es posible para Dios. Pero esto será posible si nos dejamos guiar y
aprendemos a obedecer al Espíritu; si dejamos que la gracia de Dios actuara en
nosotros. En la dirección espiritual podemos alcanzar esta virtud que nos llena
de la gracia divina. Otro ejemplo de esta docilidad la encontramos en el apóstol
Pedro que, después de haber estado toda la noche bregando en la pesca, no pescó
nada y cuando obedeció al mandato del Señor de echar las redes al lado derecho
de la barca, pescaron tal cantidad de peces que las redes casi se rompían. Por
eso, el que obedece no se equivoca, y Pedro supo obedecer al Señor y no se
equivocó.
¿Y qué decir de lo sucedido con el milagro de
la multiplicación de los panes? Primero Jesús confronta a sus discípulos con
esas palabras que a lo mejor los dejaron atónitos: “denles ustedes de comer”.
Pero más adelante estos cumplen con lo mandado por su Maestro, en actitud de
verdadera y profunda docilidad. Ellos pusieron en práctica lo que estaba a su
alcance y el Señor Jesús hizo lo demás. Estas palabras nos las dirige el Señor
a cada uno de nosotros; nos ubica en la realidad, que es contar con Él, que
sigue actuando en nuestras vidas de modos concretos. Nos lleva a que contemos
con Él para todo: “sin mi nada podrán hacer”. Otra enseñanza la encontramos en
la curación de los diez leprosos. Estos quedaron sanos gracias a su docilidad a
las palabras del Señor: sólo les dijo que fueran a presentarse con el sacerdote
y por el camino quedaron sanados.
No podemos dejar de mencionar al impetuoso
San Pablo, con su fuerte personalidad y su carácter perseguidor, y que al
encontrarse con el Señor en el camino a Damasco, a partir de ahí se convirtió
en un apóstol de Cristo. San Pablo fue un hombre dócil al espíritu; pero también
hay que resaltar que este hombre de carácter fuerte se dejó guiar, llevar por
sus hombres a Damasco en donde Ananías, por revelación divina, le devolvería la
vista, y así se convertiría en un hombre nuevo y útil para pelear a favor del
Señor y su evangelio.
La dirección espiritual se llena de frutos
con la docilidad. Pero no podrá ser dócil quien se empeñe en ser tozudo, obstinado,
incapaz de asimilar una idea distinta a la que ya tiene, o la que le dicta su
experiencia. Aquí el soberbio, altanero y orgulloso se le dificultará seguir
unos consejos; la vida siempre tiene algo que enseñarnos y solo quien está
dispuesto con un verdadero espíritu de docilidad es el que puede aprender de lo
desconocido, y reconoce que tiene que ser guiado e instruido. La docilidad
requiere además de la virtud de la humildad, ya que nos lleva a sentirnos muy
pequeños delante de Dios y necesitados de ayuda.
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